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Retrato de una joven Anna Karina

Retrato de una joven Anna Karina
13 de abril de 2015 - 00:00 - Libertad Gills, Cineasta y crítica de cine

“Es el retrato de una joven... Es nuestra historia: un pintor retratando a su amor”. Vivre Sa Vie, filme de 1962, es la historia de Nana, una mujer joven que quiere ser libre y que, al mismo tiempo, quiere amar y ser amada. Ya que el cine no parece ser una opción para conseguir sus objetivos (muchos la engañan diciendo que van a tomarle fotos y convertirla en estrella, solo para acostarse con ella), cree que la mejor salida para alguien de su edad y belleza es la prostitución. Podrá ganar unos francos por día, suficiente para vivir.

 

Nana fue encarnada por la bella y fascinante Anna Karina, que entonces era la musa, colaboradora y pareja del director Jean-Luc Godard. La película, en realidad, es un homenaje a ella, a su belleza y valentía, a sus ojos grandes e inquisitivos, a la inocencia de una mujer que viajó a París a los 17 años para buscarse la vida y conoció a un hombre que se convertiría en el director de cine más importante del país y de la época. Es famosa la historia de cómo se conocieron: él le propuso un pequeño papel en A Bout de Souffle (1960), para el cual se tendría que desvestir. Anna Karina rechazó la propuesta entonces. Tres meses después, Godard le envió un telegrama pidiéndole que fuera a otro casting, esta vez para el rol principal. El resto, como dicen, es historia. Anna Karina colaboró con Godard en siete largometrajes, incluyendo los inolvidables Bande à part (1964), Alphaville (1965) y Pierrot le Fou (1965).

 

En Vivre Sa Vie, Nana le explica a un cliente que cobrará más para desnudarse. Es una regla del juego (como aprendemos en una interesantísima escena que temporalmente desvía el filme en la dirección de documental etnográfico); es un recurso simbólico de la inocencia de la protagonista y, tal vez, también de su poder, en referencia a esa primera interacción entre Godard y Anna Karina donde ella muestra que jamás será una actriz secundaria. De hecho, vemos a algunas mujeres desnudas en la película, todas pasivas, mientras un cliente las observa —en un cómico abrir y cerrar de puertas del hotel—, y aunque es por ella que vemos a estas otras mujeres, porque es Nana quien abre las puertas sin tocar, a ella nunca se la ve desnuda. Es más: cuando lleva sus clientes al hotel, mientras hace como que se desviste, prefiere conversar con los hombres. En una escena le dice al cliente “No hablas mucho, ¿será porque eres un tipo sentimental?”, con una sonrisa coqueta, casi burlándose del hombre.

 

 

En este espacio de la cacería, en la calle, en el hotel, en el billiard, Nana mantiene siempre el control de la situación. A pesar de que parece buscar la validación de la cámara de Godard, que a menudo la enfoca directamente, como en una conversación privada con el director que está detrás, Nana se muestra segura de sí misma —no como mujer sino como personaje— y del impacto que este tendrá en nosotros, como espectadores. Nos manipula tanto como a sus clientes.

 

Pero, al mismo tiempo, sentimos su vulnerabilidad. Justo cuando ella está a punto de desvestirse, el cliente se va con otra prostituta (una que no habla), y ella se queda enmarcada por la ventana, fumando su cigarrillo en silencio.

 

Vivre Sa Vie es un ejercicio en el silencio y la palabra. En los créditos iniciales vemos la cara de Nana filmada a contraluz, suena música clásica y luego esta se desvanece; la imagen, en cambio, contradiciendo nuestras expectativas, permanece unos momentos más en la pantalla, en silencio. En este silencio, vemos a Nana pestañear, mover los labios, respirar. Es este silencio donde ella vive realmente, fuera de la manipulación emocional de la música que la intenta encuadrar. Luego, en la primera escena, donde Nana termina con su novio, los dos están sentados en la barra, y la cámara los filma individualmente, jamás encuadrándolos juntos. Primero estamos con Nana y luego la imagen corta al novio. Hay unos segundos de silencio y se repite la última frase de la toma anterior. El novio responde y luego cortamos de nuevo a Nana, otra vez unos segundos de silencio y volvemos a oír la última frase de la toma anterior. Es un juego, en parte, con la forma cinematográfica y las expectativas del espectador. Pero también nos hace pensar: ¿qué rol juegan las palabras? ¿Qué ideas expresan? Parecen actores ensayando para el director, repitiendo sus líneas de distintas formas, con distintas emociones, que con la repetición se vuelven vacías (Harmonia Korine experimenta con esto cincuenta años después en Spring Breakers, 2012).

 

En el Capítulo 11 (Vivre Sa Vie tiene 12 capítulos en total), Nana conversa con un hombre mayor sobre la necesidad de las palabras. Ella prefiere el silencio, mientras que el hombre mayor piensa que sin palabras no hay ideas. Es justamente a través de las palabras que se expresan las ideas. Nana pregunta: “¿Y cómo estar seguro de haber encontrado la palabra justa?”. Esto me hace pensar en una frase de La Chinoise (Godard, 1967) que dice: “Il faut confronter les idées vagues avec des images claires”. Es necesario confrontar las ideas vagas con imágenes claras. Cuando las palabras no son precisas, el resultado son ideas vagas. Para contrarrestar ideas vagas, necesitamos imágenes claras. Como crítico de cine, Godard empezó expresándose con la palabra. Luego recurrió a las imágenes, pero siempre incorporó textos a las imágenes: es en el juego palabra-imagen que Godard experimenta con sus ideas.

 

Es un debate interesante, que nos permite ver que Vivre Sa Vie, más que un filme sobre una joven prostituta es un ensayo filosófico que incorpora los interrogantes que el director continúa formulando hasta hoy sobre la vida y el lugar de las palabras y del silencio — y las mentiras y la ficción— en la representación de conceptos que, a menudo, no son claros o han sido representados con imágenes ambiguas, que no logran transmitir ni siquiera fragmentos de la verdad.

 

En el caso de Vivre Sa Vie, hay un concepto que captura el interés y la preocupación de la protagonista, es decir, del director, sobre los otros: el amor.

 

La película, se podría decir, es una carta de amor de Godard a Anna Karina. Ella misma lo dice: “Todas estas películas [que hicimos juntos] son regalos de Jean-Luc para mí”. (F)

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