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Atucucho pasó de ser la ‘ciudad de los palitos’ a un barrio consolidado

Buena parte de las calles de Atucucho aún no están pavimentadas, aunque sí los accesos al sector. Foto: Archivo / El Telégrafo
Buena parte de las calles de Atucucho aún no están pavimentadas, aunque sí los accesos al sector. Foto: Archivo / El Telégrafo
05 de abril de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

El local de Víveres Chelita ocupa la planta baja de un edificio de 3 pisos localizado en el barrio Atucucho (al noroccidente de Quito).

La estructura que alberga a la tienda de abarrotes muestra solidez tanto en la técnica constructiva (es toda de bloque) como en su presentación: luce un color olivo en la mayor parte de la fachada, combinado con un verde oscuro en los filos de las losas. En tanto que los marcos de los ventanales y la puerta principal de la casa son de aluminio.

“Es producto de mi trabajo, del de mi marido y la ayuda de 2 hijos que tengo en los EE.UU., cuenta doña ‘Charito’ (Rosario Tituaña), la propietaria.

Cerca del predio, al menos otros 2 inmuebles superan las 2 plantas de altura. En uno de los casos, la estructura luce terminada, “pero faltan los acabados”, comenta Luis Chanatasig, su dueño. En el otro, el tercer piso está a medio acabar y el tiempo ha hecho estragos en el primero y el segundo.

La presencia de edificaciones altas y estructuras sólidas contrasta con la imagen de finales de la década de 1980, cuando el barrio nació como producto de la invasión de la hacienda que ‘prestó’ su nombre a la zona.

En aquella época, 600 familias provenientes de diversas zonas del país se asentaron en el predio Atucucho, de propiedad del Ministerio de Salud. Los fundadores del lugar sostienen que el gobierno y el Ejército de aquella época los alentaron a ejecutar la ocupación.

Durante los primeros años, el área fue conocida como ‘la ciudad de los palitos’. Esto porque las viviendas eran troncos o maderas sobre los que se levantaban plásticos a manera de paredes y techos, y bajo los cuales se acomodaban los pobladores como podían.

En algunos casos, los habitantes conseguían retazos de madera que utilizaban como paredes y los más afortunados usaban a manera de cubierta algún pedazo de madera o ‘Eternit’.

El sector se encuentra asentado aproximadamente a 3.500 m s.n.m (metros sobre el nivel del mar), 700 metros más que el resto de la ciudad, por lo que la movilización era una auténtica odisea al inicio.

Pedro Guale (72 años), originario que la provincia de Esmeraldas, contó que “uno de los problemas que había (que resolver) era cómo ir y regresar de la ciudad”.

Recordó que en principio el camino de acceso era una especie de chaquiñán por el que los carros casi no podían subir. Y que por ello, “las cosas había que traerlas encima del hombro y subir desde bien abajo. Era casi una hora de caminata desde ‘la Occidental’ (av. Mariscal Sucre), aunque unas camionetas nos subían hasta casi la mitad del camino. Y ni pensar en hacerse de noche, porque entonces había que ver en dónde quedarse a dormir”.

Los otros servicios básicos también constituían un problema. Aunque la altura del asentamiento lo acercaba a fuentes naturales de agua, esta llegaba solo entubada y no había alcantarillado ni energía eléctrica.

La organización de la gente y el trabajo comunitario a través de mingas permitió superar poco a poco dichas carencias.

Pero un tema que estuvo pendiente durante mucho tiempo fue el de la propiedad de los terrenos sobre los que los vecinos de Atucucho habían edificado sus viviendas.

En 1996, mediante ley y decreto ejecutivo, el sector fue reconocido como un asentamiento de hecho y pasaron de ser invasores a posesionarios sin escrituras.

Luego de algunos problemas causados, entre otras cosas, por la inestabilidad política que vivió el país, el 29 de julio de 2010, la Asamblea Nacional aprobó por unanimidad la ley que permitió la venta de los terrenos a sus actuales propietarios.
Esto posibilitó que el Ministerio de Salud Pública vendiera 66 hectáreas de lo que fue la hacienda a los posesionarios de los barrios San Jacinto de Atucucho, Nuevos Horizontes y Asociación Agrícola Rumiloma.

Ello permitió que durante la pasada administración municipal se entregaran 882 escrituras y durante la actual, 620 más.

Doña Rosario dice que tener las escrituras de su casa ha cambiado su vida. “Ahora tengo la tranquilidad de poder dejar en herencia a mis hijos el producto de mi esfuerzo y el de mi marido”, concluye. (I)

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