De la pandemia del coronavirus existen múltiples lecturas: que se trata de un complot contra la primacía de una país (fácil de rebatir); que es lo más parecido a una invasión alienígena (debemos estar en casa y esperar el apocalipsis); que se trataría de una estrategia de los iluminate (igual se dijo durante el ataque a las Torres Gemelas); que es una venganza de la Madre Tierra contra la explotación inmisericorde (lo más probable, en un mes el planeta mejoró la calidad del aire y hasta se vieron ciervos de Nara por las calles); que estamos en una etapa del antropoceno, donde el pariente de los simios se cree el rey de la creación y la destruye; que el mundo está plagado de necios (no hay sistema sanitario que resista a los “inmortales”); que vivimos una infodemia (más letal en nuestra psiquis de humanos).
Noelia Ramírez en el artículo, de El País de España, No pasa nada por no hacer nada: cómo resistir a la hiperproductividad en tiempos de coronavirus, señala: “Estaremos aislados en casa en plena pandemia global, pero no lo estamos digitalmente. Allí seguimos plenamente disponibles”, para el consumo…
Edgar Morin, en lo que el coronavirus nos está diciendo, señala: “El virus nos dice entonces que esta interdependencia debe dar lugar a la solidaridad humana en la conciencia de nuestro destino común. El virus también nos revela lo que he llamado la “ecología de la acción”: la acción no obedece necesariamente a la intención, puede ser desviada, desviada de su intención e incluso volver como un bumerán para golpear al que la ha desencadenado.
Esto es lo que el profesor Eric Caumes de la Pitié-Salpêtrière predice: “Al final, son las reacciones políticas a este virus emergente las que conducirán a una crisis económica mundial... con un beneficio ecológico”. La última paradoja de la complejidad: el mal económico podría generar una mejora ecológica. ¿A qué costo? En cualquier caso, mientras nos hace mucho daño, el coronavirus nos dice verdades esenciales”. (O)