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Conocerse a uno mismo es una de las más difíciles y enriquecedoras vivencias

La vida colegial es una etapa llena de experiencias y aprendizajes

El Instituto Nacional Mejía es uno de los planteles educativos más reconocidos de la ciudad de Quito. Foto: Archivo/El Telégrafo
El Instituto Nacional Mejía es uno de los planteles educativos más reconocidos de la ciudad de Quito. Foto: Archivo/El Telégrafo
02 de agosto de 2015 - 00:00 - Fernando Cepeda, Instituto Nacional Mejía

La vida en el colegio es una de las etapas más extrañas de la vida. Y esto se inicia en el primer día de clases, cuando pasas de ser un niño al ‘niño’ que todos ven diferente. Es como si el par de semanas antes de entrar al colegio hubieran transformado al ‘mocoso’ que se la pasaba jugando, en un hombre.

Cuando entré al Mejía, yo veía a la institución como un paso demasiado grande, difícil de superar. Esto se debía, en parte, al temor que te infunden los padres sobre esta nueva etapa de tu vida.

Al inicio yo creía ese tipo de cosas, pero luego me di cuenta de que los padres las maximizan, probablemente, para hacerte creer que será difícil y que cuando veas que no es así, te sientas con ventaja.

Al principio fui un tipo común, nada sobresaliente y pude pasar desapercibido. Pero el instinto de autodestrucción que caracteriza a especímenes como yo termina venciendo. Esas características de inquieto, molestoso, impaciente, irascible e incluso inadaptado que he impuesto durante estos 6 años fueron apareciendo paulatinamente.

Los primeros días ni siquiera sabía el nombre de mis compañeros. Básicamente me sentaba en la parte delantera del aula y escuchaba clases. Durante los recreos salía a conocer mi nuevo hábitat o a escuchar música en mi celular; el ‘bendito’ aparato fue mi salvación, pues al no conocer a nadie, escuchar algo de música resultaba relajante.

Como todo joven, experimenté varias cosas musicalmente hablando; fue una etapa en la cual pasé desde Lady Gaga hasta los pasillos de ‘JJ’, pasando por Enrique Bunbury y otros ‘andrajosos’ y ‘pelones’ que hacen buena música.

Esa puerta de escape me ayudó a soportar el aburrimiento. Las semanas transcurrían y al ser animales de costumbres, empiezas a socializar, a conocer gente con tus mismos gustos, a hacer amigos, incluso a conocer cosas de ti que no sabías.

La Oratoria fue la entrada a un mundo nuevo, en el que era el centro de atención y el resto del mundo no existía. Ahí conocí a un compañero con el que he mantenido una amistad de 6 años.

Tras las semanas, los meses también pasaron y el año terminó sin pena ni gloria. Para mí, tan solo quedó la satisfacción de pasar el año con buenas calificaciones, además de uno que otro reconocimiento por cosas que no recuerdo.

Mientras, el tiempo entre año y año se hacía más corto cada vez. No pasaba mucho de haberme tirado al pasto a dormir cuando ya debía alistar la maleta y darle un reset a mi vida.

Nunca me ha entusiasmado estudiar, pero tampoco me ha ido mal en eso. Así como llegó el primer año, llegó el segundo. Yo, confiado, pensé que las cosas seguirían igual y, ciertamente, no estuve mal del todo.

Una vez más la vida monótona se apoderó de mí, pero esta vez tenía un plan: aprender de mí mismo. Cumplía con mis obligaciones del colegio y dejaba tiempo para mí.

Esta vez no pasó mucho tiempo para conocer el nombre de los tipos con los que me había tocado en suerte estudiar. Como decía Axel Roses: “Welcome to the jungle”. Cuando sales del cascarón que tú mismo formas para empezar a vivir, te das cuenta de que el mundo es muy diferente y, tal vez, en ese cascarón hubiera vivido mejor, aunque nunca lo sabré.

Como en una manada, el curso se dividía en 3 grupos. Hablando en términos selváticos: las presas débiles, a los que nadie respetaba pues no eran ni estudiosos ni atléticos; y aunque suene cruel, ya que así son los niños, no servían para nada o eso se pensaba a esa edad.

Los carroñeros eran aquellos que hacían leña del árbol caído, los que convertían a una disputa en una hecatombe de proporciones bíblicas.

Y estaban los cazadores, aquellos ubicados en la cima de esta pirámide: eran atléticos en su mayoría, eruditos unos cuantos.

Yo no encajaba en ninguna de esas categorías pues era lo que, comúnmente, se conoce como ‘norio’. La gente me necesitaba de vez en cuando y tenía un grado de respeto. Nunca me interesaron las disputas entre otros y mucho menos molestar sin sentido a los demás. Aunque me identificaba un poco con ello, eran simples rasgos de inmadurez de la edad que tenía.

Al no hallarme en ningún grupo, decidí ser neutral aquel año y una vez más pasar desapercibido.

Llegué a tercer curso confiado, pues ya conocía el sistema y podía navegar en él como quisiera. Pero las cosas cambiaron para mi mala suerte. Todos los compañeros que tenía fueron cambiados de curso y me unieron a un nuevo grupo del que no sabía nada. Y me sentí como si estuviera en el inicio otra vez.

Pero esta vez no perdería tiempo, así que empecé a socializar una vez intentando reconocer los potenciales grupos que aparecerían.

Y fue conociendo a esa nueva gente que mi lado inquieto nació o tal vez despertó. Haya sido lo que haya sido (nunca lo entendí, quizá las hormonas), me sentía diferente; incluso las chicas llamaban más mi atención.

La vida siguió su rumbo y entonces conocí a un joven con un estilo parecido al mío, aunque más arrebatado.

A veces casi rozaba lo absurdo, pero siempre mantenía el equilibrio entre la locura y el narcisismo, lo que siempre me ha parecido interesante.

Formé rápidamente una amistad con él pues hasta la música que escuchaba era similar a la mía. Y al igual que con él, con los demás chicos empecé a formar una amistad que al pasar del tiempo se fue fortaleciendo o desapareciendo, dependiendo del apego emocional que lográramos formar.

Esta vez, la clasificación selvática que utilicé antes no fue necesaria pues todos juntos formábamos un grupo equilibrado que no necesitaba divisiones.

Mantuve contacto con el primer amigo que tuve, pero para él las cosas no habían sido tan fáciles, porque él lo quiso así; se encerró en la música para pasar inadvertido. Yo había crecido de una manera brusca y había sobrevivido.

Con una serie de anécdotas, finalizó una vez más esta etapa, con 2 nuevos amigos, a los que se sumaron muchos más.  

Cuarto, quinto y sexto años transcurrieron con la misma fuerza de las etapas anteriores, aunque con algunos cambios. Entendí que el estilo y la forma de ser propios no solo servían para sobresalir y destacar algo de ti frente al mundo, sino que también sirve para llamar la atención del sexo opuesto o del mismo (depende de tus gustos).

Que la inteligencia no es la herramienta fundamental para triunfar en la vida, pues puedes ser un tonto perseverante que seguro llegarás más lejos que un sabio que no dice nada por temor a ser juzgado.

Aprendí también que los amigos son la familia que uno elige y puede ser tan general o específica como uno necesite.

Comprendí que nunca es tarde para conocerte a ti mismo, que siempre se puede empezar de cero, que un plan nunca es tan descabellado como para no intentarlo pues cuando estás a punto de errar hallas la solución.

La vida nunca me hará sonreír tanto como al recordar cada aventura, cada venganza y cada sueño que, aunque inútil, cumplí. (I)

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