Voluntarios hacen esfuerzos colosales para llevar agua a refugiados en Níger
Los trabajadores humanitarios hacen esfuerzos colosales cada día para llevar agua al desierto a decenas de miles de personas que huyen de Boko Haram en el sudeste de Níger y evitar una "catástrofe".
"El agua es una necesidad primordial. Uno puede estar dos días sin comer pero con deshidratación severa se puede morir enseguida", explica Mohamed Ali, responsable del agua para la Unicef en la región de Diffa.
Más de 50.000 personas que huyeron con lo puesto se instalaron en el desierto, en campos barridos por un viento cargado de arena y bajo un sol de justicia, después del ataque de los yihadistas nigerianos de Boko Haram el 3 de junio contra la ciudad de Bosso, a orillas del lago Chad.
La Unicef transporta 280.000 litros diarios a Kidjendi, donde están instalados 40.000 refugiados, y 60.000 litros a Gari Wazam, que alberga 25.000 personas. Otras oenegés como Acted o International Rescue Committee también son muy activas.
"Y al otro día hay que volver a empezar", explica Mohamed Ali. Un verdadero trabajo de Sísifo.
"Atención, líquido inflamable", se puede leer en un camión cisterna. En realidad, transporta solo agua. Los camiones hacen idas y vueltas entre las fuentes de agua y los puntos de reparto. Los cooperantes depositan "bladders", enormes bolsas de plástico resistente llenas de agua en las que se puede enchufar un grifo.
A un lado de la carretera nacional 1, al norte de Diffa, entre las numerosas casas de paja y tiendas de refugiados, se forman filas de centenares de bidones de color naranja.
"Hay mucha gente, puedes venir con dos garrafas pero puedes volverte con solo una llena. Hay demasiada gente, es difícil conseguir agua. A veces hay que volver por la tarde", explica Cheldou Malou, de 25 años y madre de cinco hijos.
Necesidad de nuevos recursos
Como manda la tradición, las mujeres son las encargadas de ir a buscar agua y volver con los bidones en equilibrio sobre sus cabezas cubiertas por un velo.
Mujeres a veces muy jóvenes, como Falimata Koderam, de 16 años, casada y sin hijos, o Hatcha Halima, de 20 años, con tres hijos. "Pesa pero estamos acostumbradas", dicen con una sonrisa.
Están aquí desde hace dos semanas y desearían regresar a su pueblo, Yebi, cerca de Bosso, atacado el 30 de mayo, justo antes de la gran ofensiva de Boko Haram. Dicen tener dificultades para encontrar comida.
Los hombres se ocupan de conseguir dinero para los alimentos y madera para calentarse, pero a veces también tienen que hacer colas, como Mamadou Chiari, campesino cerca de Bosso, casado y con cinco hijos, el más pequeño de un año.
En general, los refugiados colocan sus bidones, casi todos idénticos, al anochecer o al amanecer, y regresan cuando llega el camión cisterna.
Cada uno reconoce el suyo gracias a un trozo de tela, un defecto o una marca específica. Pero cuidado con los colones: "A veces hay problemas. Algunos se creen más listos. Lo solucionamos discutiendo", explica Mamadou.
Dice que se las arregla "para ganar algo de dinero para alimentar a su familia, ya sea transportando los enseres de alguien, ya sea ayudando a un criador a guardar sus animales".
Algunos kouris, una variedad africana de bovino con grandes cuernos, circulan libremente por los campos. Muchos criadores huyeron de la zona del lago Chad y la convivencia plantea algunos problemas. Los animales también necesitan agua y sus excrementos han contaminado algunas capas freáticas poco profundas, lo que ha hecho que algunos pozos sean inutilizables.
Para tener que transportar menos agua para los refugiados, los cooperantes tratan de encontrar pozos con agua potable, pero son insuficientes.
"Es una actividad muy cara. Vamos a agotar rápidamente todos nuestros recursos económicos", subraya Mohamed Ali. "Necesitaremos más recursos". (I)