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Los ritos funerarios han cambiado al ritmo de las transformaciones sociales en Quito

Actores del Colectivo Quito Eterno representan personajes de la Colonia y recrean viejos rituales. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
Actores del Colectivo Quito Eterno representan personajes de la Colonia y recrean viejos rituales. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
02 de noviembre de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

Corría 1868, 36 años después de la fundación de la república, cuando se creó en Quito el segundo cementerio popular llamado Hermandad de Beneficencia Funeraria de Nuestra Señora del Rosario.

Este espacio mortuorio fue situado en el sector conocido como ‘Los Altos del Pichimcha’, junto a la plazoleta de San Diego, que entonces formaba parte de la parroquia San Roque. Previamente esos terrenos habían formado parte de una quinta ubicada en los extramuros de la urbe.

Las congregaciones de los dominicos y de los franciscanos habían promovido la compra del predio para construir el nuevo panteón. El objetivo era sepultar allí a los miembros de las órdenes y a quienes pudieran costear un espacio mortuorio.

“La planificación del cementerios estuvo a cargo de Juan Pablo Sanz, Tomas Reed y Alejandrino Velasco. En abril de 1872 se construyeron 432 nichos y fue el cadáver de María Benalcázar y Sambonino el primero en ser enterrado”, señalan los archivos históricos del cementerio, que en 1907 toma el nombre de Sociedad Funeraria Nacional o Cementerio de San Diego.

El cementerio de San Diego se construyó porque el crecimiento de la ciudad requería de otro sitio para enterrar a sus muertos. El panteón de El Tejar, que había sido el primer cementerio público de Quito, ya no tenía suficiente espacio. Antes de 1789, año en que se construyó el panteón de El Tejar, los muertos eran sepultados en las criptas ubicadas debajo de las iglesias, aunque eso dependía de la ‘importancia’ del muerto. Se tomaba en cuenta el poder económico de la familia para asignarle un espacio preferente.

Incluso en el mismo cementerio de El Tejar existe la Capilla de las Almas, junto a cuyo altar están las criptas de las familias importantes, según la concepción de la época.

Los ritos funerarios en la Colonia y Republica eran todo un acontecimiento social, menciona Alfonso Ortiz Crespo, cronista de la ciduad. “Todo dependía de la importancia del muerto, pues el fallecimiento de una personas terminaba afectando a todos los vecinos, sea por razones de parentesco, por cuestiones de arrenadmiento, laborales o comerciales. De una u otra manera, el fallecido era conocido, pues Quito tenía apenas 50 mil habitantes. La velación, el pésame, la participación en el traslado, entre otras actividades, era un acto social muy importante”, dice.

En la época colonial, específicamente, se enterraba a los muertos en los cementerios de las iglesias parroquiales como las de San Sebastián, San Blas, San Marcos y San Roque.

Según Ortiz Crespo, los cementerios de El Tejar y de San Diego surgieron como una solución para mejorar el sistema de salubridad en la ciudad, pues los panteones parroquiales ya no tenían espacio.

La muerte y los consiguientes ritos funerarios constituían en el Quito antiguo una parte trascendente en la cotidianidad urbana, dada la importancia que tenían las tradiciones católicas.

Con el tiempo, algunos ritos se transformaron y otros desaparecieron. Por ejemplo, antes, los velorios duraban más de 3 días, pues los deudos esperaban que todos los familiares o conocidos del muerto acudieran. Las flores colocadas alrededor del ataúd atenuaban el olor que producía el inicio de la descomposición del cadáver.

Así mismo, el traslado al cementerio podía ser todo un acontecimiento. Si el difunto había tenido dinero, era llevado al cementerio en un cortejo que podía extenderse por muchas cuadras; el ataúd era transportado en carrozas fúnebres o parihuelas, mientras monaguillos esparcían humo de sahumerio.

Ortiz Crespo indica que luego de los entierros, los familiares del difunto sacaban extensas notas necrológicas en los diarios y los amigos y conocidos enviaban esquelas, pues en las puertas de las casas que estaban de duelo se colocaban letreros que decían: “No se recibirán condolencias personales”.

En el caso de las familias de escasos recursos, indígenas y afros, muchas de ellas sacaban a sus muertos a las calles y pedían limosna para poder enterrarlos en el cementerio.

En el aspecto gastronómico, además de la tradicional colada morada y las guaguas de pan, en noviembre también se servía el champús, una colada a base de maíz. En la actualidad, la bebida es poco conocida.

Otra costumbre que se ha desvanecido con el tiempo es la difusión de las leyendas. María Suasnavas (85), quien vive cerca del cementerio de Chillogallo, narra que cuando era niña, cada 1 de noviembre, su madre le prohibía mirar a la ventana en las noches para que no viera apariciones.

“Se supone que en la noche de difuntos suelen aparecer la Caja Ronca y La Procesión de las Almas del Purgatorio; quien mire esos hechos puede quedar hechizado”, comentó María.

Ximena Carcelén e Inés del Pino son curadoras de la muestra fotográfica Epitafios y Rituales, que se exhibe en el Museo de Arte Colonial. Ambas especialistas indican que los rituales funerarios empiezan su tiempo cíclico en noviembre. “La ritualidad no ha muerto, persiste a través del tiempo. Claro que algunos han desaparecido, como los rituales en la noche; asimismo hay una serie de leyendas que surgen con relación a la muerte. La exposición muestra esa vida cotidiana en los cementerios, algo que hasta hoy perdura”, comentaron.

De igual manera, el grupo Quito Eterno realiza, en estas fechas, diferentes actividades. Esta vez realiza un recorrido guiado por el cementerio y la recoleta de San Diego. En él, los personajes de una panadera, un barbero, un alma en pena y una dama de la Colonia, narran la historia del Cementerio de San Diego, cuya principal característica son los mausoleos construidos desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, además de las costumbres funerarias del Quito antiguo.

“Realizamos un fuerte trabajo de investigación para traerle a la gente parte de la memoria histórica de la ciudad. Esta vez compartiremos aquellos ritos funerarios olvidados que se desarrollaban en Quito y a la vez recorreremos la plazoleta y el convento de San Diego”, comentó Adrián Gutiérrez, quien interpreta al barbero. (I)

Datos

Los recorridos con el grupo Quito Eterno se realizaron hasta ayer. El colectivo efectúa actividades que coinciden con el calendario festivo-religioso de la ciudad.

Durante todo el mes de noviembre se mantendrá la muestra fotográfica Epitafios y Ritualidades. Durante las próximas semanas se realizarán conversatorios respecto al tema en el Museo de Arte Colonial.

El espacio se encuentra ubicado en la intersección de las calles Cuenca y Mejía, en el Centro Histórico de la ciudad. La entrada a la muestra no tiene costo y permanecerá abierta en el feriado.

En la exposición se presentan los trabajos fotográficos de María Teresa García, Christoph Hirtz y Gottfried Hirtz.

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