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Ojo al medio

El neoliberalismo parió a la partidocracia, y esta, la peor calamidad política del país

El neoliberalismo parió a la partidocracia, y esta, la peor calamidad política del país
01 de abril de 2015 - 00:00 - Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Si las imágenes lo dicen todo, el retrato de Ecuador en 2005 reveló una cadena de absurdos, disputas estériles, instituciones de papel, pero ante todo el efecto más perverso de un modelo económico donde las fuerzas en disputa rompían toda lógica política.

Nadie dudaría en preguntar cuál fue la diferencia entre Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez con el solo afán de buscar una respuesta a la calamidad política que soportamos desde el llamado ‘retorno a la democracia’. Y las respuestas son múltiples y contradictorias. La más próxima a la sensatez es que los dos personajes (y presidentes de la República, elegidos democráticamente) fueron producto de ese modelo neoliberal, donde no importaba quién estuviese en Carondelet, sino quién moviese los hilos del poder y ordenase a las autoridades elegidas en las urnas.

Lo mismo se diría de Jamil Mahuad, Gustavo Noboa, Alfredo Palacio, Rosalía Arteaga y Fabián Alarcón.

No olvidemos que, en todo ese tiempo, quien en realidad dominaba la escena política, marcaba los titulares de los periódicos (y lo que no se publicaba) era el entonces expresidente León Febres-Cordero. Nada se hacía sin su conocimiento (¿consentimiento?); y mandatario que ganaba una elección, sabía que ante él no había más que negociar para sostenerse.

Por todo eso (más allá de la historiografía tradicional) hay un sentido de la política marcado por las élites oligárquicas que solo termina en 2006. Un año antes se produjo la caída de Lucio Gutiérrez como una expresión del agotamiento real, palpable e insostenible del modelo al que ahora algunos quisieran regresar: manejo de la Asamblea desde los resortes de ciertas cámaras de la producción y ese bloque financiero y bancario que no dejaba nada a la improvisación o iniciativa del partido o presidente de turno. Basta ver cómo se construyó el modelo económico desde las presidencias de Osvaldo Hurtado, Febres-Cordero, Rodrigo Borja, pero ante todo en el de Sixto Durán-Ballén para entender por qué algunas expresiones políticas de ahora se manifiestan con vehemencia por una supuesta unidad nacional.

La suma de hechos, escándalos y fracturas democráticas evidencian un pasado irreconocible para las generaciones presentes. Esa suma podría ser una caricatura hoy, pero es la absoluta representación de lo que ahora miramos en las redes sociales, en cierto discurso liberal y, ante todo, en ese solapado democratismo que reclaman los herederos de la partidocracia.

Y frente a todo ello habrá que preguntarse, cuantas veces haga falta, si de ese pasado lúgubre las actuales generaciones de políticos y dirigentes han sacado una lección provechosa para la democracia, para el bienestar colectivo de los ecuatorianos y para la búsqueda de un efectivo Buen Vivir. ¿La jornada de los llamados ‘forajidos’ fue una ‘escuela’ colectiva e histórica para aquellos que quieren ahora gestar el caos y la incertidumbre y pescar a río revuelto?

¿Podemos averiguar y hasta reflexionar si organizaciones sociales, como la Conaie, el FUT y la UNE, entendieron cuánto dieron para cambiar ese modelo y ahora lo añoran para sostener las mismas banderas como si nada hubiese ocurrido en todos estos diez años?

Y, por último, ¿la ‘izquierda’ ecuatoriana (ahora supuestamente más rebelde e insurgente) entendió su rol en una verdadera transformación social, política, cultural y económica, o solo se hizo diestra y hábil en movilizaciones que derivaron en la entrega del poder a grupos poderosos ocultos en personajes con supuestas reivindicaciones liberales y democráticas?

Hace diez años, Ecuador vivió uno de sus momentos más intensos, pero al mismo tiempo con susto, sin esperanza. Incluso, al abandonar las calles, los ‘forajidos’ vieron que se agotaban ya las prácticas de reclamo y protesta. Y hoy algunos confunden los momentos, los actores y los resortes sociales para, supuestamente, reivindicar una búsqueda de mayor democracia.

La caída de Gutiérrez, de todos modos, fue para dar el salto que no se pudo en la Gloriosa de la década del cuarenta. Hubo un proceso tumultuoso de búsqueda para llegar a la Constituyente de Montecristi. Y desde allí para acá el pueblo ecuatoriano se ha encargado de señalar el devenir legitimando cada cambio. Ya a nadie (salvo a aquellos aventureros que hacen cálculos desde los altares de la academia y las redes sociales) se le ocurre volver a ese pasado.

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