Soy una persona mayor, abuela y bisabuela. Estudié en el colegio Manuela Cañizares y luego en la Universidad Central en Quito. Trabajé en el Seguro Social y una vez jubilada en Ecuador viajé a Francia. En París es cuando comencé a explorar mis dotes de artista, gracias a la ayuda de una institución que se ocupa de las personas mayores solas.

Ellos me introdujeron en el mundo del arte. A la edad de 65 años empecé a pintar y ahora he presentado con éxito más de 10 exposiciones y, aún en  París tan difícil en este campo, he llegado a vender mis obras.
La misma institución que les comentaba me motivó en el arte de la fotografía.

Así conocí el mundo desde otros ángulos en donde la observación y la paciencia permiten encontrar en las cosas más insignificantes un universo lleno de sorpresas; y la vida de las personas de nuestro entorno que muchas veces pasan desapercibidas.

En la mirada de un niño, en la caricia de una madre, en los coqueteos de los jóvenes encontramos tantas cosas que nos llegan al alma. Estas cosas ocupan mi tiempo y hacen que la soledad sea menos dura, quisiera decir muchas otras cosas pero me invade la emoción  y no puedo seguir.

En septiembre de 2013 presenté una nueva exposición de pintura y fotografía en la embajada de Ecuador, en París, y en ese mismo mes con motivo de la fiesta del Patrimonio de Francia una exposición colectiva en una abadía en la región central del país. Soy vieja con mucho orgullo, pero descubro cada día mis habilidades y es ahora cuando en realidad estoy conociendo que otro tipo de vejez sí es posible. Me doy mis paseos por varios países de Europa durante los meses de verano, porque acá el invierno nos tiene amarrados a la cama.

He trabajado en Francia con refugiados de otros países. En Ecuador también dejé una huella de mi vocación social. Mi Ecuador es como mi vida y en cada exposición siento el orgullo de representar a Ecuador y dejar en alto su nombre.