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A los habitantes les preocupa que si los reubican, no cuenten con los espacios que tienen hoy

Los vecinos del barrio Bolaños se aferran a su identidad rural

La crianza de animales es una de las actividades que desarrollan los habitantes del barrio ubicado a la salida (desde Quito) del túnel Guayasamín.
La crianza de animales es una de las actividades que desarrollan los habitantes del barrio ubicado a la salida (desde Quito) del túnel Guayasamín.
MARIO EGAS/ EL TELÉGRAFO
09 de julio de 2016 - 00:00 - Redacción Quito

Jorge Matías y David Cuchipe, de 8 y 6 años, respectivamente, disfrutan de sus vacaciones. Hoy es normal observarlos jugar en una de las escalinatas del barrio Bolaños, situado en una ladera entre el túnel Guayasamín y la av. Simón Bolívar, al nororiente de la capital.

Se divierten con juegos como las escondidas, las cogidas y las congeladas americanas y chinas. Jorge (el más ‘canchero’) explica las reglas de las congeladas: “Para descongelar al estilo americano, debes topar el brazo de quien lo está. En cambio, en el modo chino, tu amigo debe cruzar por debajo de tus piernas para desencantarte”.

Esos juegos parecen disfrutarse más cuando se practican en un área rural, una característica que conserva el barrio Bolaños a pesar de hallarse a 5 minutos de Quito. Niños como Jorge y David que deambulan por el lugar desde hace unos días, también practican algo de escalada. “Unos señores nos dieron un curso gratis”, explica David. Lo hacen en una de las rocas que existen detrás del túnel Guayasamín.

Los pequeños permanecen ajenos a la preocupación por la que atraviesan sus padres ante la posibilidad de que, al menos, una parte del barrio sea reubicado por el Cabildo. La construcción de la Solución Vial Guayasamín, proyecto con el que la Alcaldía pretende paliar los problemas de tráfico entre el valle de Tumbaco y Quito, provocaría que el 50% de las 100 familias que habitan allí, sean relocalizadas en otros puntos de la ciudad.

Hilda Angos, de 48 años, madre de David, no se inmuta al subir o bajar las maltrechas escalinatas, únicos accesos al singular barrio. Mientras su perro, Doky, se da un baño de tierra, Hilda asegura que morirá en el sitio. Ya tiene lista una respuesta por si recibe en el futuro una propuesta del Municipio: “Les diré que mi casa no está en venta. Aquí tenemos amplitud y paz”.

Su tía, María Cecilia Angos, alimenta a los cerdos cuyes y gallinas que tiene en su terreno de 06:00 a 12:00. También se da tiempo para cultivar guabas, limones y aguacates. En la tarde, sube por el empinado barrio hasta Guápulo, para coser ropa y ganar unos centavos.

Buena parte de sus vecinos también se dedican a la agricultura. Cultivan maíz, fréjol, zapallo, arveja, col, zanahoria, cebolla y culantro. Una parte de esta producción se intercambia entre los propios moradores, mediante trueque; otra parte se vende en tiendas de la parte urbana de Quito.

La mujer explica que una posible reubicación perjudicaría a sus 5 hijos, quienes viven con ella. “Es imposible que nos den una casa (con terreno) del mismo tamaño”, asegura. Dice, entre lágrimas, que su barrio encierra cientos de historias. Recuerda, por ejemplo, la ocasión en la que hace unos 40 años hizo de partera en el nacimiento de Óscar, hijo de su cuñada Eloísa Otalina y uno de sus hermanos.

José Cuichán, de 64 años, quien llegó desde la parroquia Píntag cuando tenía 5 años, también rechaza que los lleven a otra parte. Le cuesta asimilar la indecisión de las autoridades. “Hay días en los que nos dicen una cosa y al siguiente otra. Todavía no conocemos una propuesta clara por parte de las autoridades. Estamos preocupados”, afirma José.
El hombre dice que no se acostumbraría a no escuchar sonidos cotidianos que le son familiares como el canto de los gallos, el ladrido de los perros o el balido de las ovejas que hay en Bolaños.

No obstante, la tranquilidad que viven los lugareños gracias a esa existencia semirrurral se mezcla con los sonidos de los automotores que circulan por las avenidas Interoceánica y Simón Bolívar. Un recordatorio de que la modernidad está próxima.

Los jóvenes, con nuevos códigos

Los habitantes de menos edad del barrio Bolaños tienen, sin embargo, proyectos diferentes que los de sus padres o abuelos. Se van desvinculando, poco a poco, de elementos propios de sus raíces tales como la agricultura y el trueque.

José López, de 34 años, por ejemplo, prefiere jugar fútbol que ayudar en las labores agrícolas en su tiempo libre. “La mayoría de jóvenes trabajamos en la ciudad. Es difícil seguir la tradición de los padres”, dice, aunque reconoce que será complicado adaptarse a una eventual reubicación. Algunos integrantes de las nuevas generaciones incluso dicen que están dispuestos a negociar con el Cabildo, aunque bajo ciertas condiciones. (I)

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