La brutal mundialización financiera ha creado su propio Estado. Ese es un poder que no necesita sociedades, solo demanda mercados. En Europa la crisis ya ha reemplazado a gobernantes elegidos a través de votación popular, por tecnócratas salidos de las instituciones responsables de la crisis.
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, versión en español, lo advirtió hace 14 años, fue en un editorial que exhortaba a desarmar los mercados financieros, y que también constituyó la base de ese movimiento, Attac, que propone una tasa a las transacciones financieras mundiales para ir deteniendo, echando granos de arena, al engranaje de la especulación.
También podría decirse que esa especulación, que parió para su conveniencia al neoliberalismo, ha venido levantando una idea de democracia sin ciudadanía. La democracia no es la misma y hoy cualquiera puede hablar de libertades, justicia, derechos sin que exista verdadero compromiso con esos principios.
Los verdaderos poderes son los económicos. Los poderosos se reúnen y planifican las acciones necesarias para defender sus intereses. Es normal, no debería sorprender a nadie, pero lo peligroso puede empezar a presentarse cuando todo el discurso levantado, de austeridad fiscal, de ajustes sociales, de reducción de salarios, no dé resultados y la gente ya no crea en nada, optando por cualquier cosa, incluso votar por
el verdugo.
El aparato ideológico que mejor posiciona, como siempre, en la mente de la gente la supuesta neutralidad de todo este conjunto de intereses, lo constituyen los medios. Y en este desbarajuste, sociedades sin Estado, sin ciudadanía, también estamos asistiendo a un cambio de valores. Gente que antes defendía la necesidad de profundizar la democracia, atacando al principal enemigo de ella, los poderes económicos, hoy son voceros, más bien, de esos intereses. Lo triste es que, por muy aplicado que resulte el converso, el poderoso siempre dudará de sus acciones: el pasado deja marcas imposibles de borrar. En otra mesa estará servida la comida del converso, jamás podrá compartirla con sus patrones.
Sin embargo comparte un discurso, es más: lo elabora. Puede citar los viejos paradigmas, solo que le ha dado vueltas. Marx, Sartre, Freud seguirán ahí, ahora usados cínicamente, como cínico es todo lo que dicen de libertades y democracia. El poder económico al que hoy sirven jamás entendió eso, representaba la codicia, la explotación, la burla. Hoy la burla indignante es el converso mismo.