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El Telégrafo

El mensajero

17 de febrero de 2016

¡Lenin Presidente!¡Bravo! Toda una oda en el estilo de que lo Hobsbawn, el gran historiador del siglo XX, denominó “tradición inventada”. Hablar de un pasado, de eventos, de encuentros, de personas, recrear la historia y desde esa invención hablar a nombre de otros. Poner nombres darles propia historia, atacarlos, glorificarlos, condenarlos: héroes y villanos; y para colmo decir que eso es la Revolución Ciudadana es reducirla a una pantomima de figuras, formas, donde se hacen todo tipo de proyecciones de deseos contenidos.

La verdad siempre es cruda y estética, tiene su propia belleza a contrario de la falsedad que la deforma porque siempre hay un beneficiario. ¿Quién es quién? ¿Quién habla? ¿Acaso se han repartido en su especular imaginación los puestos subalternos? ¿Acaso las fantasías han adquirido vida propia y se ven siendo gobierno. Siendo vicepresidentes, ministros, subsecretarias, asambleístas? Todos los síntomas de una neurosis de espectador que frente a la impotencia se recrea en cada uno de los personajes: los ama y los odia. Lo que se acusa en unos se reivindica en otros como virtud. Hay una palabra para eso: oportunismo.

¡El mensajero, siempre el Mensajero! La lógica es que no importa el medio sino los fines. Bueno para eso se desacredita, se ofende, se pone en tela de juicio el honor de quien sea. Y de lo peor de lo peor es querer ver en eso la conexión, el vínculo con las bases, con lo popular, “(…) la filiación popular del proceso ecuatoriano: era el fin definitivo de la feliz conjugación (…)”. Y del chismerío de los mensajes al celular, resulta que son la base para el análisis político. ¿O será que en el estudio de la ideología y el análisis del discurso es recurrencia la falta de racionalidad para diferenciar los intereses del poder? Si la base de la argumentación resulta que son los “ilustrados” opositores en su nuevo portal web, bueno, a ¿qué intereses responde el mensajero? ¿Será acaso que el remitente espera sentado un cambio de la correlación de fuerzas? ¡Vaya a saberse! ¿Y el candidato? No sabemos el nombre. La maquinación del mensajero lo lleva a esforzarse por imaginar el “protagonismo de las masas” pero resulta que de lo que se acusa es de lo que se adolece.

Resulta que las masas son el mismo candidato. Un trasvase permanente de cualidades, de lo que el mensajero en ocasiones ha condenado como mesianismo/populismo. ¿Qué será lo que quiere el pueblo? No sabemos, aún. Pero el mensajero ya lo sabe de antemano. Es la misma conducta de quienes desde las prácticas del faccionismo, consideran que es un juego limpio por la democracia; y no es un problema de edad sino de recurrir a las viejas mañas que condenaron de la partidocracia.

Bueno, el mensajero Massolini, frente al mesianismo, que ahora es bueno, invoca, alardea, condiciona, advierte que si no es su frenético sueño de su imagen del candidato “autónomo” entonces que se quiebre lo que sea sin importar nada; incluso el Movimiento. Eso de la militancia, de ser orgánico, ¡Puff! Cosa para los insensatos militantes, adherentes y simpatizantes.

Para el mensajero y el remitente, eso no importa, la organicidad no está en las masas populares sino en el deseo desbordado de tener poder. Vergonzoso estilo de hacer política; de no conocer mínimamente las historias de este país que nunca ha saludado las acciones de traidores y menos aún de oportunistas. (O)

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