Es muy fácil criticar al Foro Económico Mundial. Según la prensa, se espera que a la reunión de este año en Davos asistan 3.000 participantes de todo el mundo, incluidos 116 multimillonarios. Hay muchos directores de grandes compañías multinacionales y de fondos mundialmente conocidos como Blackrock.
Jefes de Estado como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, o el de Brasil, Jair Bolsonaro, y jefes de Gobierno, como el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, o la canciller alemana, Angela Merkel.
De nuevo, la élite mundial se junta y habla de problemas de los que no entiende nada, bebiendo demasiado champán. Esta es la imagen que se suele dar del foro. Pero no es correcta.
Sí, hay champán y no puedo descartar algún exceso, pero la mayoría de los que vienen al Foro Económico trabajan dura e intensamente. Allí es donde la gente de negocios participa en conversaciones que, habitualmente, evitaría a propósito.
Muchos están tan ocupados con sus propios problemas en el día a día de sus empresas o de sus gobiernos que no se suelen dar cuenta de qué más está sucediendo ahí fuera.
Pero eso es distinto en Davos. Los temas que se están discutiendo son temas como la desigualdad social, el cambio climático o un nuevo capitalismo, quizás más justo. También se tratan las tecnologías para luchar contra la pobreza o problemas con menos repercusión pública como la depresión o la soledad en la sociedad.
Los refugiados comparten estrado con los directores generales y los representantes políticos tienen que hablar y escucharse mutuamente. Y quién sabe si también están aquí los más influyentes representantes de las principales organizaciones no gubernamentales, así como prominentes ambientalistas y adolescentes que discuten sus proyectos con los directores de grandes corporaciones.
Uno solo puede felicitar al fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, por esta plataforma única, aunque, en principio se hable mucho y se actúe poco. (O)
* Tomado de la DW