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Roberto Bolaño o la épica de los derrotados

Roberto Bolaño o la épica de los derrotados
23 de diciembre de 2013 - 00:00

Bolaño: el mejor estudiante de la universidad desconocida

La muerte de Bolaño se enmarca dentro de la idea romántica del héroe trágicamente desaparecido, del hombre de clase media consagrado a las letras que muere cuando al fin logra el reconocimiento por el que tanto ha trabajado, del escritor que decide sufrir pobreza e incluso pospone el tratamiento médico que podría salvarle la vida por no descuidar la escritura de aquella colosal obra, 2666, que ha de llevarlo, paradójicamente, a la inmortalidad.

Todos sabemos que cuando muere el creador nace el mito. Tras su muerte corrió el rumor de que no eran los cigarrillos que fumaba desesperadamente para potenciar la sinapsis los que lo llevaron a la muerte, sino drogas como la heroína, cuando todos sabían que ni siquiera bebía y que su único vicio verdadero era la escritura. De hecho, Bolaño rompe definitivamente con el mito modernista queve a los escritores como a seres inmersos en paraísos artificiales propios del modernismo.

Disléxico, ladrón de libros, infrarrealista provocador, vendedor de artesanías, camarero, estibador, amigo de los drogadictos de Blanes, coleccionista de cartas de rechazo, estudioso de la literatura, obsesionado por conocer todos los libros que se publicaban, cazador de cabelleras, según definición de Villoro y Herralde, que participaba en cuanto concurso literario se anunciaba, pero sobre todo, un enfermo de melancolía, de Melan-Kholé, o bilis mala, según decían los griegos, que lo lleva a caracterizar personajes que al tiempo que lloran a gritos, sufren ataques de ira que los hacen desear quemar al mundo.

Bolaño empezó escribiendo con 4 manos, como una deidad hindú, y tras su muerte nos regaló un libro que nos vuelve a todos los escritores del mundo de una misma generación, compañeros de aula de una universidad desconocida.

Todas las personas que hemos convertido a la literatura en un modo de vida tenemos a Bolaño como un fundamental referente debido a las miles de intimidantes y magníficas páginas que publicó, y a la obsesión y romanticismo con que se entregó a su oficio. De hecho, es premonitorio que el primer libro del autor, escrito a 4 manos con el catalán A G Porta, se llame Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, pues en opinión de Rodrigo Fresán, Bolaño trabajaba para lograr la madura voz del poeta folk y ha quedado, tras su muerte, envuelto en la misma mortaja romántica de aquellos, que al igual que el vocalista de The Doors, consagraron su salud y vida al arte.

No conozco, no obstante, a una sola persona que haya leído la totalidad de su prolífica producción, pues esta forma parte ya, junto al Cuarteto de Alejandríade Lawrence Durrell o los 7 tomos de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, de ese grupo de obras cuya lectura se va posponiendo para las vacaciones o la jubilación y que requiere no solo obsesión, sino incluso musculatura, fortaleza física, con la atenuante de que Bolaño no trabajaba solamente para escritores y críticos, sino también y, sobre todo, para los lectores, para los lectores machos, diría Cortázar, para los lectores que desdeñan la redacción de Isabel Allende, diría él.

Yo mismo he optado por realizar, en los siguientes párrafos, breves consideraciones sobre su producción con base en los 3 libros de relatos que el autor publicó en vida, Llamadas telefónicas, Putas asesinas y El gaucho insufrible. Primero, para no apretar poco intentando abarcar mucho. Segundo, porque incluso ahora que he publicado una novela y tengo 2 más en busca de editorial, me considero un cuentista que escribe novelas, y tercero, porque ha sido en sus personajes de cuentos en los que he encontrado esas razones personales y subjetivas que llevan a un lector a sentir predilección por un autor B y no por otro X, para decirlo, como a él le habría gustado, con siglas.

Roberto Bolaño o la épica de los derrotados

Varios son los escritores latinoamericanos que han reflexionado sobre la literatura de Bolaño: Enrique Vila Matas, Juan Villoro, Fernando Iwasaki, Jorge Volpi, Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Alejandro Zambra y muchos otros quetampoco han reparado en un aspecto de sus cuentos que, para mí, por las razones personales y subjetivas a las que hacía mención, es fundamental: la literatura de Bolaño permitió que las personas, como mi padre, que sufrieron las consecuencias de las transformaciones políticas que vivió Chile a inicios de la década del setenta, se vieran reflejadas en las páginas de sus cuentos; abrió puertas y ventanas hacia las ciudades del mundo, como México DF, Barcelona, e incluso Moscú y Nueva Delhi, donde se exiliaron los partidarios de la Unidad Popular Chilena perseguidos por el Gobierno de Pinochet, y convirtieron de este modo a la crisis chilena, en un asunto global.

El éxodo chileno en las letras no es algo que descubrió Bolaño. Autores como Miguel Littin, Jorge Edwards y Pedro Lemebel, y cantautores y agrupaciones de música folclórica y de protesta como Ángel Parra, Patricio Manns o Quilapayún, hablaron del asesinato de Allende y la tortura y desaparición de sus seguidores, pero sus textos tenían la clara intención política de desvirtuar el poder de Pinochet y gritarle al mundo las injusticias cometidas, a diferencia de Bolaño, quien construyó un conjunto de textos confesionales que, agrupados, constituyen la épica de los derrotados a los que les fue arrebatado el poder y la patria, pero que siempre llevaron su historia en la maleta.

En su cuento ‘Enrique Martín’habla de un poeta chileno afincado en México que se enemista de un compañero de oficio porque no publica sus trabajos en el primer número de su revista, sino los de otro coterráneo. En ‘La nieve’recoge la historia delictiva, en Moscú, de Rogelio Estrada, el hijo de un antiguo miembro del partido comunista; en ‘El Ojo Silva’ narra las vicisitudes de un hombre que al escoger la India como destino, debe presenciar la calamidad de niños que son castrados para agrado de los dioses, el rechazo de los hombres y el perverso placer de los profanos; en ‘Últimos atardeceres en la tierra’, da cuenta del viaje que un padre y su hijo realizan a Acapulco para distraerse, pero que termina en reyerta, acaso por las sombras de un pasado que los persigue en la forma del caballo Zafarrancho que tuvieron en Chiloé. Todos estos cuentos demuestran, según Bolaño, que las personas que nacieron en Chile en la década de los cincuenta no pudieron escapar del odio y la violencia ni siquiera fuera de sus fronteras.

El mismo Roberto Bolaño, quien volvió a Chile a inicios de la década de los setenta, escapó de la peinilla pinochetista gracias a que uno de sus captores había sido su compañero de escuela, tal como lo cuenta en Detectives, relato en el que el autor reproduce el habla chilena. Algo que según los nuevos críticos resta universalidad a la literatura, pero que en su caso tiene la clara intensión de dar espesor al mundo del que ha sacado a sus personajes.

También las novelas Estrella Distante y Nocturno de Chile son libros abiertamente políticos, que tratan no solo del horror de la dictadura, sino, como veremos más adelante, de la obsesión del autor por los personajes lectores y escritores. En estos libros hasta a los fascistas asesinos les da por escribir poemas en el cielo con el humo de sus aviones.

Y Chile está en sus poemas narrativos, como corresponde a un heredero de la tradición lírica de un país que ha tenido, entre muchos otros, a poetas que él admiraba, como Neruda, Enrique Lihn y Nicanor Parra. Pero este es un terreno que no quiero abonar, prefiero decir que, si bien en uno de sus artículos de Entre paréntesis, Bolaño recuerda Los Ángeles, su ciudad al sur de Chile, como un lugar del que se alegra haber salido, y afirma en el discurso que pronunció en Caracas al recibir el premio Rómulo Gallegos Lara, que la patria de un escritor es su lengua, crea, al menos en su narrativa y a través de sus personajes, un universo propio e inasible, que se encuentra en cada uno de los lugares del mundo donde los chilenos encontraron asidero.

Cruzando las aguas del Boom

En un territorio como el nuestro, donde la literatura fue, primero, el pasatiempo de las clases privilegiadas que detentaron el poder, y posteriormente, el mecanismo mediante el cual los escritores de izquierda pretendieron transformar a la sociedad o, en el peor de los casos, iniciar una carrera política, Bolaño supera aquello que denominó el agua cenagosa del Boom Latinoamericano de Literatura y no habla del poder desde la figura del dictador, como en su momento lo hizo Vargas Llosa sobre Trujillo o Roa Bastos del Doctor Francia, sino, de los pequeños políticos que un día se quedaron al margen del poder.

Son muy respetables las carreras políticas de Juan Bosch en República Dominicana, de Sergio Ramírez en Nicaragua, de Chico Buarque en Brasil, y de Neruda en la misma patria del autor, por citar solo unos cuantos ejemplos, pero cuesta imaginar a Bolaño postulándose para alcalde de Los Ángeles, su ciudad chilena, o para diputado del PRI en México. Y es, por el contrario, motivante imaginarlo en su estudio, entre los libros que clasificaba, como cuenta su viuda, por géneros y autores, entregado por completo a una actividad: la literatura, a la que comparaba con las batallas que los samuráis mantenían contra monstruos, sabiendo de antemano, que serían derrotados.

Boom: última explosión

El aparecimiento del primer libro de cuentos de Bolaño, Llamadas telefónicas(1997) se produce 5 años antes de que García Márquez publicara Vivir para contarla (2002) y 7 antes de que presentara Memoria de mis putas tristes (2004). Realizo esta precisión para decir que Bolaño estaba empecinado en cruzar las cenagosas aguas del Boom contando historias que hablen de la inminente extinción de los escenarios, personajes y hechos que singularizaron a la literatura latinoamericana del último siglo. En ‘El Gusano’, por ejemplo, un adolescente entabla amistad con un aventurero proveniente de un mundo condenado a desaparecer a causa de la migración, llevándose consigo historias que hablan de serpientes que se muerden la cola e incluso, y metafóricamente, se autotragan provocando una explosión de la realidad.

Y aunque es posible que en cuentos como ‘El Ojo Silva’, Bolaño ofrezca la visión sorprendida del extranjero que no logra comprender los fenómenos culturales que observa (acaso por subrayar el daño que se hizo a los chilenos que fueron desgajados de su tierra), en otros, como ‘Buba’, en el que un futbolista africano usa la sangre de sus compañeros de equipo para ayudarlos a conseguir el tan esquivo éxito, permite que los aspectos que singularizan a los diversos grupos humanos, incluidos los mágicos, confluyan en contextos más urbanos y modernos.

Por todo esto quizás, Carlos Fuentes, uno de los máximos representante de la literatura latinoamericana y, sin duda, uno de los autores que hasta el final reflexionó sobre ella, reconoció en 2010 la grandeza de Bolaño y, no obstante, dijo no querer leerlo a corto plazo, acaso por miedo.

Pese a todo lo dicho, quiero considerar aquí la afirmación del escritor mexicano Jorge Volpi, quien en el ensayo Bolaño, epidemia, asegura que en la novela 2666, Bolaño se mete en la tradición de novelas fundamentales del boom como La Casa verde, de Vargas Llosa; Terra Nostra, de Carlos Fuentes; Rayuela, de Cortázar, y cierra el ciclo. Después de él, asegura, ya no se puede continuar hablando de literatura latinoamericana, sino de literatura argentina, literatura colombiana, literatura chilena, etcétera.

Sobre el arte de leer sus cuentos

En su ensayo Mientras escribo, el escritor estadounidense de novelas de terror, Stephen King, dice que un autor se encuentra con el germen de una historia cuando puede responderse a una pregunta en condicional: “¿Y si un inmenso San Bernardo contrajera rabia y obligara a sus dueños a encerrarse en su auto? ¿Y si una pareja fuera tomada prisionera por una secta de niños fanáticos?”. Pero las historias de Bolaño no necesitan partir de una situación que fracture la realidad ni ofrezca respuestas que rompan la cotidianidad de los personajes y transformen el orden, Bolaño nos cuenta historias de personajes, algo que quizás aprendió de Juan Rulfo, autor al que incluye en su decálogo sobre el arte de escribir cuentos.

Bolaño, recuerda su viuda Carolina López, pasaba horas enteras escuchando historias cotidianas de pescadores, camareros, gente común. E incluso creía, según recuerda Vila Matas, en los relatos escritos no por lo escritores consumados, que en su opinión, tenían pocas cosas que contar, sino en aquellos redactados por principiantes que si bien carecían de técnica, decían mucho.

Bolaño era un novelista que escribía poemas y cuentos. Cuentos largos, dicho sea de paso, que no hablan, como los de Hemingway, de luchadores que emergen de las cenizas, sino de aventureros que van camino al apocalipsis.

Ahora bien, para contar algunas de esas historias, Bolaño se concentra, como hemos dicho, en el argumento, y pone fin a la tradición anterior, según la cual, los cuentos son hechos del lenguaje que pierden espesor al momento de ser oralizados. El lector puede reseñar sus relatos porque aquello que narran son vidas, a diferencia, por ejemplo, de muchos de los escritos por autores como Cortázar, que se reducen al hecho surrealista o mágico de quedar atrapado en un jersey.

Bolaño, recuerda su viuda, Carolina López, pasaba horas enteras escuchando historias cotidianas de pescadores, camareros, gente común. E incluso creía, según recuerda Vila Matas, en los relatos escritos, no por lo escritores consumados, que en su opinión, tenían pocas cosas que contar, sino en aquellos redactados por principiantes...Las cosas, sin embargo, no son tan simples como parecen. Analicemos, para no alargarnos, solo un ejemplo: un lector poco atento podría decir que el cuento ‘La vida de Anne More’, contenido en el libro Llamadas telefónicas, trata de la historia de una mujer de clase media del oeste estadounidense, que parte a los 16 años de su aldea, no concluye sus estudios en San Francisco y pasa, durante 20 años, cambiando de amores y trabajos.

Ahora bien, un lector un tanto más agudo podría decir que el texto en cuestión es diferente porque no da cuenta, como señalé anteriormente, de la ruptura de la cotidianidad que transforma una vida, sino de varios momentos de esta, mediante saltos temporales, datos ocultos y otras técnicas de la narrativa moderna que impiden que se caiga en la monotonía y se mantengan los niveles de tensión.

Solo una tercera lectura ayuda a comprender, con la ayuda del análisis que el crítico Chris Andrew realizó, que se trata de un cuento de doble fondo, tejido con 2 lógicas; la lógica del sentido común y la lógica de la ficción, de lo que va a pasar. Al inicio, dice Andrew, las 2 lógicas coinciden, pero en el trascurso se produce un desdoblamiento, la lógica de la ficción empieza a sustituir a la lógica del sentido común y va adueñándose de la escena.

El análisis es, desde luego, mucho más complejo, pero me basta con decir aquí que Bolaño nos legó historias que requieren la activa participación del lector, quien debe reparar incluso, en que ni siquiera el nombre del personaje, ‘Anne More’, es gratuito, pues se asemeja a la expresión inglesa and more, que traducida al español significa “y más”…

El escritor chileno español, Carlos Franz, habla del doble fondo de la literatura bolañiana refiriéndose al personaje de 2666, Benno Von Arcibomboldi, nombrado así en clara referencia a Benito Mussolini y Giuseppe Arcimboldo, pintor italiano del siglo XVI, cuya obra, La Primavera, ofrece 2 visiones: la de un rostro y la de las frutas con que está hecho.

Wilfrido Corral, quien le dedicó un ensayoa la obra del chileno, dice que los libros de un autor raro como él, nos instruyen a nunca implementar distinciones simplistas, sino a armar varios gráficos mentales respecto a cómo la imaginación juega. Esto a modo de advertencia o a modo de faro, si se prefiere, para aquellos que aún no emprendido la lectura de sus cuentos.

El detective de las ratas

Bolaño ha pasado a la historia como un policiaco que emprendió, tras la búsqueda de una poeta en Los Detectives Salvajes, la persecución de un narrador en 2666. Pero también, como un innovador del género, pues planteó historias policiacas que no parten de un crimen, continúan con la investigación por parte de un detective o una compañía de seguros ni, mucho menos, concluyen con la persecución, captura y sentencia del criminal; sino, obras que permiten que poetas y narradores sigan la pista a un autor por las migajas literarias que este ha ido dejando en el camino.

Pero no voy a hablar, para arrojar luces sobre uno de los aspectos fundamentales de la producción del autor, de Los detectives salvajes ni de 2666, sino de otra de las escalofriantes historias que convirtieron a Bolaño en un policiaco salvaje: “El detective de las ratas”, cuyo personaje, Pepe el Tira, se siente un solitario diferente, pero que a parte de estas características no se enmarca, según el autor boliviano Edmundo Paz Soldán, en el marco de detectives como Holmes o Dupin, llamados a restablecer el orden, sino al que le basta y le sobra con descubrir las anomalías de una sociedad condenada desde el principio y en la cual la felicidad no es posible.

La literatura como tema literario

En su libro Mientras escribo, Stephen King recomienda narrar sobre los oficios, con la convicción absoluta de que a la gente le gusta leer sobre el tema. Es natural, entonces, que los escritores, que hemos convertido a la literatura en un trabajo serio, apreciemos en sumo grado unas obras, como la de Bolaño, plagada de referencias literarias, menciones a autores, comentarios sobre obras, reflexiones sobre la escritura, pugnas entre autores y certámenes literarios. De este último tema habla, precisamente, ‘Sensini’, cuento que además hace referencia a Di Benedetto, Kafka, Cortázar y Mujica Lainez.

Quiero referirme un poco más a su literatura literaria; el texto ‘Henri Simon Leprince’ tiene por protagonista a un escritor y habla, entre muchos otros, de Stendhal y Alphonse Daudet. El cuento ‘Enrique Martín’ habla del odio que se establece entre 2 escritores a propósito de la exclusión, en una revista, de uno de ellos; refiere el gusto que desarrollan los malos poetas por la obra de Miguel Hernández e incluye reflexiones sobre la producción de autores como Sanguinetti, Frank O’Hara, Blas de Otero y Miguel Celaya. El relato ‘Una aventura literaria’ trata sobre la envidia y posteriormente las dudas que surgen en la cabeza de un escritor que ha hablado mal de un compañero de oficio a propósito de las críticas laudatorias que este, sin embargo, le dedica. ‘El Gusano’ tiene por personajes a una actriz de viejas películas que lee La Caída, de Camus, y a un adolescente enamorado de los libros que adquiere en la Librería de Cristal del DF (Librería, dicho sea de paso, en la que el mismo Bolaño robaba libros). Pero no nos desviemos, en ‘Gómez Palacio’ se toca el tema de los talleres literarios de provincia, y en ‘Últimos atardeceres en la tierra’ el personaje lee una antología de surrealistas franceses entre los que se cuentan Unik, Desnos, Artaud, Crevel, Guy Rosey, Breton, Tristan Tzara y Péret; y en ‘La nieve’, la literatura de autores rusos como Bulgákov, Dostoievski, Chéjov, Gogol y Pushkin se convierte en el principal tema de conversación que sostiene un capo de la mafia con sus principales colaboradores. En los cuentos de Bolaño, como se ve, hasta los criminales son buenos lectores.

Y puesto que he centrado mi atención en los cuentos no voy a referirme, sino de pasada, a la infinidad de referencias literarias de novelas como Los detectives, 2666 y Monseiur Pain que, como todos sabemos, centran su atención en temas literarios, se mofan de las figuras emblemáticas de la literatura en lengua española del último siglo y reivindican otras.

Por incendiarlo todo y hacer de la literatura un tema literario, la obra de Bolaño hace que el lector, especialmente joven, alimente la fe que tiene en el oficio. Sin embargo, sostiene Jorge Volpi, autores con mayor trayectoria como Rodrigo Fresán, Santiago Gamboa o Paz Soldán, admiraban a Bolaño con reticencia e incluso lo consideraban un autor sobrevalorado. Dejemos que sea el tiempo quien ponga las flores o escriba el último epitafio.

Bibliografía

1. Soldán Paz y Faverón Gustavo. Bolaño Salvaje. Editorial Candaya. Barcelona, 2008.

2. Haasnoot Erik.Bolaño cercano. Documental.

3. Bolaño Roberto. Cuentos. Editorial Anagrama. Barcelona, 2010.

4. Bolaño Roberto. La Universidad desconocida. Editorial Anagrama. Barcelona, 2007.

5. Bolaño Roberto. 2666. Editorial Anagrama. Barcelona, 2004.

6. Bolaño Roberto. Los detectives salvajes. Editorial Anagrama. Barcelona, 1998.

7. Bolaño Roberto. Monsieur Pain. Editorial Anagrama. Barcelona, 1999.

8. Bolaño Roberto. Entre Paréntesis. Editorial Anagrama. Barcelona, 2009.

9. Bolaño Roberto y Porta A.G. Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. Editorial Acantilado. Barcelona, 2006.

10. King Stephen. Mientras escribo. Editorial Plaza y Janés. Barcelona, 2001.

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