Hace pocos días fallecieron dos cineastas: el estadounidense Michael Cimino y el británico Robin Hardy. Dos directores que no necesitaron un extensa obra cinematográfica -Cimino, ‘El cazador’ (1978), ‘La puerta del cielo’ (1980); y, Hardy, ‘El hombre de mimbre’,(1973)-, para marcar una época: la de los libertarios años setenta del siglo XX.

Esa década que generó a la vez, el Nuevo Hollywood de Scorsese, Coppola, Hal Ashby y Dennis Hopper, y la corriente del cine británico encabezada por Nicolas Roeg, Ken Loach y otros herederos del ‘Free Cinema’.

Con un guion del dramaturgo Anthony Shaffer, Hardy usó a ‘El hombre de mimbre’ como espada para llegar hasta el hueso de la Gran Bretaña rural, aquella cuyas fiestas populares y tradiciones evocan todavía el eco de los druidas y sus sacrificios de sangre. Con la actuación de Christopher Lee en el papel del enigmático terrateniente Lord Summerisle (cuya figura ha sido recordada hoy por muchos en relación al  Brexit y al auge de la extrema derecha en el Reino Unido). La cinta está considerada como una de las más originales de su época.

De su lado, Cimino con ‘La puerta del cielo’ coincide con el trabajo de Hardy en su empeño por hurgar en heridas sociales. Ahí donde el director británico puso su mirada en el caciquismo, la superstición y la fe ciega, Cimino volvió a narrar la llamada ‘Guerra del Condado de Johnson’, un suceso ocurrido entre 1891 y 1893: a fin de asegurar su control sobre las tierras de pasto en Wyoming, las grandes compañías ganaderas armaron un ejército privado dedicado a masacrar pequeños propietarios, en su mayoría inmigrantes. Cimino arma una historia en torno a un sheriff solidario con los pobres (Kris Kristofferson), un asesino a sueldo (Christopher Walken) y la siempre magnífica Isabelle Huppert como la madame que, a su manera, los quiere a ambos.

La película, condenada en su estreno, recibió en 2012 una ovación cuando fue proyectada en el Festival de Venecia. (I)