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Los jesuitas y el Papa jesuita

Los jesuitas y el Papa jesuita
20 de marzo de 2013 - 00:00

os análisis sobre la elección del papa Francisco difieren en mucho, pero coinciden en un punto al menos: se trata de un triunfo de los jesuitas puesto que colocaron en el Vaticano a uno de los suyos. Dicen los reportes de prensa que un cardenal le dijo a su colega Bergoglio, cuando se definió su nombre en el cónclave: “El nombre debería ser Clemente XV, así te vengas contra Clemente XIV que suprimió la Compañía de Jesús”.

Y dado que en todo el mundo se multiplican las felicitaciones a   jesuitas, uno ya no sabe si reírse de la ocurrencia del cardenal o tomarse en serio las felicitaciones.

¿Dónde está el mérito de los jesuitas? ¿En qué gana o pierde esta orden religiosa católica que, en el imaginario popular, compite con Roma al tener su “Papa negro”? Para decirlo de una vez, la Compañía de Jesús no tiene mayor mérito en esta elección  y, sin embargo, se encuentra en una posición muy particular, única en su historia, porque queda al servicio de un Papa que verdaderamente la conoce por dentro.

Dicen las normas de la Compañía de Jesús que, cuando a un jesuita se le propone ser obispo, debe rechazar automáticamente la propuesta. Si las autoridades eclesiales insisten, tiene el jesuita que consultar con el Superior General de Roma, vía su Superior nacional (el “Provincial”), y luego decidir conjuntamente, considerando el bien de la Iglesia.  Si resulta ser elegido como obispo, al jesuita se le dispensa de su voto de obediencia a sus superiores religiosos, y de su voto de pobreza porque deberá arreglárselas solo en sus finanzas personales.

Es verdad que conserva el deber de escuchar al P. General si este quisiera aconsejarlo, pero no está obligado a consultarle ni a seguir sus consejos. Digamos que pasa de una jerarquía a otra, lo que no impide que mantenga vínculos de amistad con sus hermanos de orden. Por este proceso pasó Jorge Mario Bergoglio SJ en 1992 al ser nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires, de modo que fue innecesario repetirlo cuando fue electo obispo de Roma.

La Compañía de Jesús no manda entonces ni puede mandar sobre un jesuita obispo, arzobispo o Papa. La influencia real o imaginada de la Compañía en la sociedad no aumentará ni disminuirá luego de este 19 de marzo, por el solo hecho del origen jesuita del papa Francisco. Inocultable es la alegría de la Compañía al ver a uno de los suyos en el papado, pero impensable ver al papado como uno de sus conquistas.

Pero la Compañía, por un voto especial de sus miembros, está a disposición de los papas para asuntos relativos a la misión de la Iglesia. En razón de su proveniencia, el papa Francisco conoce bien los resortes internos que mueven a los jesuitas y no se sorprenderá de sus capacidades o limitaciones. Sabrá bien qué pedir y qué esperar de esta comunidad que se considera instrumento de Dios para la promoción de la fe y la justicia, en permanente diálogo con las culturas y las religiones del mundo. El diálogo será franco.

¿Y qué esperan los jesuitas del nuevo Papa? Tres cosas, dice el Superior General, P. Adolfo Nicolás, SJ: espíritu evangélico de cercanía a los pobres, identificación con el pueblo sencillo y compromiso con la renovación de la Iglesia. Si esto sucede, si “buenos aires entran en la Iglesia”, como dice Mons. Julio Parrilla en una de sus notas,  me atrevo a pensar que el papa Francisco pertenecerá al corazón de creyentes e increyentes. “Universal” será su nuevo adjetivo.

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