Algunas décadas atrás se estableció la Comunidad Científica Nacional “Comciee”, con el laudable propósito de organizadamente reunir a quienes silenciosamente realizan indagación y ciencia de cualquier naturaleza en los diferentes lugares de la nación.
Desde el punto de vista legal era y es una institución de carácter científico de derecho privado con fines estrictamente sociales, y con una amplitud de criterio plenamente alejada de banderías políticas o religiosas y, por tanto, abierta a quienes hacen investigación y ciencia, y que voluntaria y libremente manifestaren su voluntad de asociarse a partir de la calificación de méritos que los reglamentos exigen.
Los acontecimientos luctuosos y reprochables de la crisis financiera y política de fines del segundo milenio y principios del siglo XXI en nuestra patria, la quiebra bancaria y el éxodo de casi un millón de connacionales en busca de mejores días fuera de las fronteras nuestras, obviamente, causó dificultades graves en el funcionamiento de la ilustre entidad.
La salida de miles de nuestros profesionales, muchos de ellos con vocación para la investigación, le arrebataron la necesaria reserva intelectual que requiere todo organismo de connotación científica y por algunos años permaneció ciertamente invisibilizada.
Recuerdo que hace ya varios años, en una conversación con Mario Bunge, un cientista social de renombre continental, me decía lo importante que era que un Estado en vías de desarrollo tuviera una organización nacional que agrupara a sus investigadores y científicos, lo que no sucedía en su tierra natal, Argentina; ni tampoco en Canadá, donde prestaba sus servicios en una universidad de renombre.
En estos días, nuevamente nos hemos reunido en Guayaquil los antiguos y nuevos miembros de la Comunidad, iluminados y emocionados por los albores del recordatorio luctuoso de la “Hoguera Bárbara” -tema central del encuentro- evocando la figura de Alfaro, el estadista que envió a los más esclarecidos talentos ecuatorianos de su tiempo a especializarse a los centros académicos más importantes y que, a su vez, contrató misiones científicas extranjeras que trabajaran con los docentes locales en su afán de que el Ecuador fuera una república ilustrada.
Hoy que el gobierno del presidente Correa, en la misma línea alfarista del progreso, solventa políticas sustanciales que buscan la excelencia en todos los campos de la educación de la ciencia y la tecnología, enmendando frontalmente los errores del pasado, entregando los recursos económicos, concediendo ilimitadamente becas de posgrado, reforzando y fortaleciendo investigación y quehacer científico con la creación de nuevos institutos que, unidos a los ya existentes, podrán incorporar al pueblo ecuatoriano descubrimientos, inventos, innovaciones, técnicas, creaciones y metodologías concebidos por sus mujeres y hombres de ciencia.
La Comunidad Científica Ecuatoriana deberá estar presente y decir su palabra, pues el porvenir del país no puede ser otro que el desarrollo del conocimiento científico y técnico.