Reunir las soledades
Propongo un título paradójico para comentar la película japonesa, Un asunto de familia (2018) de Hirokazu Kore-eda, Palma de Oro en Cannes del pasado año. Sí, es paradójico porque el filme trata de una familia postiza, que se articula con base en la necesidad de sus componentes que tratan de escapar de la soledad.
El retrato de un grupo de personas que viven en la pobreza, con trabajo precario, sujetos a los caprichos del mercado, en un Japón de bienestar, es una impresión que queda en la mente del espectador. Aunque la trama del argumento es una pareja que sobrelleva el día a día, ayudada por una anciana que aprovecha el cobro de su jubilación, a la que llaman abuela, la idea de Hirokazu Kore-eda es mostrarnos cómo tal grupo humano es solidario entre ellos. La pareja retiene dos niños y acoge a una muchacha que se exhibe en uno de esos lugares para solitarios. En realidad, el supuesto padre y los niños se dedican al robo de productos de subsistencia (alimentos, ropa…) y los otros lidian con cualquier oportunidad que les brinda el mercado.
A través de ellos, nos vamos dando cuenta de una sociedad sobrepoblada, donde sus habitantes son solitarios, que se refugian en centros de diversión, en locales para interactuar con máquinas; las calles se presentan desoladas y los centros comerciales como espacios sin interacción. Como si fueran los restos de una población a la que todos ignoran, la necesidad de los personajes de tener una familia es imperiosa, quizá como garantía de que en ella hay ciertos aspectos inencontrables en la sociedad hipermoderna: la afectividad, el calor humano, la atención a qué se hizo en el día, el diálogo fraterno y, sobre todo, el deseo de oír alguna palabra amorosa.
Para la justicia y la racionalidad estatal lo que hace esta familia es, sin duda, delincuencial. Y como tal es tratada, desintegrándola cuando es descubierta. Pero ¿el Estado y la justicia han observado lo que es esencial de la familia, precisamente esos recursos intangibles que la sostienen? Hirokazu Kore-eda hace un filme magistral que muestra su escepticismo sobre una sociedad racional que además deshumaniza. Para que todo esté correctamente engranado, el director denuncia a un mundo que prefiere solo seres maquínicos que respondan a su dinámica. Lo demás: el espacio de lo sensible, de los afectos, de lo inherentemente humano es, en este sentido, lo que tal sociedad desecha. (O)