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Los exalumnos denominaron a su generación ‘Sangre, resistencia y esperanza’

La generación 2011-2015 se gradúa en Ayotzinapa con alegría incompleta

Este fin de semana la Normal Rural de Ayotzinapa hizo una sentida ceremonia donde se recibieron 128 maestros. Foto: Publimetro.com
Este fin de semana la Normal Rural de Ayotzinapa hizo una sentida ceremonia donde se recibieron 128 maestros. Foto: Publimetro.com
21 de julio de 2015 - 00:00 - Paula Mónaco Felipe. Corresponsal en Ciudad de México

Las lágrimas se escapan a cada rato. El dolor empaña las miradas y no hay clima festivo en la graduación de 128 maestros rurales en la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa. Se titula la generación 2011-2015, la primera en concluir sus estudios después de los ataques del 26 de septiembre de 2014 que dejaron 3 muertos, 2 heridos de gravedad y 43 desaparecidos.

Los flamantes maestros visten desigual. Algunos llevan saco beige, otros solo la camisa del conjunto que es negra. Un grupo usa prendas más gastadas, camisas moradas del uniforme habitual con el escudo de Ayotzinapa bordado junto al corazón. “No me pongo el traje porque no estoy como para festejar”, explica a EL TELÉGRAFO Aquilino Florencio Mejía, quien en su brazo izquierdo tiene un listón negro, expresión de luto.

La banda de guerra de la escuela interpreta toques en tono solemne. Con un redoblante colgado está un muchacho alto y moreno a quien apodan ‘Coyuco’. Tiene el rostro tenso y un prendedor con la foto de su primo, Daniel Solís Gallardo, asesinado en Iguala.

Padres, hermanos, novias, parientes y amigos llegan vestidos de gala. Son campesinos, albañiles, exmigrantes, vendedores y amas de casa; personas de trabajo que en muchos casos ven titularse al primer integrante de su familia. Orgullosos están los padres de Aquilino. Ella es ama de casa, tiene cabello negro largo y lleva un vestido rojo de algodón. Él, campesino, viste pantalón café, camisa beige y sombrero.

Hay mucha gente, pero el bullicio es medido, no hay gritos ni aspavientos. Los invitados llegan con flores y presentes para agasajar a los maestros. ‘Felicidades Óscar’, dice escrito a mano un globo con forma de estrella, color azul.

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En el patio de la exhacienda, que desde 1926 es escuela para hijos de campesinos, hay 43 pinturas de gran tamaño, son los rostros de los desaparecidos pintados por docentes y alumnos de la escuela. También se instalaron dos carpas blancas para proteger del sol a los presentes. Al resguardo de una están egresados y familiares, en la otra los padrinos del evento sobre una pequeña tarima. Quienes acompañan a la autonombrada generación ‘Sangre, resistencia y esperanza’ son destacados artistas e intelectuales que expresan su emoción por el mandato: la periodista Elena Poniatowska, el escritor Juan Villoro, el periodista Luis Hernández Navarro, el filósofo Armando Bartra, el cineasta Gabriel Reyes, el actor Héctor Bonilla, la feminista Marta Lamas, el caricaturista Rafael Baraja y el maestro Arturo Miranda. Ausentes por razones de fuerza mayor, también son padrinos el expresidente de Uruguay José Mujica y el escritor Paco Ignacio Taibo II.

Es Elena Poniatowska, Premio Cervantes de Literatura 2013, quien inicia los discursos. Les habla en tono cariñoso, casi consejo de abuela: “Seguramente algunos de ustedes, de la generación 2011-2015, no querrán ni siquiera que les entreguen su título. Más que festejar su graduación, darían su vida con tal de poder abrazar a sus compañeros, a los 48 que hoy nos faltan. Pero justamente porque ellos nos faltan tienen que seguir de pie al igual que doña Rosario Ibarra de Piedra, quien a partir de 1975 no dejó de buscar un solo día a su hijo, Jesús Piedra Ibarra, desaparecido a los 22 años”.

Después les habla del líder del movimiento estudiantil de 1968, Raúl Álvarez Garín, “quien también luchó hasta el día de su muerte, nunca bajó los brazos ni dejó de protestar. Sentó al expresidente de la República mexicana, Luis Echeverría, en el banquillo de los acusados”.

La voz de Elena tiembla de emoción. Uno a uno menciona a los siete normalistas que han sido asesinados desde que esta generación ingresó a la escuela. Nombra también a los dos estudiantes heridos en Iguala, Aldo Gutiérrez Solano, quien permanece inconsciente, y Édgar Andrés Vargas, sometido a numerosas operaciones que aún no logran reconstruir su rostro.

Estudiantes e invitados escuchan atentos. Algunas miradas al piso y hay quienes lloran cuando les dice: “A ustedes, muchachos, México no les ha dado lo que se merecen, a pesar de que están dispuestos a ser maestros bilingües, a entregarse a los que nadie toma en cuenta, a salir adelante porque quizás sean los primeros de su familia en haber llegado a la escuela. Y siguen adelante a pesar de tenerlo todo en contra. Siguen adelante cada día con la esperanza de que México deje de ser el país de las fosas, de los aullidos, de los niños en llamas, de las mujeres martirizadas”.

Con todas sus fuerzas, la escritora de 83 años les pide: “Alcemos los brazos y abracémonos porque al hacerlo 43 veces estaremos abrazando ya no la fotografía de un normalista sino la lucha que todos queremos emprender contra la desaparición forzada”.

Después hablan los otros padrinos que abrazan con palabras a los nuevos maestros. Los cobijan en momentos de dolor y tensión porque los familiares de los 43 desaparecidos y algunos alumnos están ausentes. Rechazan la realización del evento, algunos denuncian arreglos monetarios y otros lo interpretan como una concesión en la huelga estudiantil que han sostenido desde el 27 de septiembre de 2014. “Tenemos coraje, tenemos indignación pero no podemos perder la esperanza -dice el filósofo Armando Bartra-. Si nos quitan la esperanza y la alegría, ellos habrán triunfado”. La feminista Marta Lamas les pide que no bajen los brazos, que mantengan en alto las banderas que dicen ‘Ni olvido ni perdón’.

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Luis Hernández Navarro, periodista y especialista en el movimiento magisterial, menciona que escuelas como Ayotzinapa han sido estigmatizadas “porque ustedes son el último reducto de la Revolución mexicana. En las normales rurales se resumen las dos grandes demandas de la Revolución de 1917: una educación libre, gratuita, laica y obligatoria para toda la población; y la reforma agraria”.

Les advierte sobre algunas dificultades que encontrarán en un México con la educación pauperizada y criminalización del magisterio crítico. Pero también los alienta: “Compañeros maestros, con sus enseñanzas y su compromiso con las comunidades de las que vienen y a las que van a enseñar, estoy convencido, van a ayudar a transformar a este país”.

Por los alumnos habla el secretario general del Comité Estudiantil, Eduardo Maganda. “Hemos sufrido muchísimo, demasiado. Para ninguno ha sido fácil llegar hasta este preciso momento”, dice el muchacho de cabello negro con rulos. “Nunca vamos a olvidar que nos faltan 43, nunca vamos a olvidar a nuestros compañeros asesinados y desde aquí queremos decirles que, donde quiera que se encuentren, vamos a continuar exigiendo justicia y la presentación con vida de todos y cada uno de ellos. Aquí estamos, no nos rendimos”.

Uno a uno entregan los títulos. Los muchachos pasan a recoger sus documentos entre aplausos algo más distendidos. Algunas familias gritan “¡Sí se pudo!”, “¡Te queremos!” y aparecen sonrisas de satisfacción, alegría por el logro propio y de sus compañeros.

Sigue el himno de la escuela, interpretado por el grupo estudiantil Rondalla Romance. Las guitarras dicen ‘Nos faltan 43’ y al escucharlas, los egresados se quitan corbatas y camisas. Debajo tienen playeras blancas con los rostros de los desaparecidos.

Termina la ceremonia entre abrazos, lágrimas y fotografías para el recuerdo. Aquilino conduce a sus padres por la escuela. “Mira mamá, aquí dormía yo en primer año”, le señala un aula grande con vidrios rotos y paredes descascaradas. No hay camas ni colchones. “Y bueno, m’hijito -responde la mujer-, tú creciste sobre tierra, tú sabes aguantar”. (I)

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