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El Telégrafo
Xavier Guerrero Pérez

Ante el transfuguismo, ¿qué hacemos?

08 de mayo de 2023

¿Conoce usted o ha escuchado la frase: “Ahí te quiero ver”? Esta frase es aplicada cuando existen situaciones a las cuales una persona está -directa o indirectamente- relacionada y puede o debe tomar una decisión sobre las mismas; decisión que, casi siempre, genera descontento más que simpatía. En todo caso, la opción no está en rehuir, dado que significaría el mal mayor. Por el contrario, la vía está en actuar, en virtud de que equivaldría a provocar un bien superior.

Además, creo conveniente partir de esos grandes y útiles términos dentro de la Dirección de Marketing: ‘novedad’, ‘tendencia’, y ‘moda’. La diferencia radica en que, mientras la novedad es todo aquello que causa sorpresa, sea porque es de reciente aparición, o es extraño; la tendencia se genera cuando la novedad pasa a ser adoptada por una cantidad considerable de personas, y la promueven con el testimonio que dan; y, la moda se aprecia al momento de que existe una suerte de estandarización de la tendencia, de manera que el adoptar la misma se vuelve ‘una acción de carácter normal’.

Si extrapolamos y circunscribimos, simultáneamente, lo indicado en el párrafo anterior a nuestra realidad, y lo aterrizamos en el ámbito político partidista, usted tiene entonces una moda del transfuguismo. ¡Raro pero cierto! Pero, ¿Qué es esto de transfuguismo (o lo que popularmente se conoce como “camisetazo”; ‘cambio de camiseta’, e inclusive ‘se bajó de una camioneta para subirse a otra’)?

Según el Diccionario de la Lengua Española, el ‘transfuguismo’ es la “actitud y comportamiento del tránsfuga, especialmente en la vida política”; y, la persona tránsfuga es aquella que “abandona una organización política, empresarial o de otro género, para pasarse a otra generalmente contraria”. En ese sentido, el ex presidente Rodrígo Borja, en su magistral obra ‘Enciclopedia de la Política’, define al tránsfuga como quien “(…) huye de un lugar a otro y, en sentido figurado, quien reniega de sus principios ideológicos, abandona su partido político y se pasa al bando contrario (…)”. El Doctor Borja añade: “El transfugio (…) denota en sus autores falta de firmeza ideológica, debilidad de convicciones, excesos de pragmatismo, oportunismo político, (…) anteposición de intereses personales (…) algunos políticos buscan utilizar a un partido para sus fines egoístas y, cuando no logran su propósito, abandonan sus filas y se entregan apasionadamente a servir los intereses de los adversarios. Por lo general el tránsfuga profesa un terrible odio rencoroso al partido de cuyas filas salió y se convierte en su peor enemigo”.

Creo mayormente conveniente referirme a lo que muchos de nosotros ya conocemos: políticas(os) que ofrecen muchas cosas (especialmente durante el periodo de campaña política), que usted los observa estar “militando” (al menos en esos momentos) en un determinado partido político, que tiempo después de que el gran elector les brinda el voto en las urnas, deciden ellas(os) renunciar a la organización política que los catapultó/auspició, pero no renuncian al cargo obtenido gracias a ese partido político, que se declaran ‘independientes’, y que, tiempo después, usted los observa “militando” en otro partido político. ¿Esa actitud es novedad, tendencia o moda? Es moda, señoras y señores. Duele decirlo, pero ocurre, y refleja tanto (siendo elegante y generoso) una debilidad del sistema de partidos, evidencia las heridas y llagas que nuestra señora democracia sigue coleccionando, así como es una muestra más del por qué no terminamos de salir del subdesarrollo.

Propongamos algunas interrogantes: ¿Por qué en realidades como la Guatemalteca el transfuguismo está prohibido (y la sanción es que quien la cometa cesa en el cargo) y no en la Ecuatoriana? ¿Debe haber mayor tolerancia por parte de las ecuatorianas y los ecuatorianos cuando aquella persona que fue elegida, mediante sufragio universal, y que aparecía en la lista de una puntual organización política, hoy tome la decisión de abandonar las filas del partido político, pero aún continuar en el cargo, pese a que sin el acompañamiento y respaldo de ese partido político, era imposible que la referida persona haya llegado al cargo? ¿Qué está ponderando más las y los electores: la tolerancia a algunos políticos quienes ante supuestas discrepancias con su organización política los lleva a renunciar, y así declararse independientes; o, el todavía no apreciar que si una persona política es electa para un cargo, se espera que cumpla con lo que ofreció y que no defraude la confianza depositada a través del voto al momento de que sale de las filas partidistas?

Sigamos con más preguntas: ¿Es objetivo o subjetivo que una persona política asevere que se separa de su partido político por presuntas diferencias internas con su partido político, o por que aparentemente el partido político al que se pertenece está tomando otro rumbo, o, inclusive, porque la persona política afirma que ella sí trabaja por sus electores y que el permanecer en la organización política le impediría aquello? ¿Si una política(o) es expulsada de su partido político, es política y éticamente correcto que continúe en el cargo (del cual llegó exclusivamente a través de esa organización política)? 

¿Cómo se corrigen estas circunstancias? A través de disposiciones constitucionales y legales. ¿Quiénes son los confeccionadores de la Ley? Las y los políticos. Tomando la idea del párrafo inicial de esta columna: “Ahí los queremos ver”; entonces, ¿Lo harán? Pero, no es el único reto de fondo. La problemática revela que nuestra clase política, o política de clases, tiene varias tareas pendientes, algunas dificultades, y serios problemas ideológicos y éticos. ¿Falso? Tan solo veamos: políticos que usted y yo, en los años que llevamos en esta tierra, los hemos visto “de partido en partido”. Hay otros políticos que usted y yo los hemos visto “en su cargo y en TV”, y, como dice Jesús en los textos sagrados: “No se puede tener dos amos”, sencillamente porque se hará bien una de las tareas, o simplemente todo se hará mal. ¿Es correcto que se acepten esas manifestaciones políticas?

¿Qué ocurre si nuestra clase política o política de clases no “se dejan ver” para aplicar correctivos? La respuesta está en la idea inicial de esta columna: ¡Ahí hay que hacernos ver! Y la mejor manera de hacernos (la ciudadanía) ver está en hacer uso de esa herramienta de tipo democrática, sensata y civilizada, que es el usar la propia Ley, la cual ofrece varios mecanismos debidamente establecidos, a saber la iniciativa ciudadana para reformar la Ley. Muchas y muchos de nosotros nos incomodamos, nos fastidiamos, nos irritamos, nos indignamos ante la acción que de cierta manera deforma la democracia representativa y participativa, que tal vez ya no nos sorprende, y que, para no ‘dañarnos más el hígado’ optamos por el desinterés -y así el abrazar la desafección- de lo que debemos estar constantemente pendientes: la política, dado que es a través de la administración de ella por la que determinamos el estado de salud de nuestra señora democracia. Ciertamente el sistema de partidos está en crisis. Pero, hay que transitar “de la queja” a “la propuesta”. Y, ¿si no nos brindan la oportunidad (y únicamente visualizamos que se la otorgan a “los panas”, o “los que figurean”)? ¡Hay que crearla con ideas! Probablemente es válido que alguna persona esgrima: “El problema aquí es quienes eligen a aquellas personas políticas que les gusta “el camisetazo””. Es posible. No obstante, el problema detrás del problema está en aquellos partidos políticos que son permisivos ante el actuar denominado transfuguismo, y que termina -con esa inacción- desilucionando la voluntad de quienes han venido mucho tiempo militando, que solemnizan qué significa ser parte de un partido político, que han demostrado lealtad, que aspiran llegar a tener la misma oportunidad (que aquella o aquel que llegó ‘recién’ ya que es ‘popular’), y que, como no se la brindan, optan por abandonar el partido, e inclusive, la política partidista.

Puedo comprender que el abordaje del transfuguismo no es sencillo, más cuando nos ubicamos en el lado de las y los políticos. Ellos(as) pueden aseverar: “Me separé del partido porque (presuntamente) no me permitían actuar de la manera en que considero”, y ahora resulta que se está proponiendo que potencialmente me castiguen por esa decisión; y, ¿dónde quedó mi derecho constitucional a ser elegido(a)? Una postura válida. Aunque esa disyuntiva se zanja al momento que la persona política piensa, medita y se toma absolutamente en serio el ser parte de un partido político. ¡Esta decisión no debe ni tiene que ser tomada a la ligera! De hecho, estimo que el pasar a formar parte de un partido político es igual a ese ‘sí’ que se da al amor de la vida en el altar, al momento de decidir contraer matrimonio: para toda la vida. Si no, tenemos lo de hoy: arrepentimientos y hasta lágrimas,o quizá victimizaciones.

Una vez más, creo que el anhelo de quienes buscamos que la señora democracia se encuentre con muy buen estado de salud, está en contar con partidos políticos con sólidos principios ideológicos y éticos, donde, por ejemplo, se tenga tolerancia cero al transfuguismo, se valore la lealtad y se brinde igualdad de oportunidades tanto al que milita día a día en su barrio, en su congregación, en su sector, así como al “famoso(a)”. Aún martilla en mi mente lo que proclamaba tiempo atrás el ex presidente Abdalá Bucaram: (parafraseando) recuerdo con agrado a Don Omar Quintana Baquerizo, un político leal al PRE. Siempre estuvo con nosotros, sea en los tiempos buenos, como en los tiempos malos. Toda su vida militó en el PRE. Esa actitud política es la que el país requiere.

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