Punto de vista
La UE ¿entre la reforma o la desintegración?
Con el fin de impedir una nueva guerra “mundial” y contrapesar a la Unión Soviética, hace más de 65 años se conformó por iniciativa de Francia y Alemania -y con el apoyo de Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo- la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA). Ese fue el inicio de la Unión Europea (UE), que a lo largo de su existencia ha ido ampliándose hacia la Europa Anglosajona, el Mediterráneo, los Balcanes, la Escandinavia, la Europa Central y del Este, hasta integrar a un total de 28 países.
A diferencia de otros esquemas de integración, la Unión Europea es una institución supranacional y aquello implica que los países miembros ceden parte de su soberanía en la medida en que adoptan las leyes, normas, reglas, políticas y planes comunitarios. No obstante, a menudo se ha discutido sobre la Europa de las dos velocidades, o incluso, de la Europa multivelocidades, lo que ha complejizado la adopción homogénea de la normativa europea a nivel doméstico.
Esas notables diferencias entre los países miembros –que exceden el ámbito económico-financiero- han propiciado que exista un principio de diferenciación, que puede ser definido como un proceso que permite a algunos Estados ir más allá en la integración, mientras que otros pueden optar por no hacerlo, como el caso de Gran Bretaña. Así por ejemplo, de los 28 Estados, 19 tienen como moneda común el euro, los restantes nueve conservan su propia divisa. El Reino Unido (RU) se incluye en este último grupo. Por tanto, referirse a la Eurozona y a la Unión Europea como lo mismo, es un gran error.
Esta integración diferenciada, sin embargo ha sido un arma de doble filo, porque por un lado ha permitido la expansión de la Unión Europea – incluso hacia el Este, la histórica zona de influencia ruso-soviética-, pero por otro, ha allanado el camino hacia la fragmentación y por tanto, ha socavado la propia legitimidad de la UE.
Gran Bretaña, ha sido uno de los países – sino el que más- le ha sacado provecho al principio de diferenciación, debido al alto grado de poder que detenta en la gobernanza mundial. Adicionalmente, su especial relación con los Estados Unidos, no le ha permitido -al menos desde el siglo XX- comprometerse plenamente con la Europa continental.
“Yo no amo Bruselas, amo el Reino Unido”
Además de estos factores, la crisis económico – financiera de 2008, la crisis del euro, y la reciente crisis de refugiados ha planteado serios cuestionamientos a la gobernanza de la Unión Europea. En este marco de conflictivas respuestas de la Comunidad, David Cameron, el primer ministro británico, presionado por los partidos euroescépticos (UKIP), por miembros de su propio partido (conservador) y cierta creciente opinión pública -principalmente antimigrante-, negoció en febrero un “estatus especial” para el Reino Unido dentro de la Unión Europea.
Luego de dos días maratónicos de negociación, David Cameron logró un traje a la medida británica: nada de unión más estrecha, protección a los Estados no incluidos en la Eurozona, conceder mayor poder a los parlamentos para bloquear leyes comunitarias, y limitar las prestaciones sociales de los trabajadores inmigrantes en un plazo máximo de siete años –frente a los 13 iniciales que impulsaba Londres-. A cambio Cameron se comprometió a impulsar el No al “Brexit” (por la contracción en inglés entre Britain y exit) en el referendo.
Entre un discurso europeísta y un “Yo no amo Bruselas, amo el Reino Unido”, David Cameron anunciaba el triunfo de la negociación. Posteriormente, se fijó el 23 de junio como la fecha del referéndum en la que como muchos dicen, el Reino Unido definirá su identidad y la Unión Europa su posible desmoronamiento o reforma.
La fuerza del argumento antiinmigrante
La creciente aparición y el triunfo de partidos políticos euroescépticos en varios países miembros ha hecho inevitable la politización de la Unión Europea y en general, de la integración regional en la agenda política doméstica. La solo clasificación de partidos pro-unión y euroescépticos resulta un indicador.
Ahora bien, una de las cuestiones que más critica el Reino Unido es la supuesta “política de puertas abiertas” que les impone la normativa comunitaria – a pesar de que no forma parte del Acuerdo Schengen- y que según los críticos de la UE, abre el paso a la inmigración desregulada.
Actualmente, hay tres millones de inmigrantes de la UE en Gran Bretaña pero ¿es suficiente salirse de la Unión Europea para frenar la inmigración indiscriminada? Ciertamente no, por el contrario, el gobierno del Reino Unido deberá analizar con calma estos ofrecimientos, pues en caso de que triunfe el sí, su compromiso será mucho mayor y también, su escrutinio.
Que el argumento antiinmigrante sea clave en el impulso para proponer el referendo dice mucho sobre cierto segmento de la población. ¿Quiénes son los “Breexiters”? Sorprendentemente, de acuerdo con una reciente publicación de “The Economist”, al parecer hay un factor de educación y de clase, pues mientras más cualificado es alguien, es más propenso a ser proeuropeo, en tanto, que a menos preparación, la tendencia sería contraria.
Luego del referéndum: “Keep calm and carry on”
En caso de que triunfe la opción de la salida, como se conoce hasta el momento, el escenario, sobre todo, a corto plazo puede ser desastroso tanto para la UE como para el RU.
Por un lado, este es uno de los momentos de mayor fragilidad política y económica de la UE, que además, a traviesa ciertas disonancias entre sus dos motores más importantes: Francia y Alemania, que parecen carecer de un proyecto común debido a sus propias asimetrías. En tal contexto, la salida del RU debilitaría aún más a la UE, no solo a nivel comunitario, sino a nivel internacional, pues, sentaría un terrible precedente que motivaría a los partidos euroescépticos a presionar con mayor fuerza a su país miembro por una salida de la UE, provocando, en el peor de los escenarios para los europeístas, una desintegración. Sin hablar de los muchos efectos económicos y migratorios –como ya se mencionó-, para la UE perder a la que en 2030 sería la economía más grande de la Comunidad, sin duda, causa preocupación.
Por otro lado, para el RU sería perder uno de sus principales mercados, además de los privilegios en inversión. Su crecimiento económico se vería gravemente afectado al menos durante unos quince años, sin contar que su agenda de “libre comercio” se vería mermada. A esto se añaden, efectos negativos en el ámbito científico y cultural.
Como es obvio suponerlo, la Unión Europea se asegurará de no dar paso -como muchos suponen- a un “Nexit” (salida de Holanda) o a un “Czexit” (salida de República Checa), y para ello, implementará acciones disuasorias, que podrían golpear al RU más de lo que se imagina.
Ciertamente, para la Unión Europea ha sido casi impensable la salida de un Estado miembro, tal es así, que apenas en el 2009 con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, se estipula en el artículo 50 la posibilidad que tiene un Estado miembro de retirarse de la UE, al respecto dice, debe hacerlo a través de una notificación al Consejo Europeo.
El artículo 50 no da muchos detalles del proceso, y en sí, el procedimiento de salida de un país miembro de la UE es un vacío dentro de la construcción de su institucionalidad. Probablemente, llegar a un acuerdo en los términos de una eventual salida de Gran Bretaña, tomará al menos dos años.
En caso de que triunfe el No al “Brexit” en el referéndum, varios parlamentarios y expertos apuntan a un posible proceso de reforma de la UE que pueda reflejar su amplitud y su vanguardia frente a la comunidad y al reordenamiento internacional. Hasta ese momento habrá que decir “keep calm and carry on”.