El día internacional contra la violencia hacia las mujeres lleva a reflexionar las condiciones de inequidad, exclusión e invisibilización social en que viven millones de mujeres indígenas en América Latina. Es común -que en sociedades donde prima una visión étnica dominante, como la blanco-mestiza- el olvidar el dejar de lado la violencia étnica de género en sociedades con alta diversidad y asimetría social, como la ecuatoriana. Es que la condición étnica no debe ser dejada de lado en los debates, acciones de los movimientos sociales y políticos, como las políticas públicas estatales.
La condición étnica es visible en cada acción cotidiana de las grandes urbes o pequeños pueblos o comunidades en cada región del país. Lo étnico está tan presente que llega a pasar desapercibido, es decir, se naturalizan ciertas condiciones étnicas frente a otras. Las naturalizadas se asumen en una condición de servidumbre aceptada y legitimada por un orden étnico-político. Las mujeres indígenas como las afrodescendientes, en un orden poscolonial republicano, han tenido que padecer el determinismo social de las clases, estamentos y castas que han asumido históricamente que el poder y su administración les pertenece por herencia. Es una doble condición de naturalización, por arriba y por abajo. De esta forma estas mujeres fueron definidas para ser servidumbre o fuerza de trabajo a beneficio de sectores con mayor movilidad social. Pensemos en las redes de mujeres indígenas que se insertan en el mercado laboral del servicio doméstico, a través de redes parentales intergeneracionales que, buscando mejores oportunidades, se desplazan del campo a la ciudad.
Pasan de un mundo rural a los márgenes de las ciudades; a las casas de los “patrones” donde otras mujeres, étnicamente diferenciadas y diferenciadoras, usufructúan del trabajo barato de esas otras mujeres diferentes, minorizadas. Durante décadas se volvió común el maltrato físico y verbal, la esclavización sexual por parte de esos patrones. Existe toda una memoria vergonzosa fruto del oprobio y la vejación étnica. Es clara y brutal la brecha étnica en las acciones de género. Reflexionemos cómo las demandas de las mujeres indígenas quedan, en muchos casos, sometidas a las priorizaciones y posiciones estratégicas de los propios movimientos indígenas. Es claro que tienen sus propias cosmovisiones, pero incluso en esos mundos las demandas de género-etnia han quedado marginadas a los alcances de los proyectos políticos.
También que la lucha social por el reconocimiento subordina la condición étnica a los intereses prioritariamente masculinos. Cada día se devela que, con las nociones de igualdad occidental, la equidad étnica- intercultural no podrá jamás realizarse ya que, incluso, se oculta en las prácticas “tradicionales” de reciprocidad y complementariedad masculina.