Desde un ángulo pragmático es una decisión aceptable, de algún modo inevitable: la Unasur era un muerto viviente.

Sus miembros no participaban, no tenían competencias y sus consejos eran prácticamente inactivos hace varios años. Sin embargo, es lamentable que un proceso que se inició con muy buenas intenciones, nuevamente caiga en una larga fila de procesos de intentos fallidos de integración de América Latina.    

Por el lado simbólico, el edificio era algo totalmente asociado a la América Latina del chavismo y  relacionado a esa época.

Ahora hay elecciones que se acercan y creo que Lenín Moreno toma esta decisión para recordarnos lo que era el correísmo, porque una cosa es el discurso del progresismo y otra la experiencia real vivida de los países que nos metimos a eso. Esta puede ser una movida estratégica para aparentar un cierto distanciamiento.

Creo que el momento fue elegido con cálculo. Es un divorcio real antes de las elecciones para que la gente entienda que hay dos alternativas distintas, una es la 35, y otra la tendencia correísta.

El edificio de la Unasur es la expresión física más asombrosa del correísmo, más que Yachay, porque es hipermodernista, en un lugar totalmente alejado de una ciudad o planificación urbana, sin preocuparse de los barrios que están rodeando al edificio; es el arquetipo de lo fallido del correísmo.

Entonces, quitarle el edificio de la Unasur, es una bofetada simbólica, sin duda. Al igual que quitar el monumento del expresidente Néstor Kirchner, y estoy de acuerdo con la eliminación de la estatua porque el personaje no tenía las credenciales para representar un proyecto de integración regional real, no rentista como lo fue la Unasur.

Desde el punto de vista pragmático y simbólico está claro lo que el presidente Lenín Moreno quiere hacer, que es tratar de movilizar o hacer notar a quien todavía piensa un poco que es un hombre tibio y mostrar algo que conmueva. (I)