La “economía social de mercado” fue un modelo originado en Alemania y generalizado en Europa después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Combinó los mecanismos del mercado con una fuerte participación estatal, a fin de orientar la economía al servicio del bienestar social, que sin duda se logró.
En América Latina cualquier “modelo” parecido fue siempre resistido, porque oligarquías tradicionales y hasta empresarios modernos han coincidido en rechazar la participación económica estatal, atacada incluso de “comunista” durante la guerra fría.
Las dictaduras terroristas del Cono Sur latinoamericano comenzaron el aperturismo económico en la segunda mitad de los setenta. Y en toda la región, con el inicio de la crisis de las deudas externas (1982), los condicionamientos del FMI y el triunfo ideológico del neoliberalismo, las economías fueron enrumbadas a un modelo basado en el retiro y desinstitucionalización del Estado, las privatizaciones, la vigencia absoluta del mercado libre, el fomento empresarial privado y la precarización laboral, precisamente en países con persistente explotación a los trabajadores.
Las consecuencias laborales y sociales del modelo “neoliberal” fueron desastrosas para América Latina y ampliamente beneficiosas para los empresarios privados y el capital transnacional.
Semejante “modelo” ha sido revertido por los gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana. Pero, como siempre ocurrió en la historia de la región, contra ellos se levantan los viejos ataques que los inculpan de “estatistas”, “populistas”, “autoritarios” y hasta “violadores” de los derechos humanos, tratando de frenar la actividad económica estatal para el beneficio social.
Aquí “asustan” políticas económicas que en Europa fueron establecidas hace décadas, pese a que los gobiernos de la nueva izquierda no han liquidado los principios del mercado, aunque sí han sabido imponer el papel regulador y promotor del Estado. Sobre varios países europeos se expanden, en cambio, los principios neoliberales que América Latina ya los vivió.
La ironía de la historia ha provocado que América Latina sea hoy la región que marca un cambio de época esperanzador para el futuro, mientras en Europa gobiernos y políticos de derecha no tienen empacho en advertir a sus ciudadanos que deberán aceptar las reformas y sus dolorosas consecuencias. Aquí dejó de interesar lo
que llamaban “bienestar social”, simplemente por salvar a bancos y a empresarios.