Luis Plaza llegó a Quito hace 20 años desde su natal Esmeraldas y la primera impresión que le dio la capital lo enamoró de la ciudad en un instante. Ya no quería regresar. Hizo todo lo posible por quedarse y a pesar de las dificultades logró establecerse trabajando como mensajero, como empleado doméstico o haciendo labores de mantenimiento en residencias.

Más allá de apasionarse por conocer Quito y sentirla como propia, también buscó desarrollarse en el periodismo, algo a lo que estuvo ligado desde su juventud.

En Atacames, incluso antes de cumplir la mayoría de edad, su afinidad con la radio y el periodismo fue tal, que ingresó como pasante a la radio Antena Libre de Esmeraldas. Estar en ese mundo era un sueño cumplido y más aún cuando le tocaba estar frente al micrófono.

Él se considera un autodidacta, pues nunca recibió una educación formal en comunicación, pero con lo que le dio la experiencia le bastaba. En Esmeraldas hizo un programa llamado ‘Aquí los Campesinos’, que era un espacio comunitario para la gente que vivía del agro en su zona.

Era un ‘reportero popular’, como él mismo se califica y esperaba con ansias cuando cada 2 o 3 semanas lo llamaban para grabar el espacio. Salir a las comunidades y conversar sobre los problemas que afrontaban, significaba una gran experiencia en su hoja de vida.

Compartía su presencia en la radio con la animación de eventos infantiles. Conoció a un italiano que le dijo que si se presentaba con el nombre de Luis Plaza, la gente poco lo iba a recordar. Así que le propuso que su nombre artístico sea ‘Luigi Bernny’. Tomó ese nombre como suyo y le encantó, tanto así que cuando lo llaman por su nombre real, pocas veces se da vuelta. Si le dicen ‘Bernny’ o ‘Locutor’, enseguida sabe que lo buscan.

“Con la cara de indio que vos tenés, ¿cómo te vas a poner ese nombre?”, le decía su abuela adoptiva Graciela Herrera, que era argentina. Él le respondía que era porque la gente lo llamaba así, pero por dentro le encantaba su apelativo.

Ya en Quito era muy complicado continuar con sus aspiraciones periodísticas: sabía que ingresar a un medio era muy complicado para él, pero se sentía incompleto sin hacer lo que más le gustaba.

A Luis no le gustaba jugar fútbol. En el colegio lo hacía por cumplir, pero siempre le gustó ver y comentar sobre el balompié. Así que en Quito, donde abundan las ligas barriales, su hermana Laura lo llevó a la liga Eloy Alfaro, que se juega al norte de la ciudad.

Laura, en cambio, sí juega fútbol y lo hace en un equipo barrial. Ella fue la ‘culpable’ de que Luis se dedique a la narración deportiva. Mientras veían un cotejo, ella le propuso que haga las veces de narrador, porque sabía bien de su vocación de periodista y las ganas que tenía de volver a hacer algo que tenía olvidado en Esmeraldas.

‘Bernny’ se atrevió. Nunca tuvo miedo escénico; para algo deben haber servido tantas veces que animó fiestas infantiles frente a padres y niños, además de las horas que pasó locutando en la radio de Atacames. Lo hizo con desparpajo, a pesar de que no conocía nada de los equipos, ni de quién jugaba en ellos. A la final, la gente quedó encantada con su narración.

De eso ya son 15 años, pero nunca cambió su método, ni tampoco su estilo. Más bien incrementó su vocabulario, se volvió reconocido y alimentó su entusiasmo por el periodismo deportivo comunitario.

Lo que sí cambió fueron las formas. Durante 4 años narró a capella, porque su voz fuerte y potente le permitía hacerlo. Sin mucho esfuerzo hacía que el jugador en la esquina contraria a su posición lo pueda escuchar. En 4 años ya había conocido Quito y sus rincones, tanto así que un estadounidense que conoció por su trabajo en una residencia, le pidió que lo lleve a conocer rincones no tan turísticos de la ciudad. ‘Bernny’ lo hizo, pero también lo llevó a presenciar uno de los partidos que debía locutar.

El norteamericano escuchó con mucho detalle lo que hacía y le dio la idea de que con un megáfono podría hacerse escuchar mucho mejor.  La idea lo ilusionó, adquirió uno y con él empezó a generar mayor atención en los espectadores. En algún momento también usó una caja de amplificación, pero no tuvo éxito. Regresó al viejo megáfono, que aún mantiene y por el que es reconocido en las canchas a donde va.

Empezó a ser muy reconocido entre los futbolistas barriales, por lo que muchos equipos lo llamaban para que narre sus encuentros. Su tarifa es de $ 5, pero confiesa que muchas veces no le pagan o en otras ocasiones lo invitan a las fiestas para celebrar el campeonato.

Lo que gana no le sirve de mucho aporte; tampoco lo hace por eso. Insiste en que su pasión por narrar y continuar su labor como periodista comunitario es lo que más le llena, más allá de que en realidad sea un aporte económico.

El ‘Locutor’ ya no es un improvisado. Para cada jornada prepara sus instrumentos que, además del megáfono, incluyen una grabadora y un cuaderno donde registra las formaciones de los equipos.

Él intenta ser perfeccionista con su actividad y por esa razón utiliza su grabadora para su archivo personal de cada partido que locuta. Su archivo no da abasto para los más de 300 partidos que calcula que ha comentado. Suele escuchar esas grabaciones para corregirse a sí mismo o cambiar palabras que considera que repite mucho durante sus intervenciones.

A los jugadores les gusta, porque sienten que con la locución de Plaza, su partido de fútbol aficionado tiene un toque de profesionalismo. Incluso los mismos jugadores le piden que les diga de una u otra forma, ya sea con su apellido, con su apodo o con el nombre de un futbolista profesional. (I)