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Ecuador, 29 de Noviembre de 2024
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El Telégrafo
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La utopía de la unidad

El pretexto de que el ser humano genera desechos que se acumulan por toneladas en los mares, contaminándoles, es lo que hace arrancar al filme de James Wan, Aquaman (2018). Con esta idea el argumento representa cómo los seres que viven en los mares establecen una guerra contra la humanidad, aunque esto suscita una tensión entre poderes. Aquaman, el héroe, será el que tendrá que decidir (camino de aprendizaje de por medio) la consecución de tal propósito.

Dicho de este modo, Aquaman sugiere un discurso sobre lo medioambiental. Sin embargo, tal discurso pronto cambia su sentido a un espectáculo sobre la lucha por el poder. ¿Por qué se da este brusco cambio? Una respuesta es que en la industria del cine muchos temas que pueden ser problemáticos sirven como pretexto para enganchar audiencias, pero, dado que el fin es entretener, cualquier tema de importancia social y planetaria termina siendo tratada superficialmente.

Y ese es el problema de Aquaman: el desastre medioambiental que al presente vivimos, por causa de los desechos no orgánicos y que forman islas gigantescas en los mares, que además ponen en riesgo el hábitat de los animales marinos, es una cuestión que se diluye en el argumento de la película. Lo que importa, en realidad en esta, es posicionar a un personaje de historietas y construir un mito sobre otro salvador que viene desde afuera, desde lo marginal.

El hecho que más bien resalta en Aquaman es la idea de otra formación familiar, entre individuos de distintas culturas, de cuyo seno nacería un tipo de hombre nuevo. La que viene desde afuera es una mujer, una reina atlante, que funda una relación intercultural con ese hombre occidental acostumbrado a su hábitat y sus costumbres. Lo interesante, en este contexto, es el preanuncio de una nueva utopía, el de la unidad inter o transcultural donde humanos y “no humanos” deberían convivir plenamente.

Si bien Aquaman se desentiende de lo medioambiental es para mostrarnos ese mundo otro, el de afuera, como posible y mejor. La cuestión es que el que debe gobernarlo es alguien producto de la conjunción intercultural. Y he aquí que hay una otra renuncia en el propio discurso del filme: la humanidad no cambia, sino que permanece incólume; el nuevo gobernante sigue la misma trama de poder propia de lo humano. Aquaman, de este modo, es apenas un reflejo de lo humano donde lo que importa es la realización personal, alejada de toda problemática que el filme trataba de deconstruir. (O)

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