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El Telégrafo
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Ni Clark Kents ni Gabos

Ni Clark Kents ni Gabos
06 de enero de 2014 - 00:00

El sombrero y el cigarrillo, la máquina de escribir y la libreta de notas, el alcohol y la crudeza de los gestos, la osadía y la arrogancia, el desparpajo y lo sabelotodo. Así se forjó por largas décadas el estereotipo del periodista y reportero. Y tuvo sentido y hasta cierta gloria. De hecho, mientras la prensa escrita fue lo simbólico de periodismo, “así tuvo que ser”. De ese estereotipo se nutrieron los periódicos de todas partes y constituyen leyenda y hasta motivo para muchos libretos de películas nostálgicas. Eso sin descontar que de ahí también salieron algunos premios Nobel de Literatura y alcaldes, presidentes, ministros y diputados.

 

La cara bonita, la voz dulce, la pantalla colorida, la salida al aire con un reporte urgente, la sentencia al pie de cada nota o entrevista, la preeminencia para los altos dirigentes, autoridades o famosos, la rapidez y la variedad, el viaje a cualquier rincón del mundo, la facilidad para entrar y salir de cualquier tema o de un canal a otro. Así se ha sostenido hasta ahora el prototipo del reportero de televisión. Con eso se han ganado fama y un lugar especial en la sociedad. Su presencia en la calle o en un supermercado abre la boca para denostar o alabar. Son, hasta ahora, un personaje que compite con los grandes deportistas, estrellas de cine o políticos de cualquier clase.

 

En los 2 casos hay un hecho que los cuestiona y mina su existencia simbólica: cada vez más los ciudadanos comunes se asumen como productores de contenidos, noticias y comentarios. La mayoría lo hace a través de las redes sociales (de modo urgente, superficial y muchas veces visceral). Otro sector es el académico y de activismo social. También están quienes ejercen algún nivel de incidencia política y social (incluidos esos periodistas no vinculados a medios de comunicación). Por lo tanto, ni los antiguos periodistas (estructurados quizá bajo a imagen de Clark Kent, tampoco los que soñaron con hacer periodismo literario al estilo del Gabo, pero menos aún los que se guían por la cantidad de maquillaje ante la pantalla o la moda que imponen a sus audiencias, son ahora el mejor espejo para los nuevos periodistas que nacen en algunas facultades de comunicación ni para quienes, haciendo uso de su “sabiduría” tecnológica, ejercen el periodismo de muchos modos y varios registros.

 

Por tanto: ¿qué es ser periodista ahora? ¿Cómo se expresa su existencia simbólica? ¿Dónde se colocan en la “escala social” para demandar una autoridad moral frente al resto cuando han perdido esa fama de sabelotodos? ¿Cuál es el heroísmo del que pueden hacer gala para afrontar los supuestos retos que les impone la mal llamada opinión pública? ¿De dónde van a salir ahora sus más profundas razones de ser en un mundo mucho más complejo donde, por ejemplo, ya no hacen falta, en el estilo clásico, corresponsales de guerra porque los bandos transmiten por sus propios medios esos conflictos y dan su propia versión?

 

Pero antes también habría que mencionar que paralelamente al declive de los Clark Kents y los Gabos hay una camada de periodistas que optó por abrirse de los medios y ejercer por cuenta propia su oficio publicando y produciendo crónicas, libros y ensayos con base en las herramientas del periodismo. Y siendo una minoría, también obligaron a la existencia de revistas y publicaciones web para acoger su producción, en buena medida de alta calidad y sin mucho eco en la prensa tradicional. En todas las lenguas y en muchas regiones han sido un referente casi de élite, con la ventaja de no depender de un sueldo y menos de un jefe.

 

¿Y estos últimos son un prototipo para la sociedad? ¿Existen como referentes de los mismos estudiantes de periodismo y están forjando los nuevos relatos de la realidad? ¿Son simples aspirantes a escritores con el objetivo de ganar el Nobel o instalarse muy codo a codo con los grandes escritores?

 

Ante todo habría que dudar y preguntar, porque certezas no hay. Tanto que en las facultades de comunicación los parámetros para formar periodistas para este siglo son los mismos del siglo pasado. No hay un debate y menos reflexión argumental para pensar en un prototipo del “nuevo periodista” y menos aún del “nuevo periodismo” que nos está exigiendo la realidad de Internet, las redes sociales, la caída de los periódicos, la mala fama de los canales de televisión, la desaparición del peso informativo de las tradicionales agencias de noticias, etc. Podríamos aventurar un indicio: el periodista de ahora no puede ser tal sino es multimedia. ¿Y qué cosa es ser eso? ¿Saber de tecnologías aunque no lea nada? ¿Ser un pensador de los cambios para entender la realidad que se construye y por lo mismo no puede seguir estudiando manuales y asignaturas a la ligera?

 

Pero lo que no puede dejar de ser un periodista de ahora y de siempre es un suscitador del pensamiento más complejo de nuestras sociedades a partir de las herramientas básicas de su oficio, como tampoco dejar de lado la capacidad de asombrar a sus audiencias con la noticia o la información que le conmueva o le lleva a tomar partido y decisiones reflexivas.

 

De ahí que por ahora no está suficientemente completo el debate sobre qué es ser periodista y cómo debe hacerse el periodismo. Podría, con la crudeza del caso, asumirse que ya no es lo que era ni puede ser lo que quieren las actuales facultades y mucho menos quienes aspiran a conceptualizar al oficio. Por supuesto, los periodistas no tenemos tiempo para eso, dirán. Lo que hace falta, efectivamente, es darse tiempo para pensar en esto, no para defender causas o demandar derechos de otros, sino cómo inscribirnos en unas sociedades en intensa transformación diaria.

 

Quizá la pauta la dan los cronistas. Bastaría revisar cuánto se publica de ellos en todas partes. Y también penetrar en la lógica de sus visiones y versiones de la realidad. Porque nos guste o no las noticias las darán ahora todos, desde los twitters o facebooks, pero los periodistas estamos obligados a explicar lo que ocurre en nuestras cercanías y lejanías para garantizar a los nuevos ciudadanos del mundo una sensibilidad mucho más profunda. Caso contrario, el periodismo habrá atravesado su mayor crisis sin entender cómo ocurrió ni qué oportunidades le brindaba para sostenerse como un referente ético de las viejas y nuevas generaciones de lectores, radioescuchas, televidentes y ahora cibernautas.

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