El criminal Josef Mengele realizó experimentos para tratar de mejorar la raza aria, porque pensaba que sus ancestros atlantes habían perdido su ‘pureza’ por mezclarse con ‘razas inferiores’.

Antes de la llegada de los nazis al poder ya existía la Sociedad Thule, una organización esotérica nacionalista que creían en la superioridad aria y sirvió de base fundacional para el primer partido político de Adolf Hitler.

Los miembros de dicha sociedad daban por cierto el cuento de Bulwer Lytton y de otros escritores
esotéricos sobre una raza superior intraterrestre y sobre atlantes que se salvaron huyendo a tierras altas. Heinrich Himmler, comandante de las temibles SS y miembro de esa agrupación, auspició en 1938 una expedición al Tíbet que fue en pos de los descendientes de los atlantes y del secreto del Vril.

Los científicos nazis midieron los cráneos de cientos de tibetanos, sacaron moldes de sus caras y regresaron a Alemania poco antes de estallar la guerra. Años después reconocieron no haber encontrado ninguna evidencia de la existencia de los atlantes-arios.

Cuando Hitler estaba casi derrotado, prometió a su pueblo una terrible y efectiva arma secreta. De seguro no se trataba de la bomba atómica, cuyo proyecto ya había sido abandonado. ¿Tal vez creía que en verdad existía el Vril de los atlantes? Así se originaron muchos mitos -todavía vivos- sobre superarmas nazis y ovnis escondidos bajo tierra, sobre arios llegados de otros mundos y de su portentoso Vril. Harto material para los vendedores de misterios.