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La mayoría de joyerías son negocios familiares, heredados de padres a hijos

El Centro Histórico de Quito atesora oro, plata y joyas preciosas

En el Centro Histórico de Quito aún se pueden encontrar talleres de uno de los oficios más antiguos: la joyería. Algunos aplican técnicas modernas, otros prefieren utilizar métodos tradicionales. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
En el Centro Histórico de Quito aún se pueden encontrar talleres de uno de los oficios más antiguos: la joyería. Algunos aplican técnicas modernas, otros prefieren utilizar métodos tradicionales. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
26 de julio de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

Por décadas, incluso siglos, muchos de los vecinos de Quito se han dedicado a la fabricación de joyas. No en vano, durante mucho tiempo, la calle Venezuela fue conocida como ‘De los plateros’. Esa denominación probablemente le correspondería en la actualidad a la calle Guayaquil.

No obstante, este tipo de negocios se hallan diseminados por todo el casco colonial. Mientras se camina por las antiguas calles, es posible hallar un sinnúmero de joyerías en la parte baja de las edificaciones, prácticamente una tras otra.  

Al entrar en cualquiera de ellas, se encuentran aretes, collares, gargantillas, anillos (de boda, compromiso y grado).

Detrás de las vitrinas y mostradores está, por lo general, el alma de la joyería: el taller. Allí, todo parece desordenado, pero un joyero sabe muy bien dónde están cada herramienta y cada pieza.  

En la mayoría de casos se trata de negocios familiares. Gran parte de quienes mantienen el oficio aseguran que adquirieron sus conocimientos de sus padres o de sus abuelos.

Ese es el caso Galo Coronel, de 52 años, propietario de Dannes Joyería, ubicada en la intersección de las calles Guayaquil y Chile. Galo tiene el local en esa dirección hace 5 años, pero es joyero desde hace 35; al principio trabajaba en su casa.  

Asegura que es un oficio que se  aprende poco a poco y que uno de los principales requisitos es la paciencia. Esto porque cada detalle de una joya requiere de un trabajo minucioso.  

Galo explica que el diseño lo hace primero en un molde. Estas hormas se elaboran en yeso y se consiguen fácilmente en el mercado.

Pero aunque varios orfebres se han acostumbrado a este modo de trabajo, Delfín Barreno (60 años) asegura que él prefiere trabajar las alhajas artesanalmente. Es propietario de Diamond Joyería y Relojería (Venezuela y Mejía), local que  tiene desde hace 20 años.

Barreno comenta que desde entonces, el Centro Histórico no ha cambiado mucho. Recuerda que en ese mismo local ya había una joyería que se llamaba El palacio de la joya, que tuvo una trayectoria de alrededor de medio siglo.  

Delfín ha sido joyero por 45 años. Se inició en esta labor en la ciudad de Guayaquil.

Con orgullo explica cuál es el proceso artesanal de elaboración de joyas. Compra el oro en barras tras verificar su calidad, para esto lima un poco el material y le coloca ácido nítrico, lo raspa con un pedazo de sal en grano y observa que no aparezca ninguna mancha; si aquello no ocurre, significa que es buen oro.

Si apareciera alguna sombra o espuma, se purifica el metal con el uso de ácidos. Este proceso se realiza en lugares abiertos, donde no haya gente pues —asegura Delfín— genera efectos venenosos.

Luego el material es pasado por una laminadora. “Mientras más quilataje tenga el oro, es más suave” explica el experimentado joyero.

Durante el proceso de estiramiento, el oro se endurece poco a poco, por lo que el joyero debe volver a cocerlo para que mantenga su suavidad. Esto se hace exponiendo el metal precioso al fuego, hasta que llegue al rojo vivo.

Una vez estirado, se lima, se corta con una pequeña sierra y se suelda de acuerdo con la forma que se quiera dar a la joya.

Al poner el oro en el fuego se hace negro, por lo que, finalizado el proceso, se coloca la joya nuevamente al fuego y después se la pone en un ácido especial que la blanquea. Después se pule y se abrillanta la alhaja para que quede lista. “Todo sirve, todo vale” es una de las reglas del joyero. Y es que cuando se lima el oro para darle  forma quedan pequeñas limallas sueltas, las cuales se recolectan.

Barreno comenta con nostalgia  que el oficio está desapareciendo poco a poco, porque ya no hay muchos interesados en adquirir estos conocimientos, sobre todo del trabajo artesanal.

En su caso, sin embargo, para continuar con la tradición del negocio familiar, su hijo Rodrigo y su yerno, Pedro Villagómez, lo ayudan en el taller, principalmente en el diseño de joyas modernas.    

Cuando se empieza en el oficio no son raros los accidentes. Por ejemplo, Galo Coronel recuerda que en una ocasión su soplete, que funcionaba con gasolina, explotó; aún se pueden observar las cicatrices en su brazo derecho.

Algo similar le ocurrió a Delfín Barreno cuando explotó una pieza fofa mientras la soldaba; una limalla entró en uno de sus ojos y tuvieron que operarlo. Por eso afirma que en el taller del joyero no se admiten errores.   

Para algunos joyeros, diciembre y junio son los meses de mayor venta. El precio de una alhaja depende del precio del oro, el cual no es estable. Según Coronel, el gramo de oro de 18 quilates cuesta, en bruto, $ 27. En joya, el mismo oro cuesta $ 60 el gramo.

Un comentario generalizado es que las ventas han bajado. Una de las razones, de acuerdo con Galo, sería que a los jóvenes ya no les gusta lucir cosas de oro, y prefieren bisutería de otro tipo.

Para Delfín, los robos han perjudicado a las joyerías. “Nadie quiere ponerse un arete o un anillo de oro porque en la calle les arranchan. Por eso ya no compran” asegura.

Pero ese no es el caso de Pamela Tacoamán, de 18 años, quien acaba de graduarse del colegio. “Es una tradición el anillo de grado. A mí sí me gusta aunque no lo ocupe siempre, solo en fiestas familiares.

Además, es un regalo de mis papás”, comenta. Su padre agrega que es partidario de comprar en las joyerías del centro, porque es más económico y venden joyas “bonitas y bien hechas”.

“Mi habilidad es lo que me inspiró a hacerme joyero. Para mí es grandioso trabajar con el material más fino que existe. Yo no tengo dinero, pero tengo oro en mis manos” finaliza un sonriente Delfín. (I)

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