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El Telégrafo

Desperdicio de talentos e inseguridades (I)

26 de abril de 2011

Existen en muchos países, y en especial  en los más atrasados y colonizados  como  el nuestro, formas  de pensar  y acciones  humanas equivocadas  que desperdician y no  aprovechan  las  capacidades, aptitudes, inteligencias múltiples, talentos e incluso genialidades de gran cantidad de seres humanos  que se los sentencia a llevar una vida  frustrada, amargada, violenta, con un porvenir inseguro en lo personal, familiar y social.

Toda persona tiene una cualidad  destacada y otras veces se la tiene que descubrir, porque no se es consciente de ello. Henry Wallon decía que “toda persona debe estudiar hasta el límite de sus aptitudes  y que la sociedad debe proporcionar los medios para que pueda estudiar”. Muchas personas, por nuestra ignorancia, odio o ego,  en la cotidianidad, sin darnos cuenta, cometemos crímenes de lesa humanidad. Toda persona debe continuar estudiando, en los campos que demuestran competencias, hasta el límite de sus potencialidades.

Cuando los hijos reciben mucho sin haber realizado ningún o poco esfuerzo, les enseñamos a que sin hacer nada tienen derecho de obtener todo y los atrofiamos.  Cuando en la familia se miente, engaña,  roba o asesina y se obtienen altos ingresos y riqueza no justificada, para aparentar y gozar de un estatus social, se enseña que esforzarse al máximo en los  estudios, deportes o en trabajo no es importante, sino el obtener mucho dinero sin importar cómo, y lo más rápido posible. Cuando los padres aceptan que sus hijos repitan el año en un preescolar, le están enseñando  que no les importa  pagar ese precio, para que esté en el centro educativo de sus sueños. Cuando un niño o niña de escasos recursos económicos, inteligentes y/o talentosos, con una limitación oculta o un trastorno específico de aprendizaje,  el Ministerio de Educación, a través de sus reglamentos, lo hace repetir dos veces el mismo grado, se comete el más grande de los crímenes, porque las autoridades educativas, los profesores, los padres y los alumnos equívocamente llegan a creer que son “unos burros” que no sirven para estudiar y los sentencian a trabajos de pocos ingresos, a la vagancia o delinquir.

Es una muy grave aberración pedagógica y desperdicio de aptitudes, talentos, inteligencias,  genialidades y recursos económicos de las familias, nacionalidades y el Estado, el que, por no aprobar unas asignaturas, se tenga que repetir las que fueron aprobadas.

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