La latinoamericanía de la Celac
Atrás queda la desapercibida Cumbre de una Iberoamérica cada vez mas inexistente. Esta vez, vinieron todos. No faltó (casi) nadie a La Habana para celebrar la II Cumbre de la Comunidad de Estados de Latinomericanos y Caribeños (Celac). El mundo, a través de tres instituciones significativas, tampoco quiso perderse esta histórica cita: Ban Ki Moon (Naciones Unidas), Insulza (Organización de los Estados Americanos, OEA) y Alicia Bárcenas (Comisión Económica para América Latina). Nadie, absolutamente nadie, puede negar este nuevo emergente espacio en América Latina para América Latina desde América Latina solo liderado por latinoamericanos.
Pocos se acordarán de la visita inesperada de Chávez a Cuba en diciembre de 1994, unos meses después de pasar por la cárcel por su levantamiento militar frente a las injusticias sociales. En esa visita a Cuba tuvo lugar después que Chávez recorriera buena parte de la región sin pena ni gloria (apenas recibido en Argentina; paso fugaz por Uruguay y Chile; y solo bien acogido por un sector de la izquierda colombiana). Fidel sorpresivamente le fue a esperar al aeropuerto mostrando que ese nuevo líder no podría ser desatendido. En esa conferencia, Chávez, a contracorriente de la utopía neoliberal, ya sostuvo “la necesidad de la segunda dependencia anclada en un continente latinoamericano y caribeño, integrado en una sola nación”. A esto mismo se han referido Rafael Correa, Cristina Fernández. Evo Morales y Nicolás Maduro 20 años después. América Latina, con la Celac por bandera, y no con la OEA, está más desestadounizada que nunca. Este hecho es una condición necesaria pero no suficiente para una descolonización integral. Esta cumbre se realizó en medio de un cambio de época en el que una fuerte corriente posneoliberal se impone en muchos países de la región. Ahora bien, no existe construcción posneoliberal de América Latina solo con proyectos nacionales emancipadores y soberanos. Hoy en día, en esta fase acelerada de la mundialización de la economía, en plena transición, la región necesita una política supranacional nítida y determinante. La presión desde el Norte es permanente tal como se indica en el informe del Consejo Atlántico “El Vínculo Trilateral: Inspeccionando una Nueva Era para América Latina, Estados Unidos y Europa”, que apuesta a traer a la región al redil atlántico tendiéndole la mano con tratados de libre comercio y tratados bilaterales de inversión que perpetúe un rol subordinado en el sistema productivo fragmentado geográficamente a nivel mundial. Por ello, para salir de ese “abrazo del oso” venido desde el Norte, el Sur exige una dinámica regional sin divisiones en asuntos estratégicos que establezcan líneas rojas infranqueables. Pero no solo se trata de poner límites que eviten saqueos, sino que llega la hora de la próxima década que sobreviene después de esta pasada década ganada. Esta tarea no será fácil, y la Celac ha dado muestra de esta preocupación. Por esto, se han trazado nuevos desafíos en busca de construir definitivamente una región libre de pobreza. Este ha sido un eje central fundamental en esta cumbre, pero ¿cómo? Esta cuestión tampoco se ha descuidado en esta reunión. La centralidad ha estado precisamente en la complementariedad productiva con el objetivo de conformar círculos virtuosos endógenos que reparta equitativamente el valor agregado. Las nuevas cadenas de valor han de ser regionales pero no al servicio de las translatinas. Otro aspecto de urgencia -tal como se ha dicho durante este encuentro- es ordenar más eficazmente el exceso de procesos de integración en la región. No será fácil establecer un gran paraguas continental que albergue a tantos intereses contrapuestos. No será sencillo armonizar los retos que cada gobierno se ha marcado sin que existan disputas. Nada de esto será cómodo. Sin embargo, hay algo que está muy claro y que sí muestra madurez en este proyecto emancipador: ser muy consciente de que estas disputas están y existen y hay que afrontarlas cuanto antes. Muchas cumbres han muerto justamente por entender que cualquier disenso es un freno para construir, lo que ha conllevado a innumerables cumbres que consensuan una suerte de conjunto vacío. Así, que la Celac, con Centroamérica más México, tiene una nueva oportunidad para reconstruir el paso del huracán del Pacífico por la Unasur, y establecer mecanismos eficaces para tomar decisiones, para reaccionar unidamente si vuelven a existir violaciones al derecho internacional como sucedió con Evo Morales en Europa, o si hay más espionaje venido del Norte. La Celac se constituye así, en este momento, en la nueva superestructura que tiene el desafío de aprender de los errores de integraciones fallidas como la de la Unión Europea y, por el contrario, avanzar hacia un nuevo espacio regional que sea una zona de paz, de democracia y justicia social.
Fidel Castro, hace dos décadas, en la reunión-germen de esta nueva comunidad regional, habló de “latinoamericanía”. Esta es la gran conclusión de lo que ha sucedido estos días en la misma Habana, mucha “latinoamericanía”, de la que Chávez debe estar muy orgulloso porque él ya dijo en ese encuentro en La Habana que “algún día esperamos venir a Cuba en condiciones de extender los brazos y en condiciones de mutuamente alimentarnos en un proyecto revolucionario latinoamericano en la idea de un nuevo continente integrado”. Amén.
