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El espacio comercial nació como escenario taurino a inicios del siglo xx

Un mercado de pulgas que ha sobrevivido 45 años

Telas, ropa, cocinas, herramientas y artículos que no se encuentra facilmente, son accesibles en el mercado. Foto: Archivo /El Telégrafo
Telas, ropa, cocinas, herramientas y artículos que no se encuentra facilmente, son accesibles en el mercado. Foto: Archivo /El Telégrafo
20 de septiembre de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

El Mercado Municipal Arenas, que se ubica en las calles Vargas y Galápagos y se abrió hace 45 años, reúne a comerciantes que se dedican a la venta de objetos nuevos y usados.

Entrar al sitio es realizar una especie de viaje en el tiempo, que traslada al visitante a inicios del siglo XX, cuando el lugar era una plaza de toros. Este uso terminó cuando en 1959 se construyó un escenario taurino en el sector de Iñaquito, al norte de la capital.

Alfonso Ortiz Crespo, Cronista de la Ciudad, confirma que debido a la construcción del nuevo coso taurino, con capacidad para 15 mil espectadores, las plazas del límite norte del Centro Histórico (Arenas y Belmonte) quedaron sin uso.

En enero de 1970 la imagen de un espacio en el que la gente se reunía y vivaba a los toreros cambió para siempre. De la infraestructura taurina queda poco, aunque aún están en pie los arcos de los establos, alguna pared de aquella época y una calle en declive que, se adivina, llevaba al público a los tendidos para expectar las corridas, primero, y luego eventos deportivos y fiestas populares.

Desde entonces, el lugar se transformó en un mercado poco convencional, en el que la venta de objetos nuevos y usados se convirtió en su rasgo distintivo.

Ubicado en el tradicional sector de La Guaragua, es el sitio ideal para comprar o reparar aquellas cosas que ya tienen ‘algunos añitos’.

Los comerciantes que llegaron a la Plaza Arenas provenían de la av. 24 de Mayo donde, a manera de mercado popular, vendían sus productos en la calle.

Primero fueron llevados a San Blas, junto a la iglesia. Y luego a su actual ubicación. Pocos de los comerciantes que efectuaron esa travesía quedan en el sitio; exactamente 4.

Una de ellos es Blanca Cárdenas (86 años). Recuerda que todos los sábados salía a la 24 de Mayo a vender sus telas. En San Blas tuvo un pequeño local, cuya atención le exigía más tiempo.

La edad y el tiempo han nublado los recuerdos de Blanca, que no atina a decir en qué fábricas adquiría los textiles que luego revendía.

Hoy trabaja únicamente con las telas que fue acumulando y se conservan en buen estado.

Se queja de dolor general del cuerpo, pero dice que continuará con su negocio porque es una manera de entretenerse, aunque las ganancias sean escasas.

Antonio Páez y su esposa, que se dedican al trabajo en bronce, y Lidia Benavidez, que vende ropa usada, son los otros 3 ‘sobrevivientes’ del éxodo.

Existe otro grupo de comerciantes que heredaron los puestos de sus padres, quienes también fundaron el mercado. Una de ellas es Nancy Ortega (62 años), dedicada a la venta de libros.

Otro grupo no migró ni heredó los puestos, pero llegó en los primeros años del mercado Arenas y han permanecido allí por décadas.

Una de ellas es María Toaquiza (65 años), quien trabaja en el sitio desde hace 42 años. Vende cocinas, asaderos y adornos trabajados en bronce, aluminio, acero inoxidable y cristal.

Mientras se recorre los pasillos, aparecen personas dedicadas al cultivo de oficios que hace años dejaron de ser parte del paisaje capitalino, pero que subsisten en ese rincón quiteño. Uno de ellos es el de técnico de reparación de radios y televisiones.

En medio de cables, herramientas, televisores y caseteras antiguas, trabaja Washington Toapanta Vega (66 años). Es técnico electrónico desde hace 47 años. Repara aparatos antiguos que requieren piezas que ya no se encuentran en el mercado, como aquellas radios RCA que podían alcanzar el tamaño de una mesa veladora.

Hablar con él es dar un vistazo a la historia de este mercado. Recuerda que el desalojo de San Blas se debió a que el alcalde de entonces, Jaime del Castillo, quería hacer un hotel de 5 estrellas en la zona. “Incluso nos mandaron a los presos de la cárcel municipal a que se suban y lancen las tejas (de los locales)” comenta ‘Washo’, como le dicen sus fieles clientes. A partir de esa preocupación los comerciantes se organizaron y lucharon para que los ubicaran en la Plaza Arenas.

La poca concurrencia motiva a que en los pasillos del sitio sea constante el sonido de los murmullos de los vendedores que esperan sentados la llegada de algún cliente.

Al final del mercado, el movimiento es otro. Herreros y mecánicos trabajan entre sonidos de golpes metálicos, soldadoras y música que proviene de las radios.

Uno de los que habitan ese universo es Pablo Naranjo (53 años), presidente del mercado, quien comenta que están trabajando para que la Plaza Arenas se convierta en un punto turístico de la capital por su trascendencia histórica.

Agrega que la Policía controla que no se expenda ‘cachinería’ en el mercado. Gracias a esa supervisión —dice— la venta de objetos robados ha bajado en 80%. Además, a quien realice esa actividad se le retira la concesión del puesto. (I)

DATOS

La Plaza Arenas fue construida alrededor de 1920. Su capacidad era para unas 4 mil personas. Se realizaban corridas de toros y eventos deportivos.  

La familia Flores Galindo era la dueña del escenario taurino. Según el Cronista de la Ciudad, tuvieron que venderla al Municipio porque dejó de ser un negocio rentable por ser muy pequeña.

En el Mercado Arenas aún es posible hallar varios oficios tradicionales como reparación y confección de zapatos, sastrería, cerrajería, forja, arte en hierro, tejidos en lana y más. Además de la venta de cosas antiguas.

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