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El Telégrafo
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La colina, ubicada en Quito, separa los valles de los Chillos de Tumbaco y Cumbayá

Nueve pueblos descendientes de los Quitu-Cara piden la protección del cerro Ilaló

Con granos, flores y frutas se formaron los círculos que representan la unidad y solidaridad que hacen de cada comunidad una familia sólida e indisoluble. Fotos: John Guevara/El Telégrafo
Con granos, flores y frutas se formaron los círculos que representan la unidad y solidaridad que hacen de cada comunidad una familia sólida e indisoluble. Fotos: John Guevara/El Telégrafo
03 de agosto de 2015 - 00:00 - Redacción Sociedad

El círculo central de la cancha del complejo deportivo de Alangasí, en el Valle de Los Chillos, es el lugar escogido por las comunidades que viven en el cerro Ilaló para dar gracias a la Pachamama y al Inti por la presencia de esa elevación que les resguarda de los fuertes vientos y posibles tempestades. Con granos, flores y frutas, sobre todo plátanos que conforman el contorno más grande, se dibujan 4 círculos que representan la familia y la unidad.

“Aquella que debe prevalecer por sobre las diferencias entre las comunidades. Solo así lograremos defender las tierras comunales que son nuestras”, dice Rosa Cabrera, líder de la comunidad la Toglla y encargada del ritual.

En cada palabra, la mujer, que pasa las 6 décadas de vida, recuerda a sus compañeros la importancia que tiene ser hijo del cerro Ilaló.

Sus palabras retumban en los parlantes, y 3 hombres adultos hacen sonar los churos y el cacho. Los sonidos que cada uno de estos instrumentos emite son potentes y místicos. Parecen anunciar nuevos días para estas comunidades que se sienten inquietas por el ruido de cuadrones y motos que ocupan sus espacios y destruyen su tierra.

Rosita continúa el ritual. Entrega velas delgadas y pequeñas, de diferentes colores a cada una de las autoridades de las comunas y rocía con agua de uno de los ojos del Ilaló a los presentes. Lo hace sobre todo en los pies porque ese es el instrumento que guiará y conducirá a estos pueblos milenarios, descendientes de los Quitu-Cara, por la senda del progreso en armonía con la fauna y flora del lugar.

El palo santo y el sahumerio se juntaron para ahuyentar las malas vibras y purificar el espíritu de cada uno de los presentes en la ceremonia ancestral.

Doña Susana, en cambio, con escobas verdes, formadas de varias hierbas de tradición milenaria que nacen del mismo cerro, barre esos pies para que vayan limpios a la defensa de la Pachamama.

En los círculos las mazorcas de maíz, las papas y el fréjol de distintos colores no faltan, como tampoco el penco, planta originaria de la Sierra que sirve como lindero territorial y cuyo líquido dulce conocido como chaguarmishqui encierra un potencial vitamínico de hierro y calcio, esencial para los huesos.

Recuerda que con la madera del penco se hacían las viviendas muy resistentes, casi indestructibles. Dice que la planta del sangorache sirve para limpiar y purificar la sangre luego de una enfermedad.

Todos esos conocimientos los recalca Rosita, mientras enciende con la chispa de un fósforo la mezcla de alcohol y hierbas que pasa por cada uno de los presentes.

Y aunque la llama es imperceptible, se siente el calor cada vez que llega a las manos o a la cara. Rosita acerca la olla sin quemarse a cada uno de los presentes. Niños, jóvenes y adultos no quieren perder la ocasión de recibir esa energía. Algunos se persignan y otros sonríen.

Los rayos solares son cada vez más incandescentes y no dan tregua a los rostros de los presentes aunque tengan gafas o sombreros.

Por eso los pequeños ayudan a que el ritual continúe. Junto a sus madres preparan el fuego con palo santo y sahumerio en una batea, los mismos elementos que les entregan a cada uno de los presentes.

Cuando está encendida la candela acercan las velas para que esa luz guíe sus vidas. En medio del humo, Rosita nuevamente da sus palabras. Esta vez son para recordar la importancia de los abuelos y la enseñanza que ellos dejan.

“De ellos aprendimos los conocimientos que al momento tenemos. Son nuestros guardianes de la sabiduría y no podemos olvidarnos nunca de eso”, repite y nuevamente los sonidos de los caracoles y el cacho vuelven a escucharse.

Termina el ritual, pero nadie de los presentes sale. Ahora es momento de dirigirse al graderío y escuchar lo que para ellos es trascendente en la defensa de su territorio.

Entre todos delinean la propuesta de protección del Cerro que entregarán al municipio de Quito. En la misma las comunas se reconocen autoridades de sus territorios, con capacidad de delimitación y planificación, tanto ambiental como sociocultural. “Con el conocimiento nosotros debemos definir las zona de vivienda, agricultura y de reserva”, dice Óscar Fuentes, miembro de la comuna San Francisco de Baños. (I)

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