“¡No puedo respirar!” es el lema de multitudes en Estados Unidos
El 28 de agosto de 1963, Martin Luther King Jr. pronunció frente a miles de personas en Washington, desde los escalones del imponente monumento a la memoria de Lincoln, el discurso más famoso de su vida: “Yo tengo un sueño”.
Y sus palabras fueron premonitorias: “No habrá descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que se otorgue al negro sus derechos de ciudadanía. Los torbellinos de la revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el brillante día de la justicia”.
Él mismo, un reverendo que ganó el Premio Nobel de la Paz, fue catalogado por el régimen como una de las personas más peligrosas, y murió asesinado por un francotirador en 1968. Ello provocó masivas protestas en todo el país.
Hoy, más de medio siglo después, Estados Unidos no puede respirar. Las últimas palabras de George Floyd, asesinado por un policía blanco el 25 de mayo en Minneapolis, son el lema de multitudinarias marchas de indignación y repudio al racismo.
Su muerte fue el detonante de una bomba que estaba lista para estallar. La reacción ha sido viral. En California, hasta en poblados pequeños, la gente salió diariamente a condenar la brutalidad policial, que se ensaña especialmente contra los afroamericanos. Las últimas palabras de Floyd son la metáfora de un país ahogado por el racismo y la inequidad.
Los afroamericanos enseñan a sus hijos a jamás resistir un arresto. Saben que lidiarán con ello durante su vida. Eso fue lo que hizo Floyd, al ser arrestado por pagar con un billete falso de $ 20. Sin embargo, Derek Chauvin, un policía blanco con varias denuncias a cuestas, lo tiró al piso y aplicó todo su peso en su cuello durante más de 8 minutos.
Es impactante ver su mano en el bolsillo, mirando con cinismo a la cámara, haciendo notar lo bien que se sentía. No tenía temor de represalias. Mientras Floyd, con su último aliento repetía “no puedo respirar, por favor…”.
No es un hecho aislado. En 2014, Eric Garner murió en Nueva York en un evento similar: cuatro policías lo arrestaron por participar en una escaramuza; también presionaron su cuello en el suelo, mientras le esposaban. Parece un perverso protocolo. Sus últimas palabras fueron, “no puedo respirar”, por once veces.
En 1999, Amadou Diallo, un estudiante africano de 23 años, murió asesinado por 41 disparos de otros cuatro agentes de Nueva York. Llegaba a su casa y sacaba las llaves para entrar. Los policías declararon que pensaron que sacaría un arma. Su madre llegó desde Nueva Guinea para llevar los restos de su hijo a su país.
Volvió para el juicio, con la esperanza de ver condenados a los asesinos de Amadou. Pero el veredicto fue de inocencia. Y no es el único caso. El policía que asesinó a Garner también fue declarado inocente.
El racismo es tal cuando existe un sistema que lo legitima. La abolición de la esclavitud en Estados Unidos se dio tras la Guerra Civil, en diciembre de 1865, con la XIII Enmienda a la Constitución. Pero había una excepción: el castigo por un delito.
La historia muestra que miles de afroamericanos fueron encarcelados por crímenes menores, incluso, por prejuicios morales, como “vagancia”. Y fueron llevados a trabajos forzados.
Hasta hoy, los afroamericanos tienen mayor posibilidad de ser declarados culpables durante un juicio, en un país polarizado racialmente, y donde el 95% de fiscales son personas blancas.
La XIII Enmienda motivó también el nacimiento de una organización numeraria de supremacía blanca: el Ku Klux Klan, cuyo fin era perseguir y asesinar afroamericanos. Durante el siglo XX se vio a este clan de odio cometer numerosas atrocidades.
Pero los afroamericanos no han sido los únicos discriminados. En 1882 una ley federal prohibió la entrada de ciudadanos de China a Estados Unidos. Y en 1924 el Congreso dio paso a la ley que prohibió la llegada de inmigrantes de toda Asia.
Esto cambiaría gracias a las conquistas de las organizaciones de afroamericanos. Allí destacan figuras como Malcolm X y Martin Luther King Jr. quien, con un soberbio discurso, instó a Estados Unidos a “hacer realidad las promesas de la democracia”.
En 1964 se promulgó la Ley de Derechos Civiles, que además de prohibir la discriminación y la segregación racial, dio de baja las denominadas leyes de Jim Crow, que ordenaban la segregación racial en todas las instalaciones públicas. Muchos recuerdan cuando tenían que usar baños para blancos o para “personas de color”.
La democracia moderna se asienta sobre un contrato social. Este implica que la sociedad en su conjunto está de acuerdo en respetar y ejercer deberes y derechos, siendo todos iguales frente a la ley; no importa el color de piel, género, edad, condición socioeconómica, lugar de origen, ni religión. Esa es la teoría.
En la práctica, este contrato, escrito en la Constitución de cada país, es violado persistentemente. La discriminación surge por prejuicios irracionales, fundados en cualquiera de esas diferencias, y lleva a cometer graves atropellos e injusticias, como lo sucedido con George Floyd.
Si quienes ejercen poder abusan de él con impunidad, entonces el sistema no funciona. Y el vaso en Estados Unidos se ha colmado. Se espera que esta vez la justicia haga su trabajo y sea el inicio de un necesario proceso de reconciliación.
Como decía Luther King Jr., es de esperar vivir en una nación donde los seres humanos no sean juzgados por el color de su piel sino por su calidad como personas. Es evidente que ello está lejos de ocurrir en un país donde su presidente, en lugar de dar un mensaje de unión, despliega al Ejército a las calles para sofocar las protestas y continuar como si nada ocurriera.
La gente, cansada de vivirlo a diario y horrorizada con lo ocurrido con Floyd, con Garner, con Diallo y una larga lista de personas, exige vivir con libertad y sin miedo. El sueño americano no puede resumirse en tener trabajo a costa de la dignidad. (O)
Ola mundial protesta contra el racismo y la violencia policial
Miles de personas fuera de Estados Unidos se sumaron este sábado a las multitudinarias marchas en contra del racismo y la violencia policial tras la muerte del afroamericano George Floyd.
En Australia se manifestaron con pancartas de “No puedo respirar”.
En Tokio y Seúl marcharon pacíficamente personas de diversas nacionalidades para denunciar el racismo.
Lo mismo sucedió en una veintena de ciudades de Alemania. En la plaza Alexanderplatz de Berlín se congregaron unas 15.000 personas, en una protesta que esperaba reunir a 1.500.
En Reino Unido participó otra multitud, con mascarillas y guantes por el coronavirus, en la plaza del Parlamento, en Londres.
En París acudieron cerca de 2.000 personas a la plaza de la Concordia. Mientras en Atenas la manifestación desembocó en enfrentamientos en el centro de la ciudad. Y en Bélgica, unas 700 personas hicieron caso omiso a la prohibición y participaron en la marcha contra el racismo. (I)