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Natalia Ginzburg: escritura del ser y el saber

Natalia Ginzburg: escritura del  ser y el saber
20 de enero de 2014 - 00:00

Natalia Ginzburg (1916-1991), escritora italiana de origen judío, incursionó en la novela, el cuento, el teatro y el ensayo. Fue, junto con su esposo, el intelectual Leone Ginzburg, -asesinado por los alemanes- parte de la resistencia contra Benito Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial. Leone Ginzburg y Giulio Einaudi fundaron la legendaria editorial Einaudi, que reunió a los escritores e intelectuales de izquierda más destacados de la época, como Pier Paolo Pasolini, Cesare Pavese, Giorgio Bassani, Carlo Levi, Ítalo Calvino, etc., y a la misma Natalia Ginzburg.

A pesar de no ser tan conocida como sus colegas y amigos varones de su misma generación como Pavese o Pasolini, Natalia es sin duda una de las voces más relevantes de la posguerra. Esta época convulsa aportará con material suficiente a la literatura y al cine, -con la aparición del neorrealismo italiano-, que retratarán la ciudad tras la derrota. El tratamiento de la realidad está marcado por la escasez y la miseria, pero esta no deja de ser redimida por una gran poesía. Muchos de los artistas de esta generación tendrán un manejo de lo real imbuido de una profunda melancolía, dada acaso por la negación de la palabra con la maquinaria de la guerra.

Natalia empezó escribiendo poemas y cuentos, su primera novela fue El camino que va a la ciudad (1942), en 1963 publicó una de sus novelas más importantes Léxico familiar, de corte autobiográfico, y Querido Miguel en 1973, novela de tipo epistolar, entre otras. Colaboró periódicamente en diarios y revistas con ensayos y pequeños artículos que luego fueron reunidos en libros como Las pequeñas virtudes (1961) o sus Ensayos (2009). También escribió una breve y particular biografía de Antón Chéjov (2006), obras de teatro y cuentos.

En sus novelas da muestras de una atenta observación a la vida familiar, la vida rural, las relaciones humanas y la complejidad de la condición humana, y sus experiencias autobiográficas fueron tema para muchos de sus escritos. De igual manera está presente la relación entre el campo y la ciudad, con sus distintos tiempos y sentires, la vida de las mujeres y la vida cotidiana.

Los temas para sus ensayos los extraerá de la infancia, la juventud, la vida en pareja, la felicidad, el amor, la educación de los hijos, el aborto, la vida doméstica, la vejez, etc. Su estilo evidencia el desencanto posterior a una gran crisis, social y personal, -el aniquilamiento de una gran guerra y las secuelas de la persecución y el asesinato de su primer esposo, después la muerte de su segundo esposo-, hay un aire de derrota asumida con dignidad, la asunción del fracaso que implica buena parte de la vida, pero también el amor hacia ella.

Lúcida, sincera, sencilla en el uso de las palabras, de una argumentación impecable, dueña de una inteligencia y una sensibilidad poco comunes, elabora en sus textos un delicado trabajo de artesana. El tratamiento que tiene de temas tan complejos como el aborto y la condición social de la mujer dan muestras de la actualidad de su escritura. La frescura y a la vez profundidad de su estilo la alejan de cualquier tono retórico y nos permiten establecer una cercana intimidad con sus textos.

De apariencia severa, poco agraciada y tímida, da la impresión de un desapego por la apariencia, para dar cabida al cultivo del ser y el saber. La apariencia obedece en gran medida a una impostura social, pero el cultivo del ser consistiría en una trascendencia de lo más obvio e inmediato. La lucha del ser frente al parecer, y del saber frente al tener,  temas que trata en ese conmovedor ensayo que es Las pequeñas virtudes, es una forma radical de afrontar la vida. El amor a la vida debiera ser el mayor legado que se hereda a un hijo, nos dice, pero el amor a la vida no podrá brotar espontáneamente, sino que surgirá en los hijos por el amor a un oficio, -cosa de una vida entera, distinta a la profesión o al trabajo-, el amor hacia un saber, hacia la obtención de una sabiduría en torno a algo. El ser consciente de la existencia, el despertar de las sensibilidades, la decisión y la voluntad. Las ‘mayores’ virtudes para nuestra autora son las que nos brindan la posibilidad de amar la vida. La cultura transformada en industria está peleada con el saber, van en aumento los obstáculos para el fomento de una formación real y de calidad, de manera que el pensamiento de Ginzburg se proyecta como una riqueza intelectual digna de ser asimilada.

Si el cultivo del ser y el saber son fundamentales en el mundo íntimo del yo, lo arduo de las relaciones y la condición humanas serán temas a los que siempre recurrirá. La llegada de unos y el abandono de otros, la imposibilidad de una absoluta felicidad, el ímpetu y la valentía de la juventud, la llegada de la adultez y la búsqueda de seguridad afectiva y material. El amor con todas sus contradicciones y pruebas, o la llegada de la muerte, como en el ensayo que le dedica a su amigo Cesare Pavese tras su suicidio, en el que nos retrata su tristeza vista de muy cerca y la aceptación digna de la desgracia.  El desaliento que traen los años, lo pequeño e imperfecto de la condición humana, pero la fe en la palabra ante lo adverso:

“Ha habido en mi vida interminables domingos desolados y vacíos, en los que deseaba ardientemente escribir algo para consolarme de la soledad y del aburrimiento, para ser acariciada y acunada por frases y palabras”. 

Si las cosas nimias fueron recurrentes en sus textos no podemos olvidar su visión más política y comprometida, –en sus últimos años tuvo una activa participación en política, y fue electa como diputada al Parlamento por el Partido Comunista Italiano-. Uno de sus últimos libros, publicado un año antes de morir fue Serena Cruz o la verdadera justicia (1990), que trata el caso de una niña adoptada y luego separada de su familia por una supuesta anomalía en el proceso legal de adopción, y en el que la autora se involucró de manera directa, abogando por el regreso de la niña con su familia adoptiva. En este ensayo presenciamos el ejercicio de la escritura cuando conlleva un riesgo y un afán de justicia como práctica activa. Porque la justicia va de la mano con la misma búsqueda del ser y el saber, y su demanda es invocada para la concreción de una sociedad más humana.

Su sabiduría la ejerció en el oficio de escribir, la suya es una lección de coherencia de escritura con la vida. Una ética dada por una profunda convicción en su oficio, con todo el trabajo, la rigurosidad y acaso el sufrimiento que esto conlleva. Natalia es de la estirpe de escritores que ponen en palabras lo que pasa desapercibido, en donde lo intrascendente adquiere un nivel simbólico; unos zapatos rotos, unas mujeres de provincia sin dientes, un jardín, en fin, el material necesario para una poesía que revela y ahonda a la vez el misterio de la vida, de cada encuentro y cada pérdida.

El hallazgo es grato, de esta diosa de las pequeñas cosas.

 

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