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Maidán, la pesadilla de Yanukóvich

Maidán, la pesadilla de Yanukóvich
12 de febrero de 2014 - 00:00

Maidán, la Plaza de la Independencia ucraniana, vuelve a ser el escenario de protestas y consignas a favor de un cambio. El fantasma de la “Revolución Naranja” de 2004 ha sido un lugar común para analizar las marchas de más de cientos de miles de ciudadanos desde noviembre de 2013, cuando el presidente Víktor Yanukóvich del partido de las regiones -de línea prorrusa- sorprendía a los suyos con un “No” al Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, luego de haber cantado un “Sí” por todo lo alto.

En 2004, la historia era distinta, pero también se trataba de Yanukóvich y los ucranianos. Por entonces, un fraude electoral daba como ganador de los comicios a Yanukóvich frente al proeuropeísta Víktor Yushchenko. Los ciudadanos movieron las difíciles placas tectónicas de la política ucraniana y lograron repetir las elecciones, dando la victoria esta vez, a Yushchenko. Rusia apenas se recuperaba de la desintegración soviética.

Víktor Yuschenko y la exprimera ministra Yulia Timoshenko -encarcelada por abuso de poder y corrupción- aparentemente, fuera de la escena cotidiana, han aupado porque “Europa ayude a Ucrania a escapar de Rusia”. De hecho, la UE condicionaba el acuerdo a ciertas concesiones en el caso Timoshenko, que en más de una ocasión ha sido calificado como un “ajuste de cuentas” y “justicia selectiva”.

La disputa por Ucrania entre la Unión Europea y Rusia se tensiona más con la participación de Estados Unidos, infaltable, en este tipo de conflictos. Ucrania es la joya de la esfera de influencia postsoviética, por lo que la “preocupación” estadounidense es mal vista por el Kremlin. Incluso, se sospecha que desde Moscú se orquestó la filtración de la conversación entre la secretaria de Estado adjunta, Victoria Nuland, y el embajador de EE.UU. en Kiev, en la que Nuland apelaba a una intervención de la ONU y, enfáticamente, decía: “que se joda Europa”. Poco caso le harán los europeos a este desliz, pues los intereses en juego pesan más.

Además, las medidas diplomáticas tomadas por Bruselas de dialogar con líderes de la oposición parlamentaria ucraniana no inciden directamente en las protestas, donde la dinámica está dictada más por una autoconvocatoria, que por el liderazgo de los opositores. Catherine Ashton, jefa de la diplomacia de la UE, también ha conversado con Yanukóvich sobre la posibilidad de una reforma constitucional que ha quedado en suspenso.

Desde luego, los recursos están en juego. Ucrania es el enclave por el que el gas ruso llega hasta Europa. Cuando Rusia ha querido cobrarle las deudas a Ucrania lo ha hecho suspendiendo el suministro de gas; en tanto, Ucrania le ha respondido con desvíos ilegales de gas a Europa. En resumen, esas han sido las “guerras del gas” desde 1994.

En términos económicos, de acuerdo a varios análisis de expertos ucranianos, la dependencia comercial de Ucrania con respecto a Rusia ha venido a menos, la Unión Europea y China juegan un rol cada vez más importante. En efecto, la esperanza de un calco de la UE en la Europa postsoviética a través de la Unión Aduanera entre Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán, aún parece débil.

Sin embargo, más allá de “un chantaje comercial ruso”, existen algunas razones -incluso de cajón- por las que Kiev ha desistido de un acuerdo: las posibles desigualdades de competencia, las represalias económicas de Moscú, la debilidad de su economía interna y el alto costo para ajustarse a los estándares europeos en varias dimensiones.

Pero no solo Rusia apoya a Yanukóvich, también unos cincuenta parlamentarios están de su lado, así como un amplio sector de la oligarquía ucraniana, que desde el inicio apoyó su candidatura. Uno de ellos es el “clan Donetsk” de los industriales, encabezado por Rinat Ajmétov, dueño del famoso club de fútbol europeo Shakhtar Donetsk.

No extraña entonces que los hilos del poder se muevan más allá de Maidán y de la propia Bruselas. Contrario a lo que sucedió en Moldavia, en donde la población se manifestó contra la integración a la UE, en Ucrania la división entre los ciudadanos se ha vuelto contra el propio Estado. La reunión entre Putin y Yanukóvich en el marco de los Juegos de Sochi ha terminado por enardecer a los ucranianos pro-occidentales.

La Revolución Naranja quedó inconclusa y los ucranianos están conscientes de aquello. Nada ha logrado detener sus protestas, ni la ley de amnistía, ni las conversaciones con Ashton, ni la renuncia del primer ministro ucraniano, Nikolai Azárov, ni siquiera los veinte grados bajo cero.

Probablemente, la celebración de los comicios por adelantado y las reformas a la Constitución completen, en parte, el puzzle de la Revolución Naranja.

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