Desigualdad, la gambeta más difícil
Nunca aprendí a jugar fútbol. Crecí en una familia de mujeres en la que el “rey de los deportes” jamás protagonizó algún festejo o decepción (salvo las pocas veces que estuvimos al tanto de un partido de la selección). Quizá porque el aún arraigado “las niñas no juegan así” o el miedo al balón que desarrollé en la primaria, cuando un niño me dio un balonazo, crearon una barrera entre ese deporte y yo. Algo que en psicología se conoce como resistencia.
En el colegio estuve a punto de revivir mi miedo infantil, pero mi amiga Johanna le dio un cabezazo al balón que se acercaba hacia nosotras. El fútbol es un deporte de contacto que requiere velocidad, fuerza, agilidad y en términos populares: aguante. Cualidades que están al alcance de todas las mujeres. Pero ¿qué pasa cuando son todo eso, pero el apoyo y la remuneración no es la misma en comparación con un futbolista? Johanna aún juega a la pelota. Lo hace en la Liga Barrial San Sebastián, en el centro de Quito, pero los campeonatos de las chicas no son constantes, pues sus partidos no resultan atractivos para los espectadores. Quienes ocupan los graderíos de la cancha son sus familiares. Lo mismo sucede a escala mundial en las categorías amateur y profesional. Apenas en enero de este año se registró, en el estadio Athletic de Bilbao, un récord de asistencia a un partido femenino.
Las deportistas amateur no reciben un salario y solo algunas se benefician de un apoyo económico, que va entre los $ 40 y $ 50. Si hablamos de las ligas mayores, las mujeres siguen jugando por puro amor al deporte. A diferencia de los hombres, quienes en promedio reciben un salario de $ 15.000, ellas no cuentan con ninguna remuneración. Su motivación es llegar a la Selección Nacional para contar con viáticos y probar suerte en otro país. Tampoco cuentan con los beneficios del Seguro Social, pues no hay contratos.
En 2017 la Federación Internacional de fútbol profesional (Fifpro) publicó un informe que reveló que la mitad de las jugadoras no reciben ningún salario por parte de sus clubes y del grupo remunerado, el 66% no está satisfecho.
Johanna no tiene hijos, pero aspira a que las niñas que en la actualidad sueñan con ser futbolistas tengan las garantías para cumplir esa meta. (O)