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El Telégrafo

Algunos humanos se divierten viendo matar a otro animal

02 de mayo de 2011

Un espectáculo taurino llamado corrida de toros sirve para alegrar a muchos fanáticos de nuestro país.

Este espectáculo público se inició fundamentalmente en España en el siglo XVII y fue traído hacia América por los conquistadores. Consiste en llevar toros a la denominada plaza de toros, donde un hombre denominado torero, con toda alevosía y en condiciones totalmente beneficiosas para el matador, inicia el propósito de quitarle la vida a este animal, al que primeramente se lo ha preparado bajo condiciones normales de salud y fuerza, antes de la corrida.

Cómo podríamos aceptar que haya felicidad en las personas observadoras de este espectáculo, cuando se trata de un crimen cruel y despiadado y en las condiciones más desfavorables.

Si todos los animales somos hijos de Dios, no podríamos justificar que haya diversión en base a tanta crueldad y tanto abuso que se acepta del matador.

Según la definición, la corrida de toros no es un deporte, ya que es una competencia desigual entre 2 rivales. Más aún si a los toros les cortan la punta de los cuernos para que su competencia sea menos peligrosa. Una corrida de toros es un espectáculo de engaños y falsedad, donde el toro se enfrenta a su rival luego que le han disminuido  sus facultades físicas.

No podemos aceptar que deben continuar las tradiciones en nuestras sociedades, de aquello que objetivamente constituye una injusticia y un abuso, mientras que el torero busca aplausos que lo vuelvan famoso.

En 1980 la Unesco, la máxima autoridad mundial en materia del ambiente, opinó al respecto: “La tauromaquia, el malhadado y banal arte de torturar y matar animales en público, según unas reglas, traumatizan a los niños y a los adultos sensibles; agrava el estado de los neurópatas atraídos por esos espectáculos, desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. La crueldad que humilla a humanos y animales que destruye por el dolor no se puede considerar como una cultura”.

Juan Pablo II, luego de un estudio de la biblia, dijo que “el hombre salido de las manos de Dios resulta solidario con todos los seres vivientes”.

La cultura siempre constribuye a que el ser humano sea más sensible,  más civilizado. Por tanto, la crueldad que humilla y destruye por el dolor jamás se podrá considerar cultura.

Debemos recordar que solamente los sicópatas gozan con el dolor ajeno; que esta es una tradición que no debe continuar.

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