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Los esposos laura jácome y jorge bermeo viven en el barrio san isidro a 20 minutos de ambato

La última generación de paileros de bronce aún trabaja entre carbón incandescente

Los objetos de bronce tienen una belleza que atrapa a los compradores, aún los más pequeños se utilizan para cocinar en negocios y viviendas situadas en el campo y la ciudad de la zona centro. Foto: Roberto Chávez
Los objetos de bronce tienen una belleza que atrapa a los compradores, aún los más pequeños se utilizan para cocinar en negocios y viviendas situadas en el campo y la ciudad de la zona centro. Foto: Roberto Chávez
19 de diciembre de 2015 - 00:00 - Redacción Regional Centro

“Dicen que Píllaro tiene los diablos, pero en Izamba está el infierno”, es una broma que tiene contornos de realidad por la rudeza del trabajo que en esa parroquia realizan los 4  miembros de la familia Bermeo Jácome.

Esta frase siempre hace sonreír a los esposos, Laura Jácome y Jorge Bermeo, mientras atienden su taller a cielo abierto en el barrio San Isidro de la parroquia Izamba, al nororiente de Ambato.

Es una barriada residencial en la que predominan los sembrados diversos, los jardines, los gallineros, las casas con arquitectura moderna y las calles asfaltadas.

Laura y Jorge pertenecen a la tercera generación de fundidores artesanales de bronce que utilizan esta aleación de metal para fabricar pailas, campanas y otros objetos que bien aprovechados son parte importante de la gastronomía popular, especialmente para preparar fritada, mermeladas, melcochas y otras delicias de la región.

Una vez al mes, usualmente los sábados, se visten con doble pantalón y chompas gruesas. Usan como protección guantes, gorras y zapatos de suela para avivar el fuego con una inyección directa de diésel.

Es un ritual riesgoso que han puesto en práctica durante 4 décadas, a pesar de que este oficio tiene más de un siglo en Tungurahua.

El fuego que arde en un hueco en el suelo arenoso alcanza una temperatura que supera los 1.000 grados. El calor es suficiente para fundir llaves para agua, radiadores y otros artículos que contienen el metal de color marrón anaranjado.

De la chimenea ardiente se eleva una llama amarillo-verdosa a casi un metro del suelo.

El calor es intenso y a ratos insoportable porque está viciado con vapor y humo que proviene también de la leña encendida y del barro negro del páramo de Ancón (Píllaro) con el que se hacen los moldes de las pailas que luego se entierran en una suerte de fosas para que el metal se enfríe y adquiera la forma definitiva.

El barro se mezcla con arena para evitar que trice los moldes.

Este conjunto de actividades empieza a las 04:00 y concluye a las 15:00. Son algo más de 10 horas extenuantes para fabricar cerca de 20 pailas de diversos tamaños. Es la producción mensual, en promedio. Y es por eso que cada pieza cuesta lo que pesa.

Una paila grande, de las que se necesitan para hacer fritada, puede llegar a valer hasta $ 2 mil, mientras que las pequeñas cuestan sobre los $ 7 y $ 20.

Los sitios de venta son las ferias de Ambato, Riobamba, Guaranda y Latacunga, entre otras ciudades. También la tradicional Feria de Finados que se organiza cada año en la capital tungurahuense.

Pero para llegar a esto, lo primero es trabajar en el taller.

“Por suerte hoy no hubo sol y el cielo está nublado y lluvioso”, dice Laura Bermeo y seca el copioso sudor de su rostro ennegrecido por la ceniza volátil.

La pareja de esposos no está sola en su empeño, las 2 hijas también aportan lo suyo, que no es poco.

Arrojan agua sobre el suelo polvoriento, proveen limonada fría a sus progenitores o soplan y limpian los moldes para evitar que se malogre el metal fundido. Un pequeño descuido y eso podría suceder y ha sucedido, aunque no con frecuencia. Esta suma de movimientos acompasados, en medio de vapores y llamas que brotan del metal derretido que se asemeja al magma de un volcán, crea un ambiente irreal que no deja de impactar a los visitantes.

Con largas tenazas Bermeo agarra los recipientes de crisol y los llena con el líquido fundido.

Lo hace con tal destreza que no pierde ni una gota al verterlo dentro de los moldes de arcilla que ya fueron enterrados por las muchachas en la fosa, a unos 30 centímetros de profundidad. En la tarde todo está listo. “El lunes desenterraremos los moldes y los romperemos para extraer las pailas que luego puliremos en la máquina”, sentencia Bermeo. Y así será.

Los testimonios e inicios

Uno de los iniciadores de este oficio es Jorge Alfredo Jácome Mosquera que hoy tiene 90 años.

Este pillareño se radicó en Ambato y luego de trabajar como oficial instaló su propio taller con la ayuda de su esposa, María Rosario Lara Quinteros. Ella falleció hace casi un lustro a la edad de 80 años.

Tuvieron 10 hermanos y la única que continuó con el taller de fundido y fabricación de pailas fue Laura que coincidió con su esposo en el mismo oficio.

“Este trabajo es muy sacrificado y, para mí, fue suficiente dedicarle mi niñez. Los hijos éramos los obreros de mi padre, pero cuando crecí y me fui a la universidad busqué otros horizontes como el resto de mis hermanos, excepto Laura que continuará en esto hasta el último de sus días”, dijo Martha.

En el barrio San Isidro, a unas 5 cuadras de la iglesia principal, hay una suerte de redondel en el que dan la vuelta los buses urbanos de la línea Jerpazsol.

A un costado se encuentra la casa de los Bermeo Jácome y el taller. La vivienda sirve también como bodega para las pailas, campanas y otros objetos de bronce pulidos y listos para la entrega.

“Nuestros padres y abuelos nos enseñaron las habilidades de este arte que es exclusivamente artesanal.  Las pailas grandes, de más de un metro de diámetro, solo se hacen bajo pedido aunque casi no las hacemos ya porque pueden costar más de $ 2 mil”, aseguró.

Las pailas de bronce se han convertido en bienes que se heredan de padres a hijos, pues su forma de construcción les garantiza una durabilidad de por vida.

“Tengo 50 años y la mayor parte de mi vida me he dedicado a mi taller porque es mi negocio y me gusta. Desgraciadamente soy la última integrante de mi familia que sigue con esto, después temo que este oficio se acabe”, dijo Laura.

En el mercado Simón Bolívar tiene un puesto fijo desde hace 25 años. “Invito a la gente que nos visite allí”, añadió Laura. (I)

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