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El Dios de los blancos solo quiere sumisión, obediencia, esclavitud, muerte y reprime la justicia
¡Jatarichig runacuna! era el grito rebelde que descendía desde las montañas en 1780
Esta es una contribución a una larga celebración que se hace en Ambato por la rememoración de la Independencia (12 de noviembre de 1820).
Nadie dice nada de lo de fondo. La libertad no la necesitaban los acomodados en el poder ni los hacendados que se han hecho próceres. La libertad la seguirán necesitando los marginados, los explotados, los contribuyentes que trabajan para que otros disfruten del allí kawsay, o del buen vivir.
En mi novela Mazorra, constan muchas cosas investigadas que nunca fueron rememoradas por historiadores que aman la libertad. Revivamos con la lectura algo de lo que no se puede olvidar:
“Los ‘cuartos’ de los indios del levantamiento de Guano convertidos en banderas en los caminos de las llactas, no querían podrirse sobre las picotas; se secaban no más como pedazos de alma suspendidas en el viento.
Volvían a la memoria de la gente como vuelven los cóndores a buscar su nido para cobijar a sus polluelos. La rebeldía es una necesidad que no puede dejarse vencer por la injusticia. El dolor es una costra que se supera pero no cura la llaga de las podredumbres del alma.
La esclavitud es un invento del poder y de quienes no han ejercitado el entendimiento, sino sus intereses.
Jatarichig, caraju, jatarichig…se empezó a oír desde las bocinas de los páramos de Quisapincha. Jatarichig…caraju, jatarichig runacuna, warmicunapish, tucuicuna, se oía desde Píllaro hasta Pelileo.
Jatarichig runacuna bajaban los bramidos desde Pillagüín y Santa Rosa confundidos con el viento del Cari huaira razu. Y las mujeres de Baños oían y aprendían entre las piedras de la Tungurahua: jatarichig…jatarichig.
Baltasar Carriedo pone alas a su caballo y vuela por los aires hasta la hacienda de su consuegro Solano de la Sala en Tiugua. Son los apóstoles de la fe montados en las bestias sagradas del Apocalipsis.
Los caballos están desde La Biblia al servicio de los profetas, y ahora mismo los Caballeros de la Orden de Santiago se sienten dioses de los naturales.
Los indios ahora no saben si, montados en cólera, más relinchan sus amos o las bestias.
Los hacendados salen de sus estancias convertidos en ángeles a defender a Cristo que ha sido humillado bajándolo de las picotas donde habían mostrado a los indios el principio de la resignación.
Nunca dejamos indios descuartizados en estos pueblos entregados a los rituales del demonio, sino ejemplos vivos de la redención de Cristo que fue obediente hasta llegar a ofrendarnos felicidad a cambio de su propia muerte.
Los indios deben aprender que la sumisión les ha de redimir cuando dejen de ser bestias naturales apegadas a sus huacas. Las bocinas levantan polvaredas en la sangre dormida de los vencidos y les viene a la memoria que pueden unirse para volver a sembrar la libertad como si fuese una planta que la podrán cosechar sus hijos.
Los indios de la comarca de Hambato y sus términos miran al cielo para pedir al Sol que les ayude con sus rayos a enrojecerles el alma en el fragor de las contiendas.
No más indios descuartizados, padre Inti…no más cabezas rodando como pelotas en busca de su propia memoria, padre Inti… Nunca más las manos de nuestros taitas buscándonos desde los cordeles de los caminos para acariciar la vida, aunque fuese en la pobreza.
Ya no más los pies de taitas y de mamas colgados en las picotas lejanas para hacernos doler las pisadas arrancadas de nuestra propia tierra…padre inti.
Vuelve tus ojos a nuestros ojos, vuelve tu mirara a nuestra mirada. Por qué dejaste que nuestra tierra sea, como han venido a decirnos: que sea un valle de lágrimas. Dile al Dios de los cristianos que el Ecce Homo no lo aceptamos como justificación de su barbarie, y préndenos la fe en nuestra propia suerte.
El cielo está repleto de gritos y la tierra está repleta de piedras. Los hombres de verdad, los que tienen barba, reparten las armas de sus inventos. Los hombres del sueño, los que no tienen barba, reparten flechas y palabras.
Los hombres del poder besan las disposiciones de sus jerarquías. Los indios se juntan en bandadas para quebrar sus alas.
Los ponchos encienden de rojo la sangre enfurecida de los toros.
Las llamas escupen sus gargajos delante de las bayonetas y de los sables. Jatarichig…jatarichig tucuicuna, aúllan los lobos implorando a los diablos acudan en su ayuda.
El diablo es más libre porque no se dejó crucificar por los conquistadores. No cree en los pecados ni el infierno que fabrican los cristianos.
El Dios de los blancos solo quiere sumisión, obediencia, esclavitud y muerte. El Dios de los cristianos predica la paz de los poderosos y reprime los reclamos de la justicia.
Muera la Alcabala, abajo la alcabala. No queremos estanco de sal, ni de tabaco, ni de aguardiente. No queremos estanco de caña ni de miel. No queremos vivir de los socorros, no queremos ya cambiar alma de indio por socorro de blancos.
Mi señor su merced don Juan de Herdoiza, las carniceras de la plaza de Pelileo, esa tal Rosa Gordón con Teresa Maroto me han amenazado de muerte con sus cuchillos de partir la carne, por tratar de aplicar su orden de pedirles los tributos por el uso de la plaza pública. La misma amenaza se la han hecho al chapetón Manuel Camacho.
Vea mi amo don Antonio Solano, yo Mariano Urquizo como juez pedáneo de Patate y Pelileo, aviso que los indios y los mestizos ahora están con aparente tranquilidad”. (O)
Las mujeres dirigieron la insurrección
“La Rosa Gordón convoca a las mujeres a insurreccionarse. Parece que los promotores son el Pedro Sánchez y su mujer Tomasa Meneses, la vendedora de pan. Que los alcabaleros no solo venían a meter la uña sino todo el brazo exigiéndoles pagos hasta por lo comestible. Que el teniente Manuel de Aguilar baje a la doctrina el domingo 9 de enero de 1780 para que se publique la orden de cobrar las rentas reales, explicándoles en su propio idioma, respondió Solano de la Sala. Ayúdenos Fray Ferol a convencer a los mestizos y a los indios. Dígales que los impuestos mantienen la tranquilidad de la Real Audiencia, y acompáñeme a la plaza a publicar el auto ante la gente. Entonces aparecieron tantos como hormigas a oír al pregonero mientras Fray Ferol regalaba bendiciones. Así declaro yo Antonio Masón, que llegarían unas 4 mil almas que vociferaban. Todos vieron que el Manuel Aguilar, metido en el tumulto trataba de esconder el auto, metiéndolo en su seno porque había empezado el levantamiento. Las mujeres le arrebataron el escrito y lo pedacearon. Amarremos al teniente pedáneo en un palo de la plaza para que rompa la provisión… Amarrale… amarrale… fue el grito general. Solano de la Sala huyó por una esquina de la plaza menudeando amenazas: Esta injuria a la autoridad será debidamente reprimida…ya volveré sobre Pelileo. Estas apenas son mestizas depravadas de costumbres insolentes…Morirán en la horca”. (I)