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Coco y Sabor: de Esmeraldas para Quito, el ejemplo de microfranquicia

Coco y Sabor: de Esmeraldas para Quito, el ejemplo de microfranquicia
27 de enero de 2014 - 00:00

Vender cocos a bordo de una precaria carretilla fue el germen de un próspero negocio que hoy da sustento a 22 socios, la mayoría de extracción humilde de la provincia de Esmeraldas. Sin terminar sus estudios, con el dinero justo para vivir el día a día y en una ciudad ajena, estos 17 hombres y 5 mujeres forjaron un camino de éxito, impensable años atrás, y con un poco de visión e iniciativa, sumada a la ayuda de las autoridades formaron la Asociación de Trabajadores Autónomos Coco y Sabor. La fruta que se ve por doquier en la provincia verde y que es básica en la comida esmeraldeña, no solo les recuerda su tierra natal sino que les permitió convertirse en pequeños emprendedores que mantienen sus familias exclusivamente de la venta del coco y sus derivados.

Muchos llevan décadas en Quito (antes andaban dispersos por la urbe), cada uno por su lado, arrastrando una carretilla por las cuestas del Centro Histórico y hasta tenían que huir de la policía municipal que decomisaba sus ventas ambulantes. El panorama cambió radicalmente.

Hoy la Asociación cuenta con 22 coches de acero galvanizado, tiene puestos fijos distribuidos en el norte, centro y sur de la capital, y exhibe todos los permisos para vender sus productos en la vía pública. Los socios se sienten orgullosos de su trabajo diario y saben que aunque son sus “propios jefes”, no ganan si no trabajan cada día. Pero el respaldo de la Asociación les da la ventaja de no sentirse solos y la seguridad de contribuir a un proyecto común que sigue creciendo. “Aquí la idea es que todos ganemos en conjunto”, asegura Emenegildo Quintero, presidente de la Asociación que se creó en 2008 ante el Ministerio de Inclusión Económica y Social, pero que se legalizó completamente a partir de octubre de 2011.

Gracias a la venta de cocos, muchos pudieron culminar la primaria, otros quieren terminar la secundaria, pero su lenguaje y su visión muestran a gente que hoy domina ideas de negocios, innovación, servicio al cliente, inversión y proyectos. Iniciaron su formación en febrero de 2009, capacitándose en el programa ‘Quito mi empresa’ de Conquito, la Agencia Metropolitana de Promoción Económica del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito. Ahí potenciaron sus habilidades

y sus conocimientos. “Al principio no sabíamos ni como presentar un proyecto”, reconoce Quintero. Ahora ya anuncia los próximos pasos: convertir a la Asociación en microempresa, aumentar el número de socios, ubicar nuevos coches en los valles aledaños a Quito, y agregar la marca Coco y Sabor a vasos, servilletas, fundas plásticas y otra indumentaria. Esa marca incluso está registrada ante el Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual (IEPI) desde febrero de 2012. Y, como no podría ser de otra manera, los colores de logotipos, banderas y uniformes son los de Esmeraldas: verde y blanco. “No sabíamos nada de emprendimientos, de cosas empresariales porque nosotros toda la vida trabajamos de manera individual. Trabajábamos ‘cada quien para su saco’, como dice el dicho. Cuando el compañero (Quintero) nos convocó para hacer la Asociación, porque él es el cabecilla -dice entre risas-, ahí mejoramos, pero todavía falta bastante para ser empresarios, líderes”, opina José Govea, uno de los socios. Cada martes, el únco día de descanso, todos se reúnen en la sede ubicada en el Playón de La Marín para discutir la marcha del negocio, hacer cuentas y hasta preparar almuerzos “a lo esmeraldeño”. Al entrar al lugar, el olor dulce del coco se escapa de la pequeña cocina donde se produce el jugo de “puro” coco -sin leche, recalcan-, y se fabrican aceite de coco y cocadas. Ese es el centro de operaciones de quienes quieren usar la sede para producción, aunque la mayoría de socios prepara sus ventas en los respectivos domicilios. Ese también es el sitio donde reciben a periodistas, antropólogos y estudiantes de marketing atraídos por la historia de éxito de Coco y Sabor.

La idea de microfranquicia social “Ahora queremos tener maquinaria para no estar rallando el coco con las manos, a veces nos toca rallar hasta 60 cocos”, cuenta Antonia Quiñónez, de 29 años y madre de 3 hijos. “Mire mis manos”, dice,mostrando las huellas que deja el arduo trabajo de prepararlo todo con las manos. Ella tiene su puesto en El Recreo y su marido también tiene un coche en el Banco de Fomento del centro. El hogar se mantiene solo de las ventas del negocio. Al igual que el resto, ella espera que pronto la Asociación tenga un “galpón” o centro de distribución desde donde se preparen los productos de manera industrial para repartir a todos los coches. “Fue la primera microfranquicia social que impulsamos desde el Municipio. Es un modelo exitoso que buscamos replicar, no solo por un tema de mejoramiento de ingresos, de la calidad de vida de los involucrados, sino también por un tema de ordenamiento territorial del comercio informal y, además, porque favorece el ornato de la ciudad”, explica Diego Erazo, director ejecutivo de Conquito. La entidad busca este año generar 4 nuevas microfranquicias sociales de la mano de asociaciones de venta de frutas y otros productos, señala. El trabajo con Conquito incluye la legalización de las agrupaciones, capacitación en temas organ izacionales, de manejo de alimentos, servicio al cliente, administración del negocio y hasta gestión de financiamiento. Coco y Sabor accedió a microcréditos de aproximadamente $ 1 300 por socio para comprar el coche, indumentaria y uniformes. Muchos ya terminaron de pagar su obligación luego de 2 años.

Al pasar de vender coco pelado en “carreta”, como los esmeraldeños llaman a la carretilla, a tener un coche con productos con valor agregado, las ganancias se han duplicado, estima Erazo. “Con la precariedad en la que estaban no llegaban ni al salario básico. Hoy pueden ganar unos $ 1 000 mensuales en promedio, por socio”, añade. El dirigente Quintero comenta que ya tienen casi todo en orden, “solo nos falta el Seguro Social”. Una tarea pendiente. El arte de pelar coco Atrás quedaron las historias de racismo, no solo de los transeúntes que les gritaban “negro”, sino de algunas autoridades que al verlos humildes y “sin corbata” los ignoraban en oficinas públicas. “Ahora como Asociación las autoridades nos tomanen cuenta. Cuando se trabaja independientemente usted no tiene ningún tipo de apoyo, de beneficio y no tiene respaldo”, manifiesta José Quiñónez. Y si bien con el tiempo fueron aprendiendo a lidiar con la migración a la capital y más tarde con cuestiones empresariales, hay algo en lo que todos son expertos: en pelar cocos. Incluso las mujeres aprendieron el oficio, incluida la única que no es esmeraldeña sino de Palma Roja, Sucumbíos, Rocío Bohórquez. El coco inevitablemente evoca las vidas de los esmeraldeños en su tierra: la niñez cuando abrían el coco para comerlo y usaban el agua para refrescarse, el legado de sus padres sobre el uso del coco en cocadas, en el arroz con aceite de coco, en el encocado de pescado y otras recetas desconocidas para los serranos. Y ninguno se escapa de mostrar sus destrezas a la hora de agarrar el coco con una mano y puñar el machete o cuchillo grande con la otra. Con paciencia y como si se tratara de ir moldeando una escultura, Duquermen Quintero, va quitando poco a poco la corteza peluda del coco. En su juventud perdió 2 dedos de la mano derecha cuando operaba una máquina en una fábrica de balsa. Igual pela el coco con una habilidad que sorprende.

Daniel Ascencio también muestra sus destrezas. Con rapidez convierte a la fruta tosca caída de alguna palmera de la localidad de Quinindé, desde donde llega la materia prima, en una delicada esfera blanca que es el coco listo para comer. Y en las calles los clientes abundan, sobre todo cuando el jugo de coco logra refrescar los calurosos días de Quito. A la salida de la escuela, niños y jóvenes rodean los choques y beben en unos segundos el líquido. Con la idea de satisfacer a su ampliada clientela, la Asociación buscará en el futuro vender el jugo en botellas para que el producto esté listo para llevar. “Antes no nos paraban mucha ‘bola’ porque andábamos en la ‘carreta’ que se veía con basura de los cocos. No había mucho interés de los clientes, pero desde que tenemos los coches, la presencia es más llamativa, la gente se siente atraída porque el lugar es más limpio, el jugo está higiénicamente preparado. Hay mucha diferencia entre la ‘carreta’ y el coche porque tratamos bien a los clientes y hasta uno mismo se siente satisfecho del trabajo que está haciendo”, afirma Govea. Los planes de expandirse se evocan como un sueño difícil de alcanzar. Bohórquez, cuenta que necesitan al menos $ 500 mil para convertirse en una microempresa, pero la cifra no les asusta después de haber conseguido algo que años atrás no imaginaron.

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