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Un monumento para Mandela

Un monumento para Mandela
16 de diciembre de 2013 - 00:00

”Soy el capitán de mi alma… soy el amo de mi destino”.
                                                                                                                                                               Nelson Mandela

Esta es la frase que a Nelson Rolihlahla Mandela, nacido como Rolihlahla Dalibhunga Mandela, de la etnia xhosa, y uno de los 15 hijos de un consejero principal de la casa real Thembu (a su vez nieto de rey) -de ahí el termino ‘Madiba’, título honorario adoptado por ancianos de su tribu- lo mantuvo lleno de esperanza 27 años en una cárcel por su lucha en contra de la segregación racial en su país.
Su figura se expande desde ese momento por el peso político que le dio a cada tarea y acción. Tanto que cuando llegó a la presidencia fue uno de los mandatarios mejor recibidos por diversos países de toda clase de ideologías.

Nacido el 18 de julio de 1918, en Qunu, Umtata, provincia del Cabo Oriental (antiguo Bantustán de Transkei), Sudáfrica. Abogado en 1942. En 1944 ingresó en el Congreso Nacional Africano (ANC), un movimiento de lucha contra la opresión de los negros sudafricanos, su ideología era un socialismo africano nacionalista, antirracista y antiimperialista. Por ese motivo estaban estigmatizados, él y su movimiento, como terroristas en una lista que EE.UU. se encargaba de ‘socializar’ en el mundo.
Inspirado en Gandhi, organizó manifestaciones de resistencia y desobediencia  civil pacífica en contra de leyes segregacionistas. Promovió la aprobación de una carta de la libertad, en la que se plasmaba la aspiración a un Estado multirracial, igualitario y democrático, una reforma agraria y una política de justicia social en el reparto de la riqueza.

En 1956 el endurecimiento del régimen racista llega  a su máxima expresión, con el plan del Gobierno de crear siete reservas o ‘bantustanes’ territorios marginales supuestamente independientes, en los cuales  se confinó a la mayoría negra. Mandela y su grupo  respondieron con manifestaciones y boicoteos que condujeron a la detención de la mayor parte de sus dirigentes; fue acusado de alta traición, juzgado y liberado por falta de pruebas en 1961.

Después de 27 años de estar privado de su libertad fue liberado, pero siguió luchando por los derechos civiles de los negros sudafricanos. Premio Nobel de la Paz en 1993, galardón que compartió  con Frederik de Klerk y en 1994 se convierte en el primer presidente sudafricano de raza negra.
Murió a los 95 años dejándonos un legado de amor, entrega, temple valor, reconciliación de paz, nunca buscó venganza, al contrario, condujo al país a un proceso de reconciliación. Y fue un verdadero ejemplo para los afrodescendientes del mundo, porque tanto  para él como para sus compatriotas y hermanos,  por la pertenencia a una etnia o por  el color de la piel, no hay motivo alguno para el discrimen o la exclusión. Todo lo contrario: Mandela demostró al planeta la calidad humana de seres humanos cargados de sometimiento que son capaces de perdonar, dialogar y acordar sin claudicar en los principios fundamentales.

Por esto y por muchas razones más quiero proponer, más allá de que considero que los homenajes y reconocimientos deben hacerse en vida, que Guayaquil, por la talla de tan digno representante de la diáspora africana  en el mundo,  le rinda un homenaje póstumo erigiendo un monumento en el  parque Samanes, hermoso espacio de libertad y recreación  que está construyendo el Gobierno Nacional.      

“No me juzgues por mis éxitos,  júzgame  por las veces que caí   y aprendí a levantarme”.
                                                                                                                                                               Nelson Mandela

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