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El Telégrafo
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“El término ‘independiente’ es una suerte de comodín político”

“El término ‘independiente’ es  una suerte de comodín político”
10 de febrero de 2014 - 00:00

¿Qué rol juegan los medios de comunicación en la caracterización de la violencia en la sociedad?

Los medios juegan un rol de primer orden, solo superado por la práctica concreta de la violencia entre los ciudadanos en las calles, en las guerras o conflictos. Los medios han hecho de los fenómenos de violencia, para nuestra desgracia, una de sus fuentes principales de información. Como todos sabemos, tienen una sección especial -llamada sucesos- para difundir violencia.

Por eso, creo que los medios han faltado a la responsabilidad de tratar la información sobre estos temas. No digo que deba ser excluida información sobre estos hechos, pero creo que el discurso con el que deben ser presentados esos acontecimientos debe ser construido de una forma delicada y comprometida.

¿Por qué digo esto? Porque son una escuela enorme. Los medios son como los maestros, pero con un aula mucha más grande, llegan a más gente. A más público, más responsabilidad tenemos. Si los maestros tienen una responsabilidad con 30 alumnos y sus padres, los medios la tienen con toda la sociedad. En consecuencia, tradicionalmente se han alimentado de la violencia, y no solo la televisión, la prensa o la radio, sino el cine, que ha privilegiado estos contenidos en sus producciones.

¿A qué responde esta dinámica?

Responde al hecho de que han encontrado allí una cantera de atractivo entre la gente, entre los lectores y espectadores. ¿Por qué? Yo citaba en estos días al maestro Antonio Pasquali, que escribió un libro llamado Comunicación y Cultura de Masas. Él decía que Circe, la diosa, cría con pienso porcino a los puercos después de haberlos convertido en puercos. Es decir, los medios han hecho que a los espectadores les guste la violencia, pero no por nuestro gusto natural, es un gusto aprendido. Ese contenido violento es reforzado permanentemente, hasta que el espectador termina por buscar esos mensajes.

Pero ahí radica también un tema comercial, a nivel internacional. La prensa amarilla se especializa en este tipo de información...

Ciertamente. Es el aprovechamiento de un tipo de mensaje con fines mercantiles, económicos. Pero parece que no han entendido que hay otros contenidos que les pueden reportar beneficios. Porque nadie está en contra de que los medios tengan beneficios razonables, pienso yo, pero ese lucro no puede ser producto de explotar pasiones bajas, situaciones conflictivas que perjudican a la sociedad.

Es similar a lo que ocurre en los EE.UU., que se ha empeñado en no controlar la distribución de armamento, porque existen grandes lobbies de infinitas cantidades de dinero que contribuyen a campañas electorales, buscando que existan leyes favorables. Si queremos cambiar ese gusto macabro, de naturalización de la violencia, que la pinta como algo normal, hay que pensar en mediano y largo plazo. Hay que tomar medidas que afecten no solo a los medios sino a la escuela. No podemos seguir cultivando la contradicción de que en la escuela enseñamos al niño a respetar y no ser violento, y luego, cuando llega a su casa, se sienta en la ‘tele’ a ver asesinatos. No podemos seguir con esa contradicción, porque la escuela no puede competir.

Entonces, los medios son capaces de formar el público, una posición de gran responsabilidad. En esta línea, ¿cuál es su opinión sobre la regulación administrativa de los medios?

En todo Estado, en Europa y Latinoamérica, hay organismos que tratan de promover que los medios sean educativos y no deformantes, de convertirlos en aliados de la escuela y no en sus enemigos. Por eso pienso que la iniciativa tomada en Ecuador –la leí la semana pasada– va en la dirección correcta. Pienso que la ley no puede tener una visión y objetivo controladores, castigadores, de los medios, sino que debe privilegiar el aspecto positivo y constructivo, ganar a los medios para los fines de la educación y la cultura, del respeto al otro, a las minorías, a la diferencia. Creo que, si en lugar de énfasis en el carácter represivo de la ley, nos fijamos en el constructivo –aunque no descarto medidas de carácter sancionatorio– sale a la luz el lado formativo. Así se contribuye a que los medios estén al servicio de la sociedad y no de la minoría que ve formas de enriquecerse o conseguir más poder.

En casos específicos –en Ecuador y Argentina, por ejemplo– ha habido una reacción bastante fuerte de los medios en contra de la regulación, argumentando que atenta contra la libertad de expresión. ¿Hasta qué punto esto es cierto?

Yo pienso que no, porque a menudo los propietarios de los medios piensan que la libertad de expresión es su libertad de expresión, y no la de la sociedad. Los ciudadanos no tienen el mismo acceso que los propietarios, porque se han convertido más en empresas mercantiles que en empresas defensoras de las libertades. A menudo hemos visto casos en los que esta libertad llega hasta donde llegan los intereses económicos. Nadie puede pensar que la Sociedad Interamericana de Prensa defiende la libertad de expresión, bueno, tal vez sus miembros. Ellos en realidad defienden sus intereses de grupo. Por otro lado, no hay libertad absoluta, siempre existen límites. Mis derechos llegan hasta donde están los del vecino. Eso hay que respetarlo. Ahora bien, los ciudadanos tienen derechos comunicacionales, estos deben ser respetados también, y no solo los de aquellos que deciden lo que se publica y los que dicen a los periodistas lo que deben publicar.

Entonces, allí debe intervenir el Estado. No para perseguir y castigar a los medios y sus propietarios, sino para defender los derechos comunicacionales de la mayoría de la sociedad. Algunos propietarios han entendido esto y han cambiado su visión a una actitud más constructiva. Esto es un aspecto alentador dentro del proceso, que es duro y difícil, porque implica conflictos de intereses.

Así, hay que decidir en función de qué intereses trabajar. El Estado -y el Gobierno que lo representa-, aquí y en cualquier parte, tiene la obligación de defender a todos, pero si hay conflicto, debe defender a la mayoría que lo eligió para representar sus derechos, para que haga cumplir los deberes de todos los ciudadanos y no solo de unos.

En el fondo de esta problemática está el debate sobre el término ‘medios independientes’, ¿qué opina?

El término ‘independiente’ es una suerte de comodín político, que puede servir para muchas cosas, es una forma de ganar prestigio para un proyecto, presentando una cara –real o no, no lo sé– de imparcialidad y equilibrio. Si este es el propósito de la prensa independiente, sin ser objeto de presiones por parte de fuerzas políticas, religiosas o económicas, por nombrar tres, bienvenido sea, me parece que va en la dirección correcta.

¿Pero pueden existir los medios masivos independientes?

Esa es una pregunta interesante. ¿De qué vive un medio si depende tanto de los anunciantes? Es un problema difícil de resolver. Cito una experiencia, que permitió solventar esa situación: en Suecia, el primer ministro Olof Palme vio que las grandes empresas iban a masacrar a los medios regionales, comunitarios y locales porque no recibían dinero de la publicidad, entonces acordó financiar a esas pequeñas emisoras de radio y prensa. El Estado allí se dio cuenta de que la pluralidad de medios garantizaba la pluralidad de visiones. Esa es una vía, la intervención del Estado, que le dice a la sociedad que le conviene que haya muchos periódicos, por ejemplo, por lo que no hay que permitir el monopolio de ese mercado. Entonces, el Estado, con el dinero de los ciudadanos, porque a ellos convenía, financiaba esos pequeños periódicos.

La otra salida, a mi manera de ver, surge de la ciudadanía. Si logramos cultivar y promover gente crítica y reflexiva, semióticamente bien preparada, dará apoyo a esos medios, porque se da cuenta de que su existencia los beneficia como ciudadanos, familia, grupo, etcétera.

¿Cuál es el rol de los medios públicos en esto?

Todo Estado tiene derecho a tener medios que le permitan difundir su trabajo. Todo Gobierno, sin confundirlo con el Estado, tiene derecho a difundir lo que hace, piensa y decide. Un peligro es cuando estos marginan a otros sectores de la sociedad que no coinciden con él. El medio público no es del Gobierno, es de toda la sociedad y, en consecuencia, debe mantener un equilibrio informativo, escuchar voces críticas y no convertirse en un medio exclusivamente del Gobierno. En ese caso estaría haciendo lo mismo que se les critica a los medios privados.

El medio público tiene una función importantísima que cumplir, para no caer –como ha sucedido en otros países– en situaciones en las que, financiado por toda la sociedad, se usa solo para una parcialidad política. Eso sería desvirtuar y degenerar la función pública y social del medio.

El tema de la regulación deviene, en ciertas condiciones, en sanción, como pasó aquí con el caso del caricaturista Bonil. ¿Cómo se debe tratar la parte iconográfica?

Creo que un mensaje es importante, no importa si es lingüístico, icónico, gestual, va para un gran conjunto de personas. Por eso no veo diferencia entre que el mensaje comunicado sea de un formato u otro. Todos deben ser analizados por las instituciones encargadas de vigilar que no se violen valores fundamentales.

No se puede permitir que en un medio de comunicación, por ejemplo, se discrimine, porque así enseña a los ciudadanos a discriminar.

No porque sea una caricatura, un eslogan o cualquier otra cosa, queda exento de la posibilidad de ser sancionado, porque la significación es lo que se transmite, independientemente del lenguaje.

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