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El Telégrafo
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Los pasillos de la cárcel de Turi no frenan el deseo de superación de José

Jose A. cumple una condena de 8 años por un crimen, que dice no cometió. Dedicó 4 horas diarias para hacer sus tareas y graduarse.
Jose A. cumple una condena de 8 años por un crimen, que dice no cometió. Dedicó 4 horas diarias para hacer sus tareas y graduarse.
Foto: Fernando Machado / El Telégrafo
29 de mayo de 2016 - 00:00 - Rodrigo Matute Torres

Desde la sala de espera da la impresión de que los fríos y bien controlados pasillos del Centro de Rehabilitación Social de Turi son inexpugnables. El ingreso está condicionado. Todos los extraños deben cumplir estrictamente normas y reglamentos por su propia seguridad.

Cada paso es vigilado por cámaras o policías que están atentos a cualquier movimiento extraño. El silencio es sepulcral en algunos tramos, mientras en otros, el grito de las personas privadas de la libertad (PPL) se escucha al fondo. En sus  ventanas cuelgan ropa, esperando quizás que haya un poco de sol para que la prenda pueda secarse.

Luego de caminar unos 4 minutos por su interior y escuchar que hay más de 2 mil personas detenidas en este sitio, unos en celdas de alta peligrosidad y otros de mediana peligrosidad, se llega hasta una última puerta que da al Infocentro.

Un guardia del centro se encarga del ingreso de los visitantes, que previamente fueron minuciosamente registrados. Desde este lugar se puede observar las colinas y las pocas viviendas que rodean el centro.

El área de estudios no se encuentra llena de libros, pero está conformada por 16 computadoras y también instructores. Aquí los privados de libertad aprovechan su tiempo en adquirir nuevos conocimientos.

Por la única puerta aparece José A., un hombre de contextura gruesa, de lentes y que viste como los demás, es decir, ropa color naranja. Con una sonrisa, casi forzada, saluda a quienes ocupan este espacio. Su rostro muestra el sufrimiento por su condena, pero también el orgullo por haber conseguido una maestría en Auditoría Integral y ser el primer PPL en Ecuador en lograr este título de cuarto nivel. “Aquí estoy dos años nueve meses”, nos indica, mientras sus compañeros de prisión no se desconcentran y siguen frente a sus computadoras: realizan tareas que la Universidad Particular de Loja les asigna.

“Tengo una sentencia para 8 años, por un delito que jamás cometí”, nos anticipa José. Él es economista de profesión y  laboró en una cooperativa que quebró en la ciudad de Cuenca. Los primeros meses de prisión los cumplió en la vieja cárcel que estaba ubicada en la parte norte de la capital azuaya, luego, cuando se inauguró el centro de máxima seguridad pasó a Turi junto a los demás privados.

Cuando José A. disfrutaba de su libertad ya estudiaba su maestría, pero se interrumpió en el momento de su detención.

“Parecía que el mundo se me acababa, pero mi madre fue  parte fundamental para levantarme”, dijo, mientras sus ojos se quedaban fijos, como recordando lo que pasó el día que lo detuvieron.           

Su progenitora lo matriculó en la Universidad Particular de Loja para que continuase su maestría a distancia, pero le era difícil lograr concentrarse para cumplir con sus deberes, “en la antigua cárcel no había cómo estudiar porque todos hacían bulla”, recuerda. Agrega que ahora en el centro de Turi hay las condiciones para completar los estudios y los trabajos, aunque reconoce que las prácticas siempre serán un déficit en el aprendizaje, “pero a mí me tocó recordar y poner en práctica toda mi experiencia, todo mi trabajo realizado cuando estuve libre”, indica.

Para conseguir su objetivo, dedicó cuatro horas diarias para hacer sus tareas y para graduarse rindió un examen complexivo, el mismo que se trató de una evaluación integral en la que demostró lo aprendido. “Respondí preguntas relacionadas con los temas de las 16 materias que recibí durante toda la carrera”, dijo.

“Es duro, muy duro enfrentar esta situación, pero hay que tratar de superarla”. José siempre habla de su madre indicando que es una heroína para él: “ella dependía de mi trabajo, ella es la que ahora está muy pendiente de mí”, indica.

Pero también arremete contra la justicia y dice que hay abogados que siempre le dijeron, “yo le sacaré (de la prisión) y al final no pasó nada”. Por eso José se ha puesto como meta estudiar Derecho mientras esté detenido; él cree que los abogados que le defendieron lo único que hicieron fue acabar con el poco dinero que poseía. “Por eso quiero ser abogado, para defenderme y además ayudar a las personas que se creen vulneradas en sus derechos”.

El día de su graduación, que fue en la ciudad de Loja, estuvo acompañado de guías penitenciarios, que a decir de José le trataron como un ser humano. Reconoce que ese día tuvo sentimientos encontrados: “haber alcanzado mi maestría y el saber que uno está detenido es algo que no se puede expresar”.

Zoila A., su madre, junto a otros familiares estuvieron en la ceremonia. Recuerda que su progenitora estaba feliz y dice que ella le llevaba los libros hasta el Centro de Rehabilitación para que pudiera estudiar. José ahora colabora en la bodega de alimentos y trabaja desde las 08:00 hasta las 17:00. “Afuera uno tiene miedo de los delincuentes, en cambio acá uno comparte con ellos. Acá hay otro sentir de la vida, acá nacen otras esperanzas”, indica.

Paúl Tobar, coordinador Zonal del Ministerio de Justicia, dijo que este hecho es de reconocimiento, “pues a pesar de estar privado de la libertad no decayó en su sueño”.
Luego de una hora de conversación, José regresa a su celda. “Mi título está dedicado a mi padre que falleció, él siempre quiso que saliera adelante”, señala, mientras retorna al lugar donde permanece cautivo desde hace varios años. (I)  

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