Se puede llamar mito al “amor romántico” porque pensarlo es introducirse en un mundo de polémica y drama; también en realidades en las cuales hombres y mujeres viven desigualdades.  

El amor, en muchas ocasiones, ha estado ligado a la parte oscura de la vida de las mujeres, no solo respecto al amor conyugal, sino a otras formas de amor. Las mujeres, como parte de todo lo que hacen, “aman” y quieren ser “amadas”. Pero existen diferencias clásicas en sociedades patriarcales en este sentido.

Las sociedades occidentales todavía ubican a este tipo de amor, el conyugal, como el centro de las aspiraciones en la vida de las mujeres. Así, amarse, alcanzar estatus, desarrollarse como persona, tiene sentido, siempre que a la par se encuentre el amor de pareja, fantaseando con cantidad de mitos que permean nuestra conciencia.

Para Marcela Lagarde, antropóloga mexicana, tradicionalmente se habla de un amor igual entre un hombre y una mujer; sin embargo, esta construcción es subjetiva, es una performance de género, determinada por la cultura. Y se dice que “poco se piensa al amar”, como si el amor fuera independiente de pensar.

En esta corriente, en sociedades como la ecuatoriana, mexicana, española y otras, el hombre es el sujeto de la historia, del pensamiento, de la sexualidad y del amor. La concepción es que los hombres son amados en la mayoría de casos, y si no logran el amor de una mujer, lograrán el de otra.

Entonces, esta manera de percibir el mundo hace difícil la relación de afecto entre hombres y mujeres en forma desigual, entre otras cosas, por lo que dice Millet: “Nadie llega al coito en el vacío”.

Hoy la norma va cambiando, por lo distinto de ver el mundo de las mujeres, su autonomía, profesionalización y libertad. Por lo tanto, construir una pareja amorosa implica observar al otro u otra como sujeto digno de amor, prodigar amor en equidad, sin supremacías ni superioridad de ningún tipo, sino en la construcción mutua en la que se puedan reflejar. (O)