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El tiempo de ver y del cambio

El tiempo de ver y del cambio
14 de abril de 2019 - 00:00 -

Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos (Siruela, 2005) señala que el río tiene un doble simbolismo ligado al tiempo: por un lado, la fertilidad y, por el otro, el olvido. El río abre la tierra y la hace producir; lleva la vida; y cuando su flujo ha llegado a un término, no hay atrás, sino lo que deviene. Es una paradoja y es, en cierto sentido, lo que resuena en la película A ciegas (2018) de Susanne Bier.

Sandra Bullock debe ir a ciegas, por la corriente de un río, junto a dos niños, hasta un refugio. Sin embargo, el río ya tiene su curso, por lo que su tarea implica confiar en los escollos del camino. Estos vendrían a ser los residuos de lo que queda de una humanidad diezmada por una presencia extraña (extraterrestre o producto de armas químicas… la cuestión es sugerida en el filme): es decir, casas y máquinas abandonadas, y grupos de enfermos con un virus inexplicado, los que pueden ver lo “fantástico” de alguna cosa monstruosa. El caso es que estamos en un mundo posapocalíptico donde los que pueden sobrevivir tienen que taparse los ojos. El río conecta una existencia que se debe olvidar y llegar a otro espacio, otra comunidad, donde una parte de la humanidad pretende volver a vivir.

El río conecta la muerte con la vida en A ciegas. Cumple con el postulado de Cirlot, porque, además, la mujer, su hijo y la niña de otra víctima de la catástrofe, vendrían a ser una especie de portadores de nueva esperanza en ese río de la vida incontaminado por las presencias extrañas. Bier nos desafía, cámara en mano, a entender cómo asumir realmente la oscuridad, de renunciar a la vista, y ser semilla distinta a la humanidad que antes se veía.

La cuestión esencial es el mundo visto, el conocido, con sus logros y sus falencias, con sus hombres y mujeres en constante recelo y desconfianza.

Ese mundo, el actual, en la visión apocalíptica de Bier, tendría que olvidarse. Es el mundo del poder de la visión que hace que la humanidad tenga millones de certezas antes que vacilaciones por los nuevos senderos. Un mundo anclado en lo evidente que necesita refundarse. Cosa curiosa: solo los pájaros pueden conducir a los humanos invidentes; su canto asemeja a la vista que se debe hacer ahora a través de lo sensible. La nueva comunidad de Bier, la ciega, es una que se reafirma en su voluntad de volver a empezar sin ver los ídolos atosigantes de la modernidad. ¿No hay acaso también una especie de perspectiva bíblica en A ciegas? (0)

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