El ruido. La tarde del domingo 17 de diciembre estuvo llena de rimbombantes acontecimientos. Era el día seleccionado para disputar la final de la LigaPro 2023 y, en el graderío del estadio, estaba el presidente de Ecuador, Daniel Noboa. Una vez finalizado el partido, entregó el trofeo de campeón a Liga Deportiva Universitaria. Kilómetros al sur del estadio Rodrigo Paz, Jorge Glas entraba a la embajada de México en Quito. El exvicepresidente, con esta acción, buscó evitar su “inmovilización y traslado”, dispuestos por la Fiscalía.
La legación diplomática mexicana señaló que la condición de Glas en sus instalaciones era bajo la figura de huésped. Durante más de 100 años, los Estados Unidos Mexicanos han acogido a innumerables figuras de la política internacional que huían de sus países de origen debido a la persecución ideológica o el peligro de muerte. José Martí, León Trotsky, Luis Buñuel, Fidel Castro, Héctor José Cámpora, la familia de Allende y Rigoberta Menchú, entre otras muchas figuras y sus acompañantes, recibieron asistencia como asilados políticos. En los últimos años, cerca de diez exfuncionarios del gobierno de Rafael Correa (2007-2017) se radicaron en esa nación de América del Norte.
¿Hasta qué punto una persona puede ser considerada bajo la figura de asilado político? La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, de 1951, reconoce mediante esa figura a las personas que posean “fundados temores de ser perseguidas por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas”. No obstante, el artículo 3 de la Convención sobre Asilo Diplomático, de 1954, describe que “no es lícito conceder asilo a personas que al tiempo de solicitarlo se encuentren inculpadas o procesadas en forma ante tribunales ordinarios competentes y por delitos comunes (…), salvo que los hechos que motivan la solicitud de asilo, cualquiera que sea el caso, revistan claramente carácter político”.
La furia. La polarización permea el escenario político y social ecuatoriano. Más allá de que a Glas se le reconozca o no la trasmutación de la figura de huésped a refugiado, a la Cancillería ecuatoriana le corresponderá otro caso más de dimes y diretes. El desgaste de un nuevo expediente de asilo diplomático nos aleja de puntos de encuentro y nos embarga en una suerte de espiral, que se impulsa con el ruido y la furia.
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