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La mayor parte de la producción es llevada al litoral, pues en quito se utiliza más el bloque

La 'Ruta del Ladrillo' está en la parroquia noroccidental de Nono

Segundo Asque, de 87 años, ha trabajado toda su vida en la zona de las ladrilleras al noroccidente de Quito.
Segundo Asque, de 87 años, ha trabajado toda su vida en la zona de las ladrilleras al noroccidente de Quito.
Foto: Álvaro Pérez / EL TELÉGRAFO
29 de abril de 2017 - 00:00 - Redacción País Adentro

Nadie está seguro del porqué, pero un tramo de la vía que conduce a la parroquia rural Nono (al noroccidente de Quito) concentra desde hace décadas una gran cantidad de ladrilleras.

Se trata de pequeños emprendimientos en los que participan, por lo general, integrantes de una misma familia con la colaboración de unos pocos obreros contratados.

Ese es el caso del negocio que operan Juana Guallo y su esposo desde hace 2 años. La mujer cuenta que decidieron trasladarse a Quito desde su natal Riobamba para buscar opciones de vida.

El oficio de la fabricación de ladrillos es una tradición en la capital de la provincia del Chimborazo y sus alrededores. Sin embargo, “hay mucha competencia por allá y las ganancias han bajado”.

Guallo y su familia arriendan un terreno en la zona noroccidental de Quito en el que se fabrican adobes desde hace unos 70 años.

El mismo tiempo que tiene en el oficio Segundo Dionisio Asque Cuvi, de 87 años, quien, junto a su hermano mayor Nicolás, fue traído desde Chambo (Chimborazo) por el dueño de la propiedad en la que sigue funcionando la ladrillera.

Nicolás pasa sus días tomando el sol, cuando el clima se lo permite. Sus casi 90 años han mermado su fortaleza física, escucha con dificultad y su habla es apenas inteligible.

Segundo, en cambio, aunque  tiene muestras del paso del tiempo en su cuerpo, mantiene la lucidez, se comunica con facilidad y colabora, todavía, en algunas tareas (las más sencillas) en la elaboración de tabiques para la construcción.

El trabajo empieza a las 05:30 cuando en una parte del lote se forma una mezcla de tierra, agua y aserrín.

La propietaria del negocio dice que no puede tratarse de cualquier tierra, sino “que debe ser tierra negra”. Añade que la que existe en el talud que limita el terreno es buena para hacer ladrillos, pero que no la utilizan debido a que el Municipio de Quito prohíbe seguir explotando las laderas de la zona por cuestiones de seguridad.

La materia prima la obtienen, entonces, de desbanques y otras obras de construcción a través de personas que llegan a ofrecer el material.

La viruta, que aporta el característico color rojizo, la compran en aserraderos y el agua llega entubada (no potabilizada) desde vertientes nacidas en el Pichincha.

El siguiente paso es colocar la arcilla en moldes de madera que le dan forma al ladrillo y dejarlos secándose en el piso por alrededor de 3 semanas.

Una época de lluvias como la actual complica la labor, reniega Guallo, pues si una precipitación fuerte cae sobre los adobes que empiezan a orearse, estos se deshacen y “hay que empezar de cero”.

Cuando los tabiques se han endurecido lo suficiente, es hora de pasarlos al horno gigante de aproximadamente 2 plantas (unos 4 metros) de altura.

Los ladrillos se acomodan en capas, precedidos por bloques de leña que los cocen por períodos de entre 8 y 14 días.

La última fase es el retiro de los adobes del horno, que se hace según avancen las ventas del material de construcción.

Guallo dice que el ladrillo grande va, sobre todo, a la Costa, pues en la capital se ha extendido el uso del bloque. (I)

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