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Los desplazados sirios luchan por sobrevivir en el frío

Una niña siria desplazada lava los platos en el campamento de Ain Issa, en la provincia de Raqa (norte).
Una niña siria desplazada lava los platos en el campamento de Ain Issa, en la provincia de Raqa (norte).
Foto: AFP
27 de diciembre de 2017 - 00:00 - Agencia AFP

Jadija Allushe sobrevivió a los combates encarnizados contra el grupo Estado Islámico (EI) en la ciudad siria Raqa. Pero una vez en el campo de desplazados perdió a su hijo, de siete años, a causa del frío.

Bajo una carpa o en edificios en ruinas, miles de sirios expulsados de su hogar por la guerra tiritan de frío. Carecen de calefacción, mantas y de ropa de abrigo. Y la falta de medicamentos agrava su calvario, especialmente en el caso de los niños.

“Mi hijo murió por culpa del frío”, sostiene Jadija, una semana después de la muerte de Abdel Ilá, en un campamento de Ain Issa, en la provincia de Raqa (norte), donde las temperaturas nocturnas llegan hasta  a cuatro grados.

“En mitad de la noche tosía y tenía fiebre. Al día siguiente murió”, cuenta esta mujer, de 35 años, recordando a su hijo, “al que tanto le gustaba jugar con los otros niños”.

Como miles de personas, Jadija huyó de la ciudad Raqa, la antigua “capital” del Estado Islámico en Siria. El 17 de octubre una coalición kurdo-árabe, apoyada por Estados Unidos, expulsó de ella a los yihadistas después de meses de combates.

Ni colchón ni mantas
Pero el regreso a casa ni siquiera es algo que se plantee. Allí todo es desolación. “Que Dios nos proteja de este frío”, implora Jadija, mientras abraza a otro de sus cuatro hijos.

Jalal al Ayaf, responsable del campo de desplazados de Ain Issa -que acoge a 17.000 personas en 2.550 tiendas de campaña- reconoce “la escasez de medicamentos”.

“No hay estadísticas sobre los casos de mortalidad infantil pero estas muertes fueron causadas por enfermedades” propiciadas por la llegada del frío invernal, asegura.

Algunos sectores del campamento están privados de clínica, alerta la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en diciembre.
“Faltan prendas de abrigo. Mis colegas vieron a familias usar mantas para confeccionar ropa de invierno para sus hijos”, cuenta Ingy Sedky, portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).

Cerca de las carpas, unas mujeres se agolpan en torno a una pila de ropa usada en busca de anorak y de pantalones gruesos.
Los niños recorren las avenidas del campamento, algunos de ellos descalzos pese al frío, otros con jerséis o impermeables demasiado grandes para ellos.

“Estuvimos diez días sin colchón ni mantas, no hay calefacción y hace mucho frío”,  lamenta Um Omar, de 50 años, mientras trocea verduras para el almuerzo.

Um Omar es de la ciudad de Deir Ezor, en el este de Siria. Lleva dos meses en el campamento de Ain Issa con su familia. “En las tiendas no tenemos nada. Dormimos los unos pegados a los otros. Nos dieron solo cinco mantas pese a que somos siete”.

Una tos constante
Para prevenir la lluvia algunos hombres levantan alrededor de las tiendas pequeñas barreras con piedras para impedir la filtración de agua.

“Mis hijos y yo no hemos parado de toser desde que llegamos aquí”, lamenta Zeinab Akil, madre de cuatro niños y oriunda de Bukamal (este). “Necesitamos calefacción y mantas”.

De cuclillas delante de una carpa, Um Yusef calienta agua para bañar a los niños. “Lo más importante es que entren en calor”, afirma la abuela, de 55 años, con el rostro cubierto por un velo de color malva.

De los más de seis millones de sirios desplazados en el interior del país en guerra, 750.000 viven en campos de refugiados o en cobijos improvisados, según la ONU.

En la provincia de Damasco algunas personas se refugiaron en un colegio semiderruido.

“En este colegio hay un centenar de personas”, explica Abu Mohamad Shahad, de 71 años, que huyó de los combates cercanos a su localidad de Hawsh al Dawahra para refugiarse allí, en la ciudad de Hamuria.

Las dos ciudades se sitúan en el bastión rebelde de la Guta Oriental, una región asediada por el régimen desde 2013, que carece de medicamentos y víveres.

“No hay ventanas ni cristales”, explica Abu Mohamad. Para calentarnos “hasta quemamos plástico”. (I)

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