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Las centralidades urbanas son barrios con zonas residenciales

Edificios modernos, los nuevos barrios de Quito

Pequeños locales que mantienen oficios tradicionales sobreviven en medio de ciudades desarrolladas. Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
Pequeños locales que mantienen oficios tradicionales sobreviven en medio de ciudades desarrolladas. Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
30 de agosto de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

En la capital, las dinámicas del barrio, con nuevas caras y formas, se mantienen pese al desarrollo urbanístico que ha vivido la ciudad en las últimas décadas.  

En las mañanas, es común observar en la zona norte de Quito al oficinista que corre para llegar puntual a su trabajo, mientras en la otra vereda alguien, aún con pijama, pasea a su mascota por los espacios verdes. Hay menos casas y más edificios con departamentos, oficinas, almacenes, cafeterías y más. El comercio, las residencias y los espacios para el esparcimiento conviven. Son barrios modernos pero cuyos habitantes tienen las mismas necesidades cotidianas de los barrios tradicionales de antaño.

El arquitecto Handel Guayasamín explica que por el año 1942, Quito tuvo un crecimiento urbano con asignaciones de usos diferenciados del suelo. Se trataba de otra visión de ciudad en donde se ubicaba en un sector a las fábricas, por otro las zonas residenciales de clase media, separada de los barrios obreros, es decir, era una ciudad segregada. Estos procesos han cambiado con el tiempo. Es así que las zonas residenciales, a la vez, pasan a ser lugares de oficinas o de comercios.

Comenta que sectores que tuvieron una vocación absolutamente residencial, como la zona de La Mariscal, alrededor del parque La Carolina, los barrios del Batán y otros, progresivamente fueron sometidos a un proceso de renovación urbana en el que las casas fueron desapareciendo y los edificios afloraron. Sin embargo, a la par, también se insertaron usos diversos de los espacios, por ejemplo, las plantas bajas de los edificios se destinaron al comercio.

Guayasamín explica que en Quito está sucediendo lo que ya ha pasado en otras partes del mundo; en los edificios de ciudades con alta calidad de vida, como París, Barcelona y Buenos Aires, hay departamentos, oficinas, almacenes y cafeterías, ubicados a pocas cuadras de teatros y más. “Es decir, las personas pueden bajar y resolver desde las necesidades básicas, como comprar pan y leche, hasta cubrir la oferta cultural, lo que es muy importante porque genera vida urbana” agrega Guayasamín.

Es así que áreas donde hay gran afluencia de oficinas se potencian como centralidades urbanas, lo que causa que afloren edificios residenciales pues son sectores en donde, a cualquier persona que tiene un trabajo cercano, le conviene vivir.

Pero hacer ciudad no es solamente un tema físico; es un tema, sobre todo, de orden social, cultural y de identidades. Según Guayasamín la dinámica de barrio, donde hay cohesión social, donde las personas que venden en las tiendas saben la vida de todos, es un hecho cultural valioso. Tener la oferta del sastre, del peluquero, de la farmacia, del taller que repara los carros, son actividades en las que se interactúa en un barrio y lo hacen vital.

“El caso de los referentes americanos es perverso. Ciudades como Miami están diseñadas para el automóvil, no para el ser humano. Para conseguir un litro de leche tienen que desplazarse kilómetros en el auto para llegar a los centros comerciales, comprar y volver. No hay el barrio, no hay el tejido social, no hay la vecina ni el vecino” dice Guayasamín. Además agrega que urbanizaciones con muros cerrados, con guardias, perros, cámaras, etc., tampoco construyen ni ciudad ni ciudadanía.

De ahí la importancia —comenta— de que la ciudad diversa, en el sentido de los usos y de la heterogeneidad social y económica, provoque interacción entre los ciudadanos.
Es así que en medio de los grandes edificios y centros comerciales, se observan algunos oficios propios de los barrios.

Desde hace 3 años, en la av. Mariana de Jesús y Eloy Alfaro, al norte, hay una pequeña zapatería. Su propietario es Edison Campués (35 años).

Aprendió el oficio hace 18 años. Es de Cayambe y llegó a Quito hace 9. Le gusta diseñar y crear nuevos zapatos. Por ejemplo, un zapato sencillo de mujer cuesta $ 55.

Dice que decidió ponerse su negocio en el sector porque es una zona comercial. “Por aquí hay más oficinas y no hay muchos negocios como el mío. A mí me conviene que haya movimiento. Mejor si ahora empiezan a construir departamentos” comentó.

Repara al día de 6 a 7 pares de zapatos, si se trata de cosas sencillas. Elaborar un par de zapatos le toma una semana.

Cerca de ahí, junto al Centro Comercial El Jardín, trabaja Marcelo Conce (40). Puso su sastrería hace 3 meses, y fue justamente la afluencia de gente lo que le llevó al sector.

Aprendió el oficio desde los 16 años, su padre es sastre y su hijo piensa continuar con el negocio, pero de una forma más especializada pues quiere estudiar diseño de modas. Marcelo dice ser un sastre clásico ya que confecciona trajes a la medida con acabados a mano.  

Aunque comenta que la necesidad de reparar una prenda o un zapato es constante en cualquier barrio, en el sector sucede algo particular. Dice que muchos moradores han perdido la confianza en los servicios del taller. La gente que le va a dejar su ropa siempre hace hincapié de que se trata de vestimenta costosa traída del extranjero.

Para cubrir las exigencias del mercado y darles más confianza en su trabajo creó la marca Good Fit, el mismo nombre que lleva su local.

Ambos negocios son nuevos en la zona, pero uno que ha sobrevivido al desarrollo de la ciudad es la Zapatería Israel. Su propietario es Arturo Moya (55), es zapatero desde hace 35 años y lleva en la calle Manuel María Sánchez, junto al Estadio Olímpico Atahualpa, ya 29 años. Él vio cómo la zona pasó de ser residencial a comercial.

Comenta que desde hace aproximadamente 15 años sus vecinos migraron a los valles, vendieron sus propiedades y empezaron a levantar grandes edificios. Dice que aproximadamente el 80% de sus primeros clientes, quienes dice eran personas con mucho dinero, se fueron del sector.

“Antes, en la esquina, había el peluquero, una tienda de víveres y abarrotes, un sastre, mi zapatería y una imprenta y lo demás eran viviendas. Ahora todo es empresas y lleno de restaurantes y guarderías” dice Arturo. Agrega que en esta transformación de la ciudad también se evidencia que existe otro tipo de familias, aquellas en las que la madre y el padre trabajan y los niños se quedan en las guarderías.

Las construcciones de edificios por estos sectores son comunes. Guayasamín asegura que Quito tiene el reto de evitar su crecimiento incontrolado a distancias que son inmanejables, “debe ir a un proceso de compactación y de densificación”. (I)

DATOS

El crecimiento urbano en Quito, a partir de 1942 aproximadamente, se dio con asignaciones de usos diferenciados del suelo convirtiéndola en una ciudad fragmentada.

El boom de emprendimientos inmobiliarios, en el que las casas son reemplazadas por edificios, se da en los últimos 20 años, según Handel Guayasamín, presidente del Colegio de Arquitectos de Pichincha.

El uso residencial de la zona norte, desde la av. Orellana hasta la av. Naciones Unidas, y desde la av. América hasta la av. Eloy Alfaro, tiene una ocupación que se desarrolla a partir de los años 70. (I)

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