Recién durante las últimas décadas el hombre se ha preocupado por la naturaleza, haciendo conciencia de su fragilidad ante la reducción de la capa de ozono, la mengua acelerada del hielo polar, el calentamiento global, la extinción de ciertas especies y el deterioro de algunos ecosistemas, entre otros signos alarmantes que son el resultado de siglos de apatía e irresponsabilidad sobre la tierra que Dios nos dio para habitar.
Según el libro de Génesis, la tierra fue entregada al hombre con un mandato de responsabilidad; “llenad la tierra y sojuzgadla”, pero el mismo libro narra que, luego de la caída de Adán y Eva, Dios sentenció: “maldita será la tierra por tu causa…”. A lo largo de nuestra vida en la tierra hicimos lo que quisimos, pues los recursos parecían inagotables; abusamos de la naturaleza contaminando, deforestando y explotando irresponsablemente hasta llegar a poner en peligro nuestra propia supervivencia, según aceptan los científicos hoy.
Pese a la evidente y crítica situación, la ambición del hombre no se detiene, pues mientras unos hacen grandes esfuerzos para impedir la extinción de especies, como ballenas, delfines y elefantes, otros siguen acabando con estos animales; mientras unos crean sistemas alternativos de generación de energías limpias, otros construyen centrales nucleares e inician proyectos de explotación minera en lugares ecológicamente vulnerables.
El dinero mueve al mundo como medio de intercambio de bienes y servicios, por lo cual es lógica su búsqueda, pero el hombre ha convertido al dinero en su dios y se ha arrodillado ante él sin que hasta hoy ningún sistema económico nos haya dado la fórmula para sustentarnos suficientemente y avanzar hacia el progreso sin afectar nuestra casa grande. Tanto los países capitalistas como los socialistas contribuyen al deterioro de la biósfera, mientras “la Creación gime a una con dolores de parto”, como decía hace dos mil años el apóstol Pablo en su carta a los Romanos.
Tanto el hombre común que desperdicia agua y arroja basura indiscriminadamente, como el industrial que contamina el ambiente y los gobiernos que inician grandes explotaciones mineras para obtener más recursos financieros, son responsables de agredir a la Creación. Según la Biblia, Dios puso al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivase y lo guardase, un lugar -sin dudas- de hermosura sin igual, del cual fue luego expulsado; pero la misma Biblia nos dice que Dios tiene guardados para sus hijos un cielo nuevo y una tierra nueva.